Pueblos de Cáceres y Salamanca, unidos contra un mismo fuego: “Se agradece ver cómo se implican”
Las llamas ya han quemado más de 15.600 hectáreas en el incendio más grande que ha sufrido Extremadura nunca

Cuando las llamas le cerraron el paso a Jesús Martín en mitad de la montaña, se preguntó durante un momento por qué estaba allí, a pocos metros de uno de los focos del incendio. Él no es bombero, se dedica a la construcción. No es del pueblo cacereño más cercano al fuego, La Garganta, sino de otro más al sur llamado Baños de Montemayor, también extremeño. Sin embargo, está allí, en mitad de la montaña, donde no existen caminos para llegar y hay que abrirse paso a pisotones entre los arbustos, luchando contra el fuego mano a mano con los bomberos. “Si hoy no ayudamos a La Garganta, cuando el fuego nos llegue a nosotros, con qué cara les vamos a pedir ayuda”, comenta. Decirlo en voz alta le da valor para atravesar un tramo cercano a las llamas donde la temperatura quema la piel usando la rama de un arbusto como escudo.
La Garganta es el último municipio en la frontera de Cáceres con Salamanca. Sus vecinos llevan nueve días viendo como las llamas que se originaron al sur, en Jarilla, han avanzado más de 30 kilómetros hasta formar una lengua de fuego kilométrica que atraviesa sin control las laderas que hay frente a sus casas. Hasta allí han ido vecinos de municipios cercanos, tanto de Cáceres como de Salamanca, y durante ese tiempo han hecho cortafuegos, movido el ganado a zonas seguras y subido comida a los bomberos que trabajan en el incendio que ya ha arrasado más de 15.600 hectáreas de montaña. Cada uno tiene su propia misión.
Este miércoles por la mañana una cuadrilla de la Guardia Civil ha subido hasta La Garganta para informar a los vecinos de que tienen que tener hechas las maletas. El fuego aún está lejos, pero la dirección del viento ha cambiado y el humo que se les echa encima puede volverse irrespirable de un momento a otro. La gente se ha echado a la calle y, frente a la plaza del Ayuntamiento, comentan qué va a pasar. No ven los helicópteros que los sobrevuelan, porque el cielo está completamente cubierto por una humareda blanca, pero los escuchan. Un autobús verde aparcado en la calle les recuerda que de un momento a otro pueden tener que irse y dejar atrás toda su vida.
Cuando Gerardo, uno de los vecinos de La Garganta que está arrimando el hombro, ha bajado en su todoterreno de la zona más cercana al fuego, todo el mundo ya sabía qué tenía que hacer y el pueblo se ha convertido por un cuarto de hora en un hormiguero perfectamente coordinado. Un grupo de personas ha corrido a la tienda de Encarna a coger pan, jamón, chorizo, salchichón, guantes, mascarillas, queso, sandías y melones. Encarna no les cobra nada porque “ahora no hay tiempo para eso” y porque confía en que no la dejarán tirada cuando la situación se haya calmado. Otro grupo de 14 mujeres de todas las edades ha armado en cuestión de minutos casi un centenar de bocadillos para bomberos y voluntarios. Gerardo arranca el motor y se suben cuatro voluntarios más, cada uno de un pueblo diferente, pero todos igual de preocupados por el incendio. El pueblo les despide entre aplausos.

Gerardo lleva una gorra con los colores y la bandera de España, una camisa de cuadros y un pantalón de trabajo. Conduce a todo motor, primero por la carretera que sube el puerto de montaña y luego por un camino de tierra mal conservado y lleno de baches. Descarga el equipaje y hay otro grupo de voluntarios esperando. Se reparten las mochilas con agua y con comida y emprenden hacia la primera línea del incendio, donde darán provisiones a los bomberos y les ayudarán a controlar las llamas golpeándolas con una herramienta de gran tamaño que está a medio camino entre una pala y un remo.
Uno de los problemas que ha hecho que el incendio de Jarilla sea el más grande en la historia de Extremadura es la inaccesibilidad para llegar hasta las llamas. Están en zonas de montaña a las que solo se puede llegar abriéndose paso entre la vegetación. Imaginar un camión de bomberos allí es casi tan absurdo como ver un supermercado. En ese tipo de situaciones, los medios aéreos son determinantes. Desde la Junta de Extremadura creen que uno de los motivos por los que se ha extendido tanto es porque han tardado mucho en llegar más helicópteros e hidroaviones.

Para llegar al foco, el grupo de voluntarios ha bajado el monte a través de un sendero imaginario, esquivando las zarzas que se enganchan en la ropa y tratando de no caerse con la paja seca pisada, que resbala como si estuviera cubierta de escarcha. En la parte más baja del valle, han cruzado un arroyo agachados para no golpearse con las ramas bajas de los árboles, y luego han subido la ladera por una zona llena de polvo fino, que se levantaba y se respiraba a medida que avanzaban. La travesía ha durado más de una hora a paso firme.
Montaña arriba, donde el fuego arde con fuerza, les espera otro grupo de voluntarios y los bomberos que se han quedado atrás para descansar. “Se agradece mucho ver cómo los vecinos se implican”, señala uno. Allí hay llamas que llegan a los 10 metros cuando se comen uno de los pocos árboles que hay por la altitud. Los arbustos arden más despacio y producen un sonido similar al que hace una fuente.

Los 20 bomberos que trabajan allí son dotaciones de Castilla y León, aunque la mayoría de ellos son extremeños. Echan gasolina, queman de forma controlada el pasto, y utilizan el viento para intentar que la lengua de fuego se pliegue sobre sí misma. Es una tarea que puede llevar días por la extensión que tiene.
Por eso los helicópteros que sobrevuelan ese punto no echan agua justo encima de las llamas, sino unos metros más atrás, donde la tierra es negra y arde incluso a varios metros de profundidad. Los hidroaviones no están allí. Están a 23 kilómetros en línea recta, echando agua al otro lado de la montaña, donde el fuego también amenaza el municipio de El Torno.
Algunos voluntarios se desplazan a la pradera cercana para conseguir algo de cobertura y llamar a sus familias, que están en el pueblo. “Esto está mejor de lo que parece”, comenta uno. “Las llamas hoy ni de coña llegan al pueblo, me lo acaban de decir los bomberos”, dice otro. El despliegue de medios es descomunal en este momento y el viento ha vuelto a soplar de manera favorable por ese flanco. Las llamas avanzan despacio. La esperanza no se pierde en ese pueblo ni en ninguno de la zona.

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