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Tribuna
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Salvador Illa y la revolución pendiente

Un político debe mirar con un ojo el terreno que pisa, pero con el otro debe atisbar el horizonte. Yo no veo, en Cataluña, España y Europa, un horizonte vivible que no sea federal

Salvador Illa y la revolución pendiente / Javier Cercas
Javier Cercas

Transcurrido un año exacto desde su llegada a la presidencia de la Generalitat, salta a la vista que Salvador Illa ha liderado una revolución en Cataluña. Básicamente, esta consiste en tres cosas: primero, en respetar la ley; segundo, en hablar con todo el mundo; y, tercero, en intentar, con mejor o peor fortuna, mejorar la vida de la gente. Pero, Dios santo, dirán ustedes, ¿qué clase de revolución es esa? Pues una revolución en toda regla, al menos en Cataluña, donde durante casi una década los políticos en el poder despreciaron por sistema las leyes, obraron como si más de la mitad de los catalanes no existiéramos y se dedicaron a financiar con dinero público una juerga colectiva que por fortuna solo acabó mal, porque hubiera podido acabar catastróficamente. Dicho esto, no extrañará que algunos, en la izquierda, piensen que Illa está gobernando razonablemente bien porque hace lo contrario que Pedro Sánchez, quien al empezar esta legislatura levantó un muro frente a sus adversarios (mientras que Illa derribó el que sus adversarios habían construido frente a él); tampoco extrañará que haya socialistas que piensen que, cuando llegue el postsanchismo y muchos sanchistas acérrimos de hoy juren y perjuren que siempre fueron acérrimos antisanchistas, Illa podría ser un candidato verosímil a devolver la socialdemocracia populista del PSOE actual a la socialdemocracia a secas del PSOE histórico. No seré yo quien diga lo contrario; tampoco quien niegue los beneficios que, tras casi 50 años de democracia, podría depararnos a todos los españoles la presencia de un catalán en La Moncloa.

Sobra decir que Illa cuenta también con numerosos detractores, desde quienes le recriminan su apoyo —inducido u obligado por los separatistas— a la llamada “financiación singular”, hasta quienes lo tachan de político aburrido. El primer reproche lo entiendo: es imposible que, por muy ambiguo e interpretable que sea el acuerdo firmado con ERC, lo de la financiación singular de uno de los territorios más prósperos nos suene bien a quienes, aunque vivamos en ese territorio y la nueva financiación pueda beneficiarnos, abogamos sin ambages por la igualdad de oportunidades y la solidaridad con los menos favorecidos (es decir, a quienes somos de izquierdas). El segundo reproche es extraño, al menos para mí, que soy un entusiasta de la diversión, pero solo en la literatura, el cine, la música y la vida personal; en política, por el contrario, soy partidario de un aburrimiento feroz, de un tedio escandinavo (o como mínimo suizo): de hecho, yo considero, modestamente, que la tarea del político consiste en proporcionar a los ciudadanos el suficiente aburrimiento público para permitirles vivir, cada uno a su manera, una permanente juerga privada.

Más previsible es la crítica que le hacen a Illa los nacionalistas, o el temor que le expresan: temen que “des-catalanice” o “españolice” Cataluña. Lógico. Durante el último medio siglo, el nacionalismo ha persuadido a muchos catalanes de que la única forma de defender su lengua, su cultura y su identidad estriba en construir un estado propio; es una traducción local de la doctrina implícita en cualquier nacionalismo, y, si no queremos que vuelva a repetirse lo ocurrido en 2017 —de no hacer nada al respecto, cuando vuelvan a darse las circunstancias propicias se repetirá, probablemente corregido y aumentado—, estamos obligados a desmontar esa falacia: hay que convencer a esas personas de que catalanes, españoles y europeos podemos vivir unidos en lo diverso, de que Cataluña, España y Europa garantizarán su derecho a usar su lengua, desarrollar su cultura y tener la identidad que les apetezca, hay que demostrarles que lo que nos une es muchísimo más y más importante que lo que nos separa, que juntos somos fuertes y separados somos débiles, y que es compatible —en Cataluña, España y Europa— la unidad política con la diversidad lingüística, cultural e identitaria. No se trata de españolizar ni de catalanizar a nadie; se trata de que, igual que disponemos de un estado religiosamente laico, en el que podemos practicar la religión que queramos (o ninguna), dispongamos de un estado nacionalmente laico, en el que podamos tener la identidad nacional que queramos (o ninguna); se trata de transformar la purista y excluyente mentalidad nacionalista, de la que todos llevamos dos siglos imbuidos, por una mestiza e incluyente mentalidad federal.

¿Imposible? Platón y Aristóteles ni siquiera podían imaginar una sociedad sin esclavos, y hace cuatro días las mujeres no disfrutaban de los mismos derechos que los hombres. Un político debe mirar con un ojo el terreno que pisa —atender a lo inmediato—, pero con el otro debe atisbar el horizonte. Yo no veo, en Cataluña, España y Europa, un horizonte vivible que no sea federal. Avanzar en serio hacia él, para poder habitarlo cuanto antes, es la revolución que todos —y no solo Illa— tenemos pendiente.

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Sobre la firma

Javier Cercas
Javier Cercas nació en Ibahernando, Cáceres, en 1962. Es autor de 12 novelas que se han traducido a más de 30 idiomas y le han valido prestigiosos galardones nacionales e internacionales. Ha recibido, además, importantes premios de ensayo y periodismo, y diversos reconocimientos al conjunto de su carrera. Es miembro de la Real Academia Española.
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