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Murcia, una tierra fértil para los experimentos de la ultraderecha

Vox trató de colocar en Torre Pacheco una propuesta islamófoba casi idéntica a la de Jumilla semanas antes de los disturbios en esta localidad

Manifestación contra el racismo en Murcia, el 21 de julio tras los acontecimientos de Torre Pacheco.
Elena Reina

Alrededor de unos cafés con leche y unas tostadas de tomate con atún, un grupo de amigas jubiladas de Jumilla comenta con bochorno el motivo por el cual se ha hecho de repente famoso su pueblo. Ni la feria del vino, ni la Virgen de la Asunción, ni los 10 días en los que las calles del municipio murciano se engalanan ya de fiesta en vísperas de la vendimia que llevan todo el año esperando. Resulta que, según han visto en las noticias, ha sido aquí y en ningún otro sitio más de España donde su alcaldesa ha prohibido a los musulmanes rezar en un polideportivo. Y ellas, como muchos vecinos, no entienden nada.

Ni siquiera recuerdan cuándo fue la última vez que supieron del rezo de unos 1.500 musulmanes que viven y trabajan en el municipio. Fue en junio, en la Fiesta del Cordero, cuando se juntaron para orar de siete a nueve de la mañana en uno de los campos de fútbol del macroespacio deportivo a un kilómetro de ahí. Un recinto que les fue cedido, a cambio de una batería de medidas de seguridad, ambulancia, el pago de unas tasas y el sello del Ayuntamiento. Una de ellas cae, después de un rato, en que alguna vez los ha visto bajar la cuesta: “Pero vamos a ver, ¿en serio tanto escándalo por eso?“. Las demás se encogen de hombros.

Un hombre en Jumilla revisa las portadas de los periódicos que hablan de su pueblo.

La escena de la pastelería El Colchonero, de Jumilla, recuerda al asombro de Domingo Tomás hace unas semanas, en otra localidad murciana, Torre-Pacheco, después de que recibiera una paliza una mañana al salir a caminar por el camino del cementerio, cerca de su casa. Su imagen con la cara hinchada y su ojo inyectado en sangre se convirtió en la bandera de una batalla que se gestó mucho más lejos, en Madrid y Barcelona. Una “caza al moro” que mantuvo al pueblo sitiado por los disturbios entre grupos de ultraderecha y vecinos de origen magrebí. Poco importó lo que pensaba Tomás y su esposa cuando vieron cómo le habían utilizado para amenazar a todo un barrio escondido en sus casas. “Yo no quería nada de lo que ha pasado. Eso de ir a por ellos no lo veo bien”, señaló Tomás a este diario.

Dos mujeres pasean por las calle de Jumilla.

En Jumilla, ni siquiera la Concejalía de Deportes se había planteado modificar el uso del polideportivo, según ha reconocido su alcaldesa, Seve González (del PP), a EL PAÍS. Mucho menos, que fuera una prioridad sacar los rezos musulmanes que solo suponen dos horas al día, dos días al año, en una zona alejada del centro de la localidad. Pero, así como en Torre Pacheco la ultraderecha quiso prender la mecha del odio animando en redes a los hombres del país a “reconquistar” esa tierra, Vox consumó por la vía institucional, tres semanas más tarde una medida islamófoba inédita hasta ahora.

No era la primera vez que lo intentaban. EL PAÍS ha tenido acceso a una moción casi idéntica en sus motivos, solo que excluye el apartado del polideportivo, que el partido ultra trató de colocar en el Ayuntamiento de Torre Pacheco —gobernado también por el PP— el 13 de junio, un mes antes de que se prendiera la mecha del odio en el pueblo. Una propuesta que fue desestimada, aunque solo tuvo los votos en contra de los concejales del PSOE y del Partido Independiente. El PP se abstuvo. La medida supone casi un corta y pega de la proposición que el partido liderado por Santiago Abascal había presentado en el Congreso de los Diputados a finales de junio para calentar una ofensiva contra la religión musulmana y augurar un verano dorado para la extrema derecha en España.

Y la formación de ultraderecha encontró en esta tierra campesina, que vive fundamentalmente de las frutas y hortalizas que exporta a Europa y cosechan manos extranjeras, el escenario perfecto donde lograr dos objetivos en un solo golpe: erigirse como la única fuerza capaz de jalear el rechazo al migrante y poner al Partido Popular contra las cuerdas. Aglutinar, desde un nuevo epicentro xenófobo e islamófobo de España, todo el poder reaccionario de la derecha.

Murcia es la tierra que le dio su primer triunfo en las elecciones en 2019 y lo consolidó como una opción a la derecha del Partido Popular. Una comunidad autónoma que vive fundamentalmente del campo, que supone el 20% de su PIB. Es la región menos envejecida del país, donde solo el 16,6% de la población es mayor de 65 años, según un informe de CaixaBank y, a su vez, una de las cinco más pobres de España (con una renta per cápita 17,6 puntos por debajo de la media nacional). Donde los de Abascal gobiernan en coalición con el PP en ocho municipios y en otros su voto resulta decisivo para aprobar los presupuestos, como ha sucedido recientemente en la Asamblea regional.

“Aquí la convivencia no existe”, resume Abdu Boukra, de 53 años, que vive en Jumilla desde hace más de 20 y ha trabajado como traductor en el Ayuntamiento. Boukra cita una serie de restaurantes y bares a los que van ellos y las calles por donde se mueven “los otros”. También, cómo la integración todavía se ha complicado más con la llegada desde hace unos años de la comunidad ecuatoriana, con la que tampoco conviven. “No nos mezclamos, pero nos respetamos”, añade Boukra. “En estos pueblos se da una convivencia de conveniencia”, insiste por su parte Paulino Ros, periodista de Onda Regional y autor del Blog Islam en Murcia.

Varios vecinos de Jumilla pasean por sus calles a comienzos de agosto.

Con esta coctelera de nuevos conflictos que agitan desde la sede de Vox en Madrid, poco importa si en Jumilla el rezo colectivo de los musulmanes no era un problema. Si en Torre Pacheco ni siquiera los dueños de las tierras se manifestaron en contra de los inmigrantes, la inmensa mayoría de sus trabajadores. “Es como si quisieran crear problemas que no existían. Vienen a acabar con todo lo que se había trabajado con las comunidades musulmanas desde hace 40 años”, apunta Ros.

El mensaje de la ultraderecha cae como un obús sobre estas poblaciones, donde han encontrado un terreno fértil para sus experimentos. Esos que han seguido de cerca en otras partes de Europa y América, como los Estados Unidos de Donald Trump. Y así, sus vecinos, como esta vez han sido los de Jumilla, se levantan una mañana aturdidos, sin comprender por qué de repente su pueblo es ejemplo nacional de nada. Pues el mensaje y su onda expansiva tiene un propósito mayor: sus calles y sus conversaciones se han convertido de pronto en el campo de pruebas de la extrema derecha en España.

Vecinos de Jumilla esperando en un semáforo este viernes en las calles del municipio.

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Sobre la firma

Elena Reina
Es reportera de la sección de Nacional. Antes trabajó ocho años en la redacción de EL PAÍS México, donde se especializó en temas de narcotráfico, migración y feminicidios. Es coautora del libro ‘Rabia: ocho crónicas contra el cinismo en América Latina’ (Anagrama, 2022) y Premio Gabriel García Márquez de Periodismo a la mejor cobertura en 2020.
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