Incertidumbre entre los musulmanes de Jumilla: “Ahora es un rezo, pero no sabemos qué más nos pueden quitar mañana”
La comunidad islámica de la localidad murciana recibe con sospecha una medida que impide la celebración de sus dos grandes fiestas religiosas en espacios municipales


Abdu Boukra tiene 53 años y nació en Marruecos, pero lleva más de 20 años viviendo en Jumilla (Murcia). Antes, estudió Traducción en Austria, vivió en Alemania, y regresó a la localidad murciana donde se casó con su mujer, española. Boukra se toma la noche de este miércoles una copa en uno de los pocos bares del municipio donde los hombres de origen magrebí se sientan en su terraza a ver la vida pasar después de volver del campo. Ha pasado ya demasiado tiempo desde que empezó a trabajar en el Ayuntamiento, al que señala cuando habla, a unos 500 metros del local. Formó en 2006 parte de un equipo municipal que promovía la integración de la comunidad marroquí en el pueblo. Ahora, cuenta, no comprende qué está pasando en ese mismo edificio: “Nos han quitado un sitio donde rezar y ahora es un rezo, pero no sabemos qué más nos pueden quitar mañana”.
El 28 de julio, una semana antes de que comenzara el debate de los presupuestos municipales —en un consistorio gobernado por el Partido Popular y con un concejal de Vox— el Pleno aprobó una enmienda del PP a una moción del partido ultra que impide en la práctica la celebración de las dos grandes fiestas musulmanas en este municipio de 27.200 vecinos, de los que se estima que 1.500 profesan era religión. Una medida inédita, pues el motivo que la justificaba en un inicio apela a “manifestaciones religiosas tradicionales [en España]” y se enfrenta de manera directa al derecho fundamental de libertad religiosa y de culto, reconocida en la Constitución.
Se trata del rezo colectivo del fin del Ramadán —el Aid el-Fitr— y el que se hace dos meses después, en la Fiesta del Cordero, más popular, en la que los fieles tienen la tradición de encargar corderos en el matadero municipal para repartir con su familia. Los dos se habían llevado a cabo al menos en los últimos cuatro años en el polideportivo municipal y es ahí donde el partido ultra encontró una llave para alentar un debate que poco tenía que ver con las funciones del recinto, sino que buscaba prohibir “actos ajenos a la identidad del pueblo”.
La enmienda del PP ha matizado la moción de los ultras mediante una maniobra: la modificación del reglamento para que ese recinto municipal se dedique en exclusiva a actividades deportivas o aquellas que organice el propio Ayuntamiento. Con ese matiz fue aprobado y se han iniciado los trámites. Y aunque insisten desde el Consistorio en tratar de calmar los ánimos explicando que solo se trata de un cambio de uso específico del recinto, la oposición ha tachado la propuesta de ser “xenófoba”. “La medida viene de donde viene, de una moción bochornosa y racista de Vox. El PP lo que ha hecho es blanquearla”, denunciaba a este diario la exalcaldesa y portavoz socialista en Jumilla, Juana Guardiola.
“Nos lo han puesto más difícil. Es como si hubieran querido poner un obstáculo más. Y todos nos preguntamos: ¿para qué?, ¿qué ganan los votantes de estos partidos con esta medida?”, comenta Mohamed, que prefiere no dar su nombre real porque teme calentar un debate que una vez más apunta contra su comunidad. Jumilla se ha convertido este agosto en el nuevo epicentro del odio xenófobo de una ultraderecha que vive estos días su verano más caldeado, después de que hace un mes se jaleara desde grupos de extrema derecha en redes sociales una cacería contra el magrebí a 100 kilómetros de aquí, también en Murcia, en Torre Pacheco.

“Aquí nunca ha habido convivencia, vivimos en barrios distintos, vamos a bares diferentes”, explica Boukra. Jumilla, una localidad agrícola que sirve como núcleo de población de cientos de hombres que cada día madrugan para trabajar los campos no solo de esta zona del interior de Murcia, sino también de la provincia de Albacete, con la que colinda. Un pueblo lleno de gente que se va de madrugada y que llega a dormir y cuya integración, señala Boukra, nunca ha sido sencilla. “Pero nadie lo había puesto tan difícil como ahora. Es como si quisieran que retrocediéramos todavía más”, añade.
Boukra y Mohamed, así como la decena de hombres que pasan la tarde en la terraza del bar La Zona en la avenida Levante del pueblo, no parecen preocupados por haber “perdido un polideportivo”, así lo resumen. Pero el traductor advierte de que la norma quizá solo es un paso, “un primer paso hacia algo mucho peor”. “Si no tenemos un recinto, buscaremos otro. Iremos a rezar a un descampado. Pero esto solo complica las cosas, esto solo nos aleja”, remata Boukra.
La enmienda fue aprobada el pasado 28 de julio con los 10 votos a favor del PP (y el voto de calidad de la alcaldesa), la abstención del único concejal de Vox y los nueve votos en contra de PSOE, más el del edil de IU-Podemos-AV. Y este miércoles han sido aprobados los presupuestos municipales de nuevo con la abstención del concejal de Vox. Su alcaldesa del PP, Severa González, que gobierna en minoría, necesitaba que Vox al menos se abstuviera para sacar adelante las cuentas de su localidad.
Jumilla ha replicado a pequeña escala lo que sucedió también en la Asamblea Regional. El PP necesitaba la abstención de Vox para aprobar los presupuestos y, a finales de julio, tras los disturbios de Torre Pacheco y con el país mirando hacia Murcia, logró sacarlos adelante a cambio de ceder a las propuestas de los ultras en política migratoria. Así, el PP accedió a cerrar un centro para menores de acogida donde hay 60 residentes, rechazar el reparto de los menores inmigrantes que promueve el Gobierno nacional, retirar las subvenciones a ONG que colaboren con migrantes y poner en marcha un protocolo para establecer la edad de los menores.
El precio que ha pagado el Gobierno de Jumilla a cambio de tener presupuestos ha supuesto un golpe al corazón de la comunidad musulmana. Que desde hoy, y a la espera de que se modifique el reglamento, tendrán que buscar un espacio seguro donde reunirse a rezar en las dos fechas sagradas de su calendario. Unas fiestas que solo suponían la cesión del espacio durante las primeras horas de la mañana de dos días al año, de 7.00 a 9.00. “Y esto les sale gratis. Porque muchos de los marroquíes que viven aquí ni siquiera podrán votar en las próximas elecciones”, remata Boukra.
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