La ultraderecha impone su mensaje islamófobo en Jumilla: a rezar a otra parte
Las dos grandes festividades de la comunidad musulmana del municipio murciano son expulsadas de los recintos municipales

A un lado de un césped cuidadosamente cortado y vacío, caminan con prisa unos niños con chanclas. Otro grupo manda pelotas de tenis fuera de la pista, un conserje rescata a un gato esquelético y una concejala se da un baño en la piscina minutos antes de que comience un curso de natación. Hay un circo pegado al recinto. Y la noche de este jueves, está previsto un evento para la “exaltación del vino” de Jumilla. En este macroespacio público de la localidad vinícola por excelencia de Murcia se pueden hacer muchas cosas al mismo tiempo. Pero ya no se puede rezar.
Coincide que, en el campo de fútbol que hay más alejado de la entrada, que apenas se observa cuando uno baja las escaleras del recinto, los únicos que lo hacían eran unos 1.500 vecinos musulmanes. La comunidad islámica jumillana —que encontró en esta localidad fronteriza con los campos de pistacho de Hellín y con los melocotoneros de Cieza un rincón donde vivir— había rentado este espacio municipal para celebrar desde hace al menos cuatro años los rezos colectivos de sus dos grandes festividades religiosas: la del fin del Ramadán y la Fiesta del Cordero. Eran dos días al año, dos horas, de siete a nueve de la mañana.

Pero una moción de Vox (aceptada y enmendada por el PP), que lleva todo el verano calentando el debate xenófobo en España, ha aterrizado como un meteorito en el centro del pueblo. Otra vez en Murcia. Como sucedió hace un mes en Torre Pacheco. Y una medida que ni siquiera había planteado la Concejalía de Deportes, según ha reconocido a este diario su alcaldesa, Seve González, de repente ha convertido a la localidad en el nuevo foco del odio al Islam en el país. Jumilla, que se preparaba estos días para arrancar sus fiestas patronales en honor a la Virgen de la Asunción y el comienzo de la vendimia, es el último basión de la ultraderecha para hacer avanzar su mensaje: a rezar a otra parte.
La enmienda que ha aprobado el Ayuntamiento impide que se puedan celebrar en espacios deportivos municipales eventos que no sean de carácter deportivo u otros que organice el propio consistorio. El texto que sacó adelante el Grupo Popular en el Ayuntamiento mantuvo, no obstante, el carácter inicial que empujó Vox: “Sobre la defensa de los usos y costumbres del pueblo español frente a las prácticas culturales foráneas, como la Fiesta del Cordero y modificación del reglamento de uso y funcionamiento de instalaciones deportivas municipales”. Y la norma, que se aprobó con la abstención del grupo ultra, se selló una semana antes de lograr aprobar los presupuestos de la localidad.
—¿Alguien puede decirnos qué daño les hace que recemos?
Charaf tiene 36 años, es de Casablanca (Marruecos) y tiene miedo de que la norma sea solo un primer paso hacia algo peor. El jornalero marroquí, que no da su apellido al igual que otros entrevistados en este reportaje, lleva 10 años viviendo en España y este jueves es su primer día de descanso después de podar los campos de la provincia de Albacete. Volverá para recoger la uva a primeros de septiembre. Vive en uno de los barrios a los que los jumillanos dueños de bodegas de vino no se suelen asomar, un rincón que en los ochenta prometió decenas de pisos de protección oficial y ahora solo mantiene los esqueletos de dos bloques de viviendas en ruinas, conocidos como los pisos rojos, y montones de basura. A un lado de estos pisos está su casa, que alquila por unos 350 euros junto a su pareja, Amina.

Ni Charaf ni muchos otros que este jueves a mediodía regresan deshechos a sus casas suelen tener mucho tiempo para acudir a la mezquita a rezar. “Lo hago donde puedo. A veces en mi casa, otras en el trabajo”, explica. Aunque apunta algo: “Para nosotros es muy importante hacerlo en grupo. Es como si sumaras más puntos con Dios”. De manera que limitar los espacios donde podían hacerlo apunta directamente al corazón de esta comunidad.
Son las 14.00 en la puerta de un garaje en el barrio de los pisos rojos. Hasta ahí caminan algunos de los que llegaron del campo vestidos con sudaderas para esquivar al sol, se han duchado y cambiado para asistir a la oración en la mezquita de Jumilla. En la entrada, Mohamed Benallal, presidente de la comunidad islámica local, pide que no se “caliente” más el debate. Son conscientes de los sucesos que han vivido otras localidades en el país y advierte de que “tomarán las medidas legales oportunas” contra la norma del Ayuntamiento después de una asamblea que tienen prevista para septiembre. “Lo que más nos preocupa es cómo explicarles a nuestros hijos que su credo no es bienvenido en el pueblo. Es su derecho”, se lamenta señalando a un grupo de niños que ha acudido a rezar.

En su interior, Mustafá lee el Corán sentado descalzo. Otro hombre, que apenas habla español, maneja con sus dedos el misbaha (similar a un rosario) en la entrada. Mohammed Saidi, de 36 años, que se siente más español que marroquí, pues llegó apenas siendo un adolescente, y que acaba de llegar de trabajar, apunta a la mezquita y señala indignado: “Ese polideportivo también lo hemos pagado nosotros, ¿por qué no tenemos derecho?, ¿por qué este odio?“.
De pronto, el goteo silencioso de hombres se interrumpe a la llegada de Francisco Palencia, afiliado a Vox, con pulsera de España en la muñeca: “Estaba viendo todo esto en las noticias y estoy muy cabreado. Esto no tiene ningún sentido. Quiero que sepan que no todos pensamos lo mismo”. El señor del misbaha solo lo mira y asiente, resignado.
En la piscina del polideportivo, una mujer se da un baño unos minutos antes de que comience un cursillo de natación. Es María Herrero, la concejala de Deportes de la localidad, la que tendrá la misión de redactar un borrador para modificar el reglamento del recinto. “Hay otros sitios donde podrán hacerlo. Hay, por ejemplo, unas pistas nuevas en la zona de los pisos rojos”, apunta a este diario desde el agua. Un lugar rodeado de escombros, entre edificios en ruinas, a espaldas de la otra Jumilla. Un poco más lejos, como si tuvieran que esconderse.
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