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El mercado del odio: métodos y aliados de los acosadores de políticos y periodistas

Representantes públicos y profesionales de distintos medios revelan situaciones de riesgo e intimidación promovidas por la extrema derecha

El socialista Patxi López con Vito Quiles en el Congreso.
Natalia Junquera

“En los vídeos editados que sube”, explica Gabriel Rufián, portavoz parlamentario de ERC, “no se aprecia, pero mientras te habla, Bertrand Ndongo te va golpeando con el codo en las costillas. Yo intento no darle lo que busca, que es una reacción violenta. El contenido se va a generar de todos modos, así que trato de ponérselo difícil”. Yves Bertrand Ndongo Meye, camerunés, llegó a España en febrero de 2010, a los 21 años. Según ha relatado en varias entrevistas, empezó trabajando en la limpieza de un colegio. Se dio a conocer por vídeos en los que apoyaba a Vox, partido al que se afilió. Trabajó como asesor de Rocío Monasterio en la Asamblea de Madrid y en Estado De Alarma (EDATV), plataforma que preside el experiodista de El Mundo Javier Negre, habitual propagador de bulos, y actualmente tiene un programa en la web Periodista Digital. Admirador de Franco —con el dictador él habría sido “ministro”, dice—, Ndongo lleva años acreditado como periodista en el Congreso de los Diputados, pero no lo es. Su trabajo es el activismo ultra. “Es Dios”, escribe bajo una foto abrazado a Santiago Abascal. “Con el hombre que debe gobernar España, la única esperanza”, añade en otra de las múltiples estampas que ha colgado en sus redes junto al líder de Vox.

El pasado martes, la mayoría del Congreso dio el primer paso para impulsar una reforma de la ley con la que se regula el funcionamiento en la Cámara para poder retirar la acreditación a personas que profieran insultos o atenten “contra la dignidad” de otros. En marzo de 2024, Ndongo tuiteó, refiriéndose a la compañera Marta Monforte, actual corresponsal política de Infolibre: “Es un mito ser periodista por haber pasado por la facultad. Pájaras como tú, con las rodilleras y mamándosela a los políticos, sois un cáncer para este país”. Monforte pidió entonces amparo al departamento de Comunicación del Congreso. “Les enseñé el tuit y dijeron que me entendían, pero que ellos no podían retirarle la acreditación, que lo denunciara a la policía. O sea, que tenía que convivir en mi lugar de trabajo con esa persona que se refirió en esos términos hacia mí y que provocó que recibiera un aluvión de insultos y comentarios machistas sobre mi cuerpo en redes. La primera vez que hablamos con los partidos para tratar de resolver esto hubo bastante resistencia, porque nos decían que la derecha diría, como así ha sido finalmente, que era un intento de limitar a medios incómodos. Pero la tensión ha ido escalando, cada vez con más incidentes, y todos los periodistas estamos de acuerdo en que esto no es tolerable”.

Ndongo había escrito aquel tuit —que posteriormente borró, aunque desde entonces ha hecho otros similares— para apoyar a su “amigo” Vito Quiles, con quien Monforte había discutido en el patio del Congreso porque interrumpió una pregunta suya a un diputado. Vito Zoppellari Quiles (con más de 462.000 seguidores en Instagram, alrededor de 431.200 en X y cerca de 151.400 suscriptores en su canal de Telegram) fue en las listas de la marca política del agitador ultra Alvise Pérez, Se Acabó la Fiesta, en las elecciones europeas del año pasado. Trabaja en EDATV. Fue uno de los activistas que jaleó las protestas frente a la sede del PSOE en Ferraz en 2023 que terminaron en disturbios, con una treintena de policías heridos, y ha sido denunciado por injurias y calumnias.

“En un grupo de WhatsApp de amigos del colegio”, prosigue Rufián, “me preguntaron por qué echamos a periodistas del Congreso. Gente de buena fe puede ver en Vito Quiles a un chaval que pregunta lo que nadie pregunta a gente trajeada rodeada de escoltas. Pero no son periodistas. No van a preguntarle a Abascal por la multa del Tribunal de Cuentas o a Ayuso por el fraude fiscal de su novio. Y no tiene ningún interés informativo sacar a un político paseando con su hijo o comprando en un supermercado: eso es acoso. Tienen a miles de seguidores que simplemente están a la caza del político de izquierdas para hacerle una foto y luego inventarse lo que sea. El objetivo es restringir tu vida. Yo, cuando viajo, me muevo con gorra y mascarilla. Cuando mi mujer estaba embarazada, nos hicieron una foto a la una del mediodía en un bar de Pamplona, dijeron que era la una de la madrugada, que yo estaba con dos mujeres y que iba mucho al baño. Y eso tiene miles de retuits”.

Bertrand Ndongo saluda a Javier Ortega Smith, de Vox, en Madrid en 2019.

De las redes, el acoso ha saltado a la calle, y de los nombres propios de estos pseudoperiodistas y pseudomedios, a un ejército que les sigue y les imita. “Betrand Ndongo hizo fotos cuando estaba dejando a mis hijos en el colegio”, relata la ministra de Sanidad, Mónica García. “A partir de ahí, a mí me han roto la luna del coche, me han puesto pegatinas con insultos, se han encarado con mis escoltas, buscando una reacción que sirva para que ellos parezcan los agredidos... Son mercenarios del acoso, les pagan para eso. Te violentan a ti y a tu familia y el mensaje que lanzan al que esté pensando en hacer política, sobre todo si es progresista es: ‘No te metas porque vas a sufrir todo esto”.

En la comisión de investigación del caso Koldo [asesor del exministro socialista José Luis Ábalos, investigado por corrupción], impulsada por el PP en el Senado, la ministra portavoz, Pilar Alegría, enumeró esta semana algunos de los últimos insultos que había recibido: “Alegría y otras putas del montón”; “Golfa sin escrúpulos”; “Eres la muñeca hinchable del PSOE”; “Espero que acabes en el infierno, hija de la gran puta”; “Ya sabemos cómo llegaste a ser ministra, de rodillas...”. El ministro de Transportes, Óscar Puente, denunció que Alvise Pérez llegó a publicar fotos de su hija menor de edad como si fuera su amante. La Agencia Española de Protección de Datos multó al ultra y le obligó a retirar la imagen de su canal de Telegram.

Concentración de periodistas parlamentarios en la escalinata del Congreso de los Diputados, en febrero.

Acoso a periodistas: “Tengo miedo a diario”

No solo los políticos de izquierdas sufren ese acoso. También los periodistas de medios progresistas, que han tenido que explicar a sus hijos mucho antes de tiempo qué es el odio, por qué un desconocido les increpa en la calle, en el supermercado, en un restaurante... “Yo empecé a salir por televisión hace 15 años, que es la razón por la cual la gente me reconoce, pero los episodios desagradables son de los últimos cinco”, explica Ignacio Escolar, director de Eldiario.es. “Empezó, sobre todo, en la pandemia [en ese momento nace Estado de Alarma, la plataforma de Negre y la cantera de la que salen Ndongo y Quiles] y me afecta en mi vida cotidiana: a qué sitios voy y a cuáles no; cómo me siento en un restaurante, para que se me vea lo menos posible, o dónde vivo, porque para tomar esa decisión, miré antes el mapa de voto para evitar problemas. Son insultos, gente que te increpa, rozando la violencia y no descarto que un día lleguen a la agresión porque alguna vez he pensado que la situación podía haber terminado peor. Se paran con el coche, te llaman ‘sicario’, ‘rojo de mierda’... y esto me ha pasado paseando con mis hijos. Comparado con lo que sufren los periodistas en otros países es una broma, pero eso no lo convierte en admisible“.

La periodista Ana Pastor, fundadora de Newtral, tiene ocho causas abiertas por amenazas recibidas. “Hace años que no recuerdo la sensación de salir a la calle sin preocupación. Al principio era solo en redes, asumible, pero saltó a la calle: gente que te empuja, que te insulta a un dedo de la cara, que parece que te va a agredir. Algunos de esos momentos de riesgo los he vivido con mi familia y es durísimo ver a tu hijo quebrarse por una cosa así, que esto tenga que formar parte de su vida. Ni mis hijos, ni los de Pablo Iglesias, ni los de Abascal tienen culpa de nada. España no es México, donde los periodistas se juegan la vida, y cuando he tenido unos segundos de duda de si merecía la pena, me he repuesto hablando con gente que sufrió los años duros de ETA, pensando que lo mío, por supuesto, no es un sufrimiento comparable. Pero tengo miedo, miedo físico y a diario, y me niego a que tengamos que vivir de esta manera”. La periodista afirma que todo empezó cuando Vox, al inicio de sus mítines, ponía vídeos contra ella y su marido, Antonio García Ferreras. “También recibimos acoso verbal de la extrema izquierda, sobre todo en redes, aunque sin violencia. Hubo un salto cualitativo en la pandemia y desde entonces se ha multiplicado. La ultraderecha no es solo un partido político, son grupos como Desokupa, gente como Alvise, como Negre... y sus terminales mediáticas. Ese mundo lanza un mensaje y sus hordas lo compran. Y me cuesta mucho dinero, tiempo, esfuerzo y disgustos denunciarles para protegerme a mí, a mi familia y a mis trabajadores. Mucho más de lo que consigo a cambio”.

Un profesor universitario, colaborador en medios de comunicación, cuenta que el acoso recibido por sus apariciones públicas le ha llevado a terapia. “Alvise y Negre me señalaron públicamente con unas declaraciones mías sacadas de contexto y empezó la tormenta de mierda porque tienen una capacidad de penetración muy alta, en muchas capas. Me insultaban por la calle, subían fotos mías en cualquier parte... Llegó un momento en que me daba pánico salir a la calle por la ansiedad que tenía. Las amenazas de muerte las puse en conocimiento de la policía, cerré mis redes sociales y tuve que advertir a mi familia de la situación para que estuvieran atentos si veían algo raro. Destruyen tu normalidad diaria y elevan tanto el coste de participar en el debate público que te planteas la retirada. Un colega científico ha llegado a decirme: ‘¿Cómo voy a salir ahora a hacer divulgación sobre vacunas? ¿Estás loco?’. Porque asomas la cabeza y te dan con un martillo. Y no nos confundamos: cualquier persona puede discrepar contigo. Ahora tenemos que hacer mejor nuestro trabajo porque somos más visibles y estamos más expuestos a la crítica que en el pasado. Pero esto es otra cosa: un señalamiento directo con información manipulada para generar una corriente de opinión contra ti. Es decir, inducir un clima de matonismo”.

El periodista de este periódico Carlos E. Cué, que también ha sido objetivo de los vídeos de Bertrand Ndongo y ha sufrido insultos, “cada vez más frecuentes” —“rojo de mierda”; “palmero”...— cuando iba con sus hijos, lo llama “el mercado del odio”. “Trafican con eso: cuanto más odio trasladan en un vídeo, más audiencia y más rédito. Excitan a la gente para que luego reproduzcan eso que ve en los vídeos en la calle. El insulto se ha normalizado porque da dinero. Es una estrategia política, pero sobre todo, un circuito de gente que ha generado una estructura comercial alrededor del odio porque sabe que tiene mucho éxito en Internet. Y esa es la gran novedad, el mercado del odio que se está generando no solo en España, sino también en Argentina, EE UU...”.

El contexto internacional: De Milei a Trump

El ultra Javier Milei se reunió en su visita a España el pasado junio con Vito Quiles, a quien expresó su apoyo contra Sánchez. El mandatario argentino, que recibió una medalla del Gobierno de Ayuso y ya había participado antes en mítines de Vox, considera a los periodistas “delincuentes con micrófono”, cuenta con un ejército digital de influencers que corean y celebran todo lo que hace y se ha jactado públicamente de que, “gracias a las redes sociales”, a la prensa (la seria) “se le acabó el privilegio de la casta”. Cuando Donald Trump, que llegó a declarar que “la prensa es el gran enemigo del pueblo americano”, fue investido como presidente estadounidense el pasado enero, Quiles tuiteó: “Que se preparen los zurdos de todo el mundo”. Para Rufián, “no se entiende nada de lo que ha ocurrido en EE UU sin Fox News y en España también forma parte de una campaña que cuenta con mucho dinero y experiencia de otros países”. Entre los fichajes del nuevo inquilino de la Casa Blanca hay una docena de personas próximas al canal, incluido el actual secretario de Defensa, expresentador de Fox News. El año pasado, el grupo de Negre, EDATV, adquirió una parte de La Derecha Diario para, según la página web, “expandir su modelo de periodismo en América del Sur”.

¿Hay un Vito Quiles en la ultraizquierda?

Por razones obvias, Vox se opuso al trámite para impulsar la reforma que permitirá retirar la acreditación a quien se comporte en el Congreso como lo hacen Quiles o Ndongo, quien define a su líder como “Dios”. Más complicada de explicar es la postura del PP, que votó lo mismo que el partido de extrema derecha. Miguel Tellado, portavoz parlamentario de los populares, aseguró, como había augurado la izquierda cuando empezaron los problemas, que la reforma es un intento de “acallar a los medios de comunicación que son incómodos para el Gobierno”. El politólogo Pablo Simón interpreta esa posición en una clave política y otra emocional: “Los espectadores de Estado de Alarma son los votantes por los que está peleando el PP. Una parte de su base electoral está viendo los canales alternativos desde los que se nutre Vox. No es una base tan grande, pero la irradiación que tiene sí lo es. La otra dimensión es el miedo a que empiecen a hacer con ellos lo mismo que hacen con los políticos de izquierdas”.

¿Hay un Quiles o un Ndongo en la ultraizquierda, acosando a políticos de derechas y a periodistas de la prensa conservadora? Preguntado por el asunto, un portavoz del equipo de Alberto Núñez Feijóo afirma: “El acoso a políticos parte de los escraches que sufrieron Soraya Sáenz de Santamaría, [exvicepresidenta del Gobierno] o Cristina Cifuentes [expresidenta de la Comunidad de Madrid]: activistas que se presentaban en los domicilios de nuestros dirigentes para hostigarles por no compartir sus decisiones. Por tanto, el origen de estas prácticas proviene de la izquierda radical. Y si hay un político acosado en este país es Carlos Mazón [presidente de la Generalitat Valenciana que, meses después de la dana que causó 228 muertos, sigue sin aclarar qué hizo esa tarde]”. La formación remite un documento de 13 folios que cita la agresión a Mariano Rajoy en Pontevedra en 2015; las protestas frente a la sede del PP tras los atentados del 11-M en 2004 [cuando el partido, entonces en el Gobierno, mintió sobre la autoría]; estudiantes reunidos frente a los domicilios de Rita Barberá y Francisco Camps por los escándalos de corrupción en la Comunidad Valenciana o una concentración de la plataforma de Afectados por la Hipoteca frente a la vivienda de Esteban González Pons.

Para Rufián, “no son comparables”. “Era la etapa de la crisis y los desahucios, y aquellos escraches, nos gusten más o menos, los realizaban en su inmensa mayoría ciudadanos; no es el acoso de alguien que obtuvo una acreditación en el Congreso con un canal de YouTube”. Ignacio Escolar opina: “Creo que esto no pasa solo en un lado. Hace unos años le pasaba a políticos de derechas y ahora se ha trasladado al periodismo. Hubo acoso en la casa de Iglesias [cofundador de Podemos] e Irene Montero [exministra de Igualdad] y en la de Sáenz de Santamaría, aunque el primero duró meses de manera impune y el segundo un día. Ahora sí que creo que la derecha está más polarizada que la izquierda”.

Andrea Levy, exvicesecretaria del PP, recuerda situaciones de acoso en los años de más conflictividad en Cataluña por el desafío independentista. “Una vez no me dejaban salir de un set de televisión en la calle, los mossos tuvieron que llevarme hasta una zona despejada. No tenía libertad total para pasear por la ciudad en la que nací, Barcelona. Había lugares que evitaba, sobre todo con mis padres, porque tenía sensación de inseguridad. También tuve un episodio con los CDR en una visita a un mercado navideño y un supermercado podía ser un lugar de riesgo. Mi padre llegó a mentir en un hospital catalán a una enfermera con lazo amarillo diciendo que su hija era arquitecta. Ahora la situación es completamente distinta”.

Preguntado por si cree que los políticos del PP sufrieron en Cataluña lo mismo que ahora padece la izquierda, Rufián opina: “Una parte del independentismo se equivocó al hacer un reparto de buenos y malos catalanes, pero creo que sería un error comparar una cosa con la otra porque hay que recordar que la gente estaba muy enfadada porque a las personas a las que habían votado las estaban metiendo en la cárcel. Y yo no recuerdo a ningún periodista de izquierdas fotografiando a un político de derechas diciendo: ‘Mira este facha paseando con sus hijos”.

Borja Sémper, portavoz del PP, afirma que desde que volvió a la política, en enero de 2023, le han insultado tres veces por la calle: “Dos fueron de la extrema derecha y en un caso, delante de mis hijos. El otro fue una señora que me llamó fascista también delante de ellos”. Obligado a llevar escolta durante años como amenazado por ETA, le resta importancia. También lo hace Francisco Marhuenda, director de La Razón, periódico conservador. Afirma que en el pasado ha recibido amenazas de muerte en su correo e insultos en la vía pública: “Gente más de ultra derecha llamándome ‘cobarde’ y gente de ultraizquierda llamándome ‘fascista”, pero son hechos aislados y no he tenido miedo. Yo no creo que sufra acoso”. Preguntado por la reforma del reglamento del Congreso para que conductas como las de Ndongo y Quiles no puedan repetirse en la Cámara, Marhuenda responde: “Es controvertido. El político tiene que asumir que le pregunten cosas que no le gusten y por el hecho de hacerlo no dejas de ser periodista”. Tras leerle el tuit que escribió Ndongo sobre la periodista Marta Monforte y al preguntarle si tendría a alguien así en su redacción, replica: “No le conozco personalmente, pero a quien diga eso de una colega no lo tendría ni aunque fuera el mejor periodista del mundo. Es inaceptable”.

Detonantes, consecuencias y remedios

Aunque necesaria, ninguno de los afectados consultados —una veintena— para este reportaje creen que la reforma impulsada en el Congreso vaya a acabar con el acoso y todos coinciden en el temor a que el fenómeno siga escalando hasta las agresiones físicas. Como ante cualquier problema, la solución empieza por dimensionarlo, entender el origen y calibrar con precisión su relevancia, es decir, las consecuencias: políticos cada vez más aislados, que evitan el contacto con la calle en su vida cotidiana para ahorrarse disgustos; desincentivos, quizá insalvables para algunos, a la hora de decidir dedicarse a la política; pérdida de voces en el debate público, incluidas las que afectan a la salud, las de la divulgación científica; cesión de terreno a la desinformación y a sus capitanes; descrédito de las instituciones; niños que salen a pasear con sus padres previamente advertidos de la posibilidad de que alguien que los odia se lo haga saber de la manera más desagradable...

“Uno de los efectos de la polarización afectiva, el rechazo al que piensa diferente”, afirma el politólogo Pablo Simón, “es que ves a la comunidad de los que no piensan como tú mucho más homogénea de lo que es realmente: todos los demás son el enemigo y contra el enemigo todo vale. En esa dinámica, algunos supuestos periodistas han dejado de ser narradores para convertirse, de una forma obscenamente explícita, en actores políticos. Y es una pescadilla que se muerde la cola, porque esas posiciones mediáticas digitales más duras irradian sobre los actores que ocupan las instituciones y viceversa. En el mercado de la atención digital, cuyo modelo de negocio se basa en la agitación, no se puede hacer gran cosa, pero en la institucionalidad sí se podría actuar con un pacto de altura para bajar el diapasón”.

“En el Congreso”, afirma la ministra Mónica García, “yo tengo detrás a la barra brava del Partido Popular y todo lo que oigo son insultos: ‘corruptos‘, ‘puteros‘... En el momento en que se normaliza que Ayuso llame ‘hijo de puta’ al presidente, se está alentando el insulto en cualquier parte. Si en un partido de fútbol hay una patada y el árbitro no la castiga, el mensaje es que están permitidas las patadas. La solución a todo esto, como en cualquier forma de acoso, no está en las víctimas, sino en los acosadores”.

Levy coincide en que la discusión política es hoy especialmente pobre. “En los debates no se va a hablar, sino a aniquilar, a destruir en lo personal. Esa deshumanización del contrario es muy preocupante. Veo al Congreso peor que lo que viví en mis días en el Parlament de Cataluña. Hoy, en los plenos, tiene más rédito la bronca y los insultos que lo que se aprueba. Por parte de los Gobiernos, en un lado y en el otro, el pleno es un lugar para desacreditar a unos y a otros, y por parte de la oposición, el rédito lo sacan del enojo. Y esa falta de respeto absoluta tiene muy difícil solución porque de ahí no se baja nadie”.

Para Rufián, “esto solo parará cuando PP y Vox lleguen al Gobierno porque ese grupo de gente considera un accidente en la historia que gobierne la izquierda”. Aunque es un fenómeno muy madrileño —la mayoría de entrevistados para este reportaje afirma que el acoso lo sufre cuando está en Madrid, no fuera—, ya empieza a llegar a Cataluña. “Los trolls de Junts y Aliança Catalana”, añade el portavoz de ERC, “dicen lo mismo que los trolls de Estado de Alarma: hay que hablar más de inmigración, la izquierda te engaña etc. El Vito Quiles catalán todavía lo están intentando encontrar, pero lo encontrarán”.

El Gobierno ha planteado algunas medidas para mitigar el impacto de la desinformación y del acoso en redes como parte de lo que llama plan de regeneración democrática. Algunas, como la obligatoriedad de conocer el accionariado y los ingresos de publicidad institucional de los medios, obedecen a un reglamento europeo. Otras, como acabar con el anonimato en las redes sociales, garantizar la transparencia de los algoritmos y que los ejecutivos de las tecnológicas no rehúyan sus responsabilidades legales, han de aterrizarse aún para que no parezcan un intento de poner puertas al campo. Mientras, Carlos E. Cué, corresponsal político de EL PAÍS, propone aferrarse a lo elemental: “Defender la buena educación, no entrar nunca en su estilo, negarse a asumir sus métodos y recurrir a los rudimentos del oficio que permiten tener debates sosegados, es decir, los que se basan en argumentos, información y datos”.

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Sobre la firma

Natalia Junquera
Reportera de la sección de España desde 2006. Además de reportajes, realiza entrevistas y comenta las redes sociales en Anatomía de Twitter. Especialista en memoria histórica, ha escrito los libros 'Valientes' y 'Vidas Robadas', y la novela 'Recuérdame por qué te quiero'. También es coautora del libro 'Chapapote' sobre el hundimiento del Prestige.
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