Torre Pacheco, la tierra donde el melón se comió a la ultraderecha
En este pueblo agrícola del Campo de Cartagena, que prevé exportar 160.000 toneladas de esta fruta, la cacería contra el migrante se topa con una realidad más inmediata: su propia subsistencia

Son las 15.15 horas en un punto a seis kilómetros de Torre Pacheco (Murcia). El termómetro marca 38 grados y una decena de chalecos naranjas avanza como en formación por los surcos que marca el tractor. La gravedad terca hace que las matas se deslomen contra la tierra y, por tanto, también ellos. El agua que riega de manera artificial estas plantas rastreras las ha hecho parir cientos de toneladas de melones con los que se nutrirá la cooperativa. Y de paso, los que doblan la espalda. Sin las ganancias que da esta fruta que se comerán en Francia, es imposible explicar cómo, este pueblo del corazón del Campo de Cartagena, ha disuelto en menos de una semana una oleada nacional de odio xenófobo contra una comunidad completa de origen magrebí. La “caza al moro”, que alentaba la ultraderecha desde Madrid o Barcelona, se topó con una realidad más inmediata: la necesidad de un pueblo de seguir existiendo. Y estaban en plena campaña del melón.
—Tú, cállate. Que no has trabajado en tu puta vida.
Un hombre de origen magrebí encapuchado, de unos 30 años, le gritaba a un conocido youtuber —que se presenta a sí mismo como “disidente de la izquierda”— mientras este retransmitía en directo lo que prometía ser una cuarta noche de disturbios en la localidad. En una esquina del barrio de San Antonio, donde viven la mayoría de los vecinos de origen marroquí, se habían reunido unos 100 ante una decena de medios de comunicación. El motivo: impedir que si volvían esos hombres con esvásticas tatuadas los pillaran solos por la calle. En estas casas viven las familias que cosechan las frutas que se come Europa. Y aunque ese hombre pudo devolverle cualquier insulto a todos los que piensan que debe volver a Marruecos, decidió señalar el problema.
Torre Pacheco, de 40.000 habitantes, se ha convertido desde hace una semana en el epicentro del odio racista de toda España, alentado por facciones ultraderechistas de toda índole, desde partidos políticos, como Vox, hasta grupúsculos neonazis, influencers ultras, aprendices de influencers y dispensadores de bulos. Contaba con los ingredientes perfectos para ello: un pueblo que vive necesariamente de un campo del que los hijos de cualquiera quieren escapar; un 32,2% de población de origen extranjero, cuatro mezquitas, colegios públicos donde van los hijos de campesinos magrebíes (y de otra decena de nacionalidades) y colegios concertados a los que van los hijos de los patrones; barrios donde viven “ellos” y otros donde viven “los de aquí”. Decenas de jóvenes nacidos en España a los que en su pueblo los llaman “moros”, y forasteros en la tierra de sus padres.
Y el miércoles 9 de julio, tres que hablaban árabe le dieron una paliza a Domingo. La imagen de este vecino de 68 años, con la cara hinchada, su frente amoratada y su ojo inyectado en sangre, indignó a un pueblo, que se manifestó dos días más tarde en la plaza del Ayuntamiento. Ese mismo día un joven de 15 años de padre marroquí y madre vasca fue apaleado por presentarse a esa concentración. La mecha se acababa de prender en Torre Pacheco.
El lunes, Vox había calentado el debate. Su portavoz de Emergencia Demográfica, Rocío de Meer, declaró que había que deportar a 8 millones de inmigrantes y a sus hijos “para sobrevivir como pueblo”. Y como si se tratara de una epifanía, el partido había convocado un acto en El Ejido (Almería) para el viernes, el lugar que en el año 2000 se convirtió en el núcleo del odio racista contra toda una población inmigrante. Unos sucesos provocados por el asesinato de tres españoles y una represalia sin precedentes de todo un pueblo contra el de fuera. Un sitio también agrícola con el que días más tarde se comparó lo vivido en Torre Pacheco. Antes de lo previsto, su semillero de odio ideal se trasladó 240 kilómetros al noreste. A la tierra que le dio su primer triunfo en las elecciones en 2019 y los consolidó como una opción a la derecha del Partido Popular: la región de Murcia.
Y para ese entonces, poco importó que el lunes ya estuvieran detenidos todos los implicados. Que se supiera que ninguno era vecino de San Antonio. Que al que la Guardia Civil acusa de haberle propinado la paliza a Domingo, había llegado hacía una semana de Cataluña. Que los otros dos no llevaran viviendo en Torre Pacheco más de mes y medio. Que Domingo y su mujer, Encarna, ya se hubieran dado cuenta a esas alturas, que estaban utilizando su caso para jalear una revuelta ultra que nada tenía que ver con su historia. “Han utilizado la paliza de Domingo para traer la violencia al pueblo. Para hacerle a otros lo mismo que le hicieron a él”, criticaba su mujer a EL PAÍS.
Grupos de hombres, algunos de ellos llegados incluso de otras localidades (como Alicante o Almería), irrumpieron en las calles del barrio con el objetivo de jalear el miedo contra una comunidad que se escondía en sus casas. Algunos salieron y se enfrentaron en una batalla campal que dejó una decena de detenidos (unos 13 en total, durante cuatro noches de disturbios). La noche siguiente, otros 40 hombres destrozaron con bates un kebab y huyeron, por ese ataque hubo un detenido, según confirmó el ministro del Interior.
Las redes sociales hicieron lo propio. Desde las cuentas de organizaciones como Deport Them Now (Depórtenlos ahora, en inglés) se hacían llamamientos de “caza al moro”, de que había que “reconquistar Torre Pacheco”. Uno de sus cabecillas, Christian L. F., de 29 años, que ejercía de escolta privado y tenía permiso de armas, fue detenido el lunes en Mataró (Barcelona) acusado de un delito de odio. Pero otros siguieron incitando la bronca hasta el martes. Como el líder de Desokupa, Daniel Esteve, que animaba a sus seguidores a viajar hasta el pueblo para “darles su merecido”, como Vito Quiles, Bertrand Ndongo, RescueYou. Todos convirtieron Torre Pacheco en su plató de televisión particular durante una manifestación que pinchó el día en que iban a hacer una exhibición de fuerza, porque la realidad de este municipio es mucho más compleja cuando se aterriza en sus calles.
Muchos de ellos, que no habían pisado Torre Pacheco en su vida y mucho menos sus campos, no contaban con la resistencia de un pueblo que apenas les siguió. A la concentración solo acudieron unas 150 personas entre decenas de periodistas, curiosos y vecinos. Y sus líderes se marcharon antes de que empezara, escoltados por patrullas de la Guardia Civil. Mientras unos gritaban en sus móviles y solo unos pocos lo hacían en la plaza contra el Gobierno y cualquier medio de comunicación, a 10 minutos en coche de ahí, todavía había que cortar el melón. Quizá por esa razón nadie de los que estaban ahí, ni siquiera los más encolerizados, se atrevió a nombrar a quienes sabían que iban a hacerlo.
La noche en la que el hombre encapuchado le pedía al youtuber que se callara, los líderes espirituales de la comunidad, habían decidido dar un paso al frente. En un círculo, cuatro hombres vestidos con la bata de oración y la taqiyah (gorro), juntaron con su mera presencia y sin necesidad de alzar la voz a las decenas de muchachos envalentonados, con las caras tapadas con camisetas, que esperaban a los ultras con palos y cadenas. Era lunes, cuarta noche de disturbios y ellos tenían un mensaje: “Nosotros solo queremos la paz. Todo esto se tiene que calmar”, explicaban en árabe a los presentes. Y aunque un centenar de ellos continuó vigilando en pelotón cada entrada y salida del barrio hasta la madrugada, no volvieron a salir. Esta esquina también era Torre Pacheco y esos señores, sus patriarcas.
“El odio ha venido de fuera”, señala Antonio León, portavoz del Partido Independiente del municipio (el que más años ha gobernado la localidad), líder de la oposición al PP y alcalde del pueblo desde 2015 a 2023, y con esta frase se resume el sentir de las decenas de vecinos consultados por este periódico. “Somos una sociedad multicultural. Y nos toleramos, no compartimos su cultura, pero nos respetamos”, agrega. “Tenemos una convivencia de conveniencia”, apunta por su parte Paulino Ros, periodista de Onda Regional y autor del Blog Islam en Murcia.
León recuerda cómo hace años había concentraciones de agricultores para pedir que se abrieran las fronteras, porque hacía falta mano de obra y nadie quería trabajar en el campo. Ahora es al revés. “Hay cierta hipocresía en todo esto. Los necesitamos, son más del 90% de los trabajadores, algunos ya son encargados. Sin ellos, la economía de Torre Pacheco se hunde”.
La localidad prevé este año exportar 160.000 toneladas de melón a Europa (un 8% más que el año anterior), según los últimos datos del Gobierno regional. Un rincón extremadamente fértil del país, que cultiva el 25,5% de toda esta fruta en España, por la que el año pasado se obtuvieron unas ganancias de 149 millones de euros, la mitad de la exportación nacional de este fruto.
Cuesta imaginarse esta tierra, rodeada de fincas verdes, como una zona de secano (cereales, olivos, almendros). Una localidad próspera para los terratenientes, que no se explica sin la construcción del trasvase Tajo-Segura, cuyas aguas llegaron por primera vez en mayo de 1979. Y con ellas, cultivos nuevos de hortalizas, frutas y verduras. Y la necesidad urgente de mano de obra. A estas tierras llegaron primero jornaleros andaluces y manchegos. Y, en los ochenta, algunos temporeros del Magreb.
“A partir de los 90 muchos comenzaron a asentarse. Llegaron con sus familias, vivían de alquiler, compraron casas, montaron algunos negocios y sus hijos iban a la escuela”, recuerda León. Y aunque la población marroquí ha sido siempre la extranjera más importante, también lo son la ecuatoriana, la rumana y la india (de la comunidad sij). “En los últimos años, con el auge de Vox, ha habido un abandono a la integración del resto de comunidades. Hay fronteras invisibles de racismo. Y ahora lo que estamos recogiendo son los frutos del odio que otros han sembrado”, apunta Paulino Ros.
Torre Pacheco no cuenta con un índice de criminalidad preocupante, según los datos recabados por el Ministerio del Interior. Una cifra por cada 1.000 habitantes (41) igual que la media española y por debajo de la murciana. Sus datos de empleo marcan el destino de esta tierra de campesinos: trabajo no falta, pero está mal pagado. Cuenta con una tasa de parados del 7,2% (muy por debajo de la media regional, del 12,8%), aunque uno de cada dos vive con la mitad de ingresos que el resto de los murcianos.
Este jueves no hay ni un solo jornalero con chaleco naranja que haya nacido en España. Tampoco su encargado, de Ecuador. Ni el que les lleva el agua, dominicano. Esta decena de cuerpos agotados que caminan sobre una tierra que hierve a las tres de la tarde, que tiene la humedad del mar, pero no conoce su brisa, llena las cajas de un camión que espera rebosar antes de que sea media tarde.
El dueño de estas hectáreas de melón, que prefiere no dar su nombre, no quiere saber nada de lo que pasa en el centro. Ningún agricultor se ha manifestado estos días de odio xenófobo, porque saben bien de dónde se nutre su compañía. Torre Pacheco, aunque lo parecía, no ha sido El Ejido.
“Que vengan ellos, los tatuados, aquí, a ver cuánto aguantan”, zanja el agricultor. La guerra contra el migrante en Torre Pacheco no se escucha en la huerta.
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