Domingo Tomás, el vecino agredido en Torre Pacheco: “Yo no quería nada de lo que ha pasado. Eso de ir a por ellos no lo veo bien”
El hombre, de 68 años, víctima de la agresión que fue utilizada para dar rienda suelta a una cacería contra la población magrebí del municipio murciano, se desmarca del uso ultra de su historia


Domingo Tomás tiene 68 años y hasta hace una semana, una rutina: salir a caminar, ver la televisión y echar la partida al dominó con sus amigos. Lo de levantarse a las cinco de la madrugada se le ha quedado de los más de 50 años en los que se despertaba sin necesidad de alarma para ir a un almacén de envasado de verduras y hortalizas en Torre Pacheco. Hace ocho días, se encontró en la oscuridad con tres hombres, uno de ellos se le vino encima y le propinó un puñetazo. La imagen con su cara hinchada, su frente amoratada y su ojo inyectado en sangre sirvió como bandera de una batalla que le quedaba mucho más lejos. Cuando se dio a conocer que los tres agresores eran de origen magrebí, la ultraderecha y sus tentáculos en las redes sociales jalearon una cacería en su nombre contra todo vecino de esa procedencia en el municipio murciano. Pero él, cuenta este miércoles a EL PAÍS, “no quería nada de lo que ha pasado”. Y añade: “Eso de ir a por ellos no lo veo bien”.
Su esposa, Encarna, va más allá: “Han utilizado la paliza de Domingo para traer la violencia al pueblo. Para hacerle a otros lo mismo que le hicieron a él”. Desde el porche de su casa, a dos kilómetros de la zona cero donde comenzaron los disturbios, su mujer cuenta a este diario cómo cree que todo “se ha salido de control”. “Todos los que somos de aquí sabemos que esto no tiene nada que ver con la gente del pueblo. El odio ha venido de fuera y se han agarrado de la paliza a mi marido”, denuncia.
Torre Pacheco se ha convertido desde hace una semana en el epicentro del odio al migrante del que se alimentan desde hace años los partidos de extrema derecha, como Vox. En esta localidad de 40.000 habitantes, con un 32,2% de población de origen extranjero que aterrizó en esta tierra fundamentalmente por los euros que daban las hortalizas del Campo de Cartagena, se fundían los ingredientes que necesitaban para alentar una guerra entre vecinos que ha sitiado el pueblo durante cinco días.
En la mesa que da a la puerta del bar La Campana, se sienta este miércoles Domingo para jugar la partida de dominó con sus amigos, como ha hecho desde que cerraran el bar de al lado de su casa en la pandemia. Y en una carambola que se les escapa a quienes alentaban el odio xenófobo en el municipio, este local se encuentra en el corazón del barrio de San Antonio, donde viven la mayoría de vecinos de origen marroquí. En la calle donde ha aparcado Domingo su scooter Kymco negra, hace solo cuatro días un grupo de hombres con esvásticas en el cuello amenazaban con matar a todos los que vivían ahí.

Domingo, que ha pasado una semana encerrado por los golpes, salió por primera vez el día que se cumplían siete días de la paliza. “Se me venía la casa encima, yo tenía que volver a hacer lo de siempre”, cuenta mientras golpea con fuerza las fichas de dominó contra la mesa. Lleva gafas de sol para que no le pregunten más por cómo lleva el ojo, que todavía lo tiene algo inflamado; por el moratón amarillento que florea a la altura de la sien. Porque Domingo insiste como con vergüenza: “Yo no quería este protagonismo”.
En este hombre que dejó la escuela a los 13 años para encerrarse en un almacén a envasar fruta y no lo dejó hasta la jubilación, no ha calado el miedo que han tratado de inyectar en su pueblo: “De 40.000 que somos, me ha pegado uno”.
Los tres presuntos implicados en la agresión han sido detenidos esta semana. Uno de ellos, acusado de propinarle la paliza, fue capturado en Rentería (en Guipúzcoa, País Vasco) y según han declarado los testigos en el programa Y Ahora Sonsoles de Antena 3, llevaba viviendo apenas una semana en el municipio. Los otros dos acusados no llevaban más de un mes y medio en el pueblo. Todos vivían, según contaron, en una casa abandonada cerca del cementerio donde fue atacado Domingo.

“Se ha dicho de todo, incluso han difundido imágenes de un hombre que no era mi marido”, se quejaba Encarna. Una de las mentiras que se difundieron para alarmar a la población fue que Domingo era un “anciano”. “Hombre, ya no soy un chaval. Pero tampoco soy un anciano. Voy y vengo en mi moto. Yo me veo bien, la verdad”, se reía Domingo este miércoles. Para congregar a la máxima cantidad de gente posible en una manifestación ultra el martes se compartía un llamamiento por “las agresiones a nuestros abuelos”. A la concentración apenas acudieron unas 150 personas, entre vecinos, curiosos y decenas de periodistas.
En la acera donde Domingo ha aparcado la moto, todavía hay restos de los disturbios que se generaron en su nombre. Epifanio, dueño del bar donde esta tarde vuelven a jugar todos al dominó, muestra los adoquines reventados que se usaron para lanzar a uno y otro bando en una batalla campal que nunca tuvo que haberse producido. Un conflicto, con más de un centenar de guardias civiles desplegados, 13 detenidos acusados de delitos de odio y daños, que Domingo observó perplejo desde el sillón de su casa. “Yo no me esperaba que la gente se fuera contra ellos. Delincuentes hay de todos los colores”, sentencia.
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