Regreso al fútbol de siempre: una ola de orgullo e identidad de Oviedo a Cádiz
El deporte más popular ha asumido las taras de la globalización, pero los estadios de toda España se llenan cada domingo de familias y los clubes de ciudades como A Coruña o Miranda de Ebro rebosan de abonados. Los expertos creen que esa pasión está relacionada con el amor a la tierra y la herencia recibida. Atravesamos el país para conocer este feliz fenómeno


Es 22 junio de 2025. Sobre una tumba del cementerio de Oviedo hay un enorme ramo de flores blancas y azules con una banda en la que se lee: “Somos de Primera”. Lo ha dejado Ana Estrada Sarmiento, hija, madre y abuela de “oviedistas hasta la médula”, para celebrar con los que ya no están que su equipo regresa, 24 años después, a la categoría de oro del fútbol español. “Tengo 65 y soy socia desde los 8. Mi madre fue la primera mujer socia del Oviedo: tenía el número 17. Mi nieto de 9 meses es el 24.680, y yo, el 180. En esa tumba están enterrados mis padres, mi tío, Manolo Sarmiento, y mi marido, que falleció hace año y medio. Hemos ido juntos al campo toda la vida y quería agradecerles todo lo que empujaron para que el Oviedo volviese a Primera”.
Antes del Mundial de Qatar, cuando el fútbol cambió la fecha de su gran fiesta para celebrarla en invierno en un país que no respeta los derechos humanos; antes de la Supercopa de Arabia Saudí, cuando el entonces presidente de la federación, Luis Rubiales, presumió de logros en igualdad, y antes de que el presidente de la FIFA, Gianni Infantino, buscase la foto con el hombre que ha puesto el mundo patas arriba, Donald Trump…, dos jerséis eran una portería y una pelota el único elemento necesario para construir una comunidad improvisada en cualquier lugar. Los grandes nombres propios del deporte más popular, “la única religión que no tiene ateos”, según el escritor Eduardo Galeano, se esfuerzan desde hace años por alejarse de lo que tienen más cerca para arrimarse a los polos del dinero y del poder. Pero el fútbol sigue siendo, como decía otro gran narrador, Javier Marías, “la recuperación semanal de la infancia”. Y es esa máquina del tiempo la que explica que, después del tercer proyecto de Superliga, cuya naturaleza presupone que no pueden formar parte de la misma competición equipos que tienen como mercado el planeta con aquellos que tienen como mercado su ciudad, el fútbol de provincias haya hecho algo más que resistir: crecer.

Cada domingo hay, en campos como el Carlos Tartiere, Riazor, el Nuevo Mirandilla, el Martínez Valero, el Anduva, La Romareda o El Sardinero, niños y niñas que acuden con su padre, su madre o su abuelo a ver un partido por primera vez y se produce el hechizo. Lo explicó mejor que nadie, de nuevo, Galeano: a lo largo de la vida se puede cambiar de pareja, religión o partido político, nunca de equipo.
La industria que ha asumido todas las taras de la globalización (cada vez menos ricos, pero muy ricos, y cada vez más pobres) tiene hoy menos motivos que nunca para subestimar la fuerza de la identidad, el robusto vínculo de un vecino con el equipo de su ciudad independientemente de la categoría en la que esté. La asistencia a partidos de Segunda División se ha incrementado en un 21,3% en el último año, frente al 1,8% de crecimiento en Primera.

En LaLiga Hypermotion, el Deportivo de A Coruña (251.480 habitantes) venció la pasada temporada en número de abonados (27.732) a más de la mitad de los 20 equipos de LaLiga EA Sports, según los datos facilitados por LaLiga. Y eso que hace poco más de 365 días ni siquiera formaba parte del fútbol profesional. “Pasamos cuatro años en Primera Federación, la antigua Segunda B, y algún año, con posibilidad de descender”, recuerda Carlos Ballesta, consejero del club. “Eso no lo soporta nadie, pero aquí venían 22.000 personas. Y llegaba el año siguiente, con una decepción terrible por no haber vuelto al fútbol profesional, y hacíamos 28.000 socios. Hay muchos equipos de Primera que no tienen esas cifras”.
Algo parecido sucedió en la capital asturiana. En 2009, el primer partido del playoff de ascenso a Segunda B congregó a 27.214 espectadores en el Carlos Tartiere. “La mayoría de nuestros abonados”, explica el presidente, Martín Peláez, “no saben lo que es la Primera porque más de la mitad son menores de 18 años”.
Raúl Ruiz, exfutbolista del Logroñés y del Numancia y actual comentarista deportivo, tiene una productora de cine. “Sabemos lo difícil que es llevar a las salas a la gente joven porque está acostumbrada a vídeos de TikTok, pero en el fútbol eso no pasa porque es un ritual maravilloso: el pre, el partido y el pos”. Jorge Valdano, campeón del Mundo con Argentina, exjugador, exentrenador y exdirectivo del Real Madrid, coincide: “Voces afines a la Superliga creen que el fútbol, tal y como lo entendemos los clásicos, no se adapta a los nuevos hábitos de consumo porque la tecnología hace que los chicos tengan más impaciencia, pero vas a los estadios y cada vez hay más gente joven. La pasión no está directamente relacionada con el triunfo, sino con el amor a la tierra, a la herencia que te dejó tu padre. Mis nietos son del Athletic de Bilbao porque nacieron allí, su madre es del Athletic y llora cuando pierde. Eso los hace incorruptibles, da igual cuántas camisetas del Madrid les lleve. Y en esta especie de imperialismo futbolístico, lo que vive un aficionado del Oviedo en contraste con lo que vive un aficionado del Madrid es lo mismo que vive un aficionado argentino con cualquier equipo europeo: Argentina tiene más de 1.000 futbolistas jugando fuera, pero la pasión por el fútbol en el país no afloja, es al revés. Si en algún momento eran los jugadores los que sostenían esa pasión, ahora son los hinchas”.

No es solo romanticismo. El presidente de LaLiga, Javier Tebas, aseguró en el Congreso que el fútbol representa el 1,4% del PIB y genera 168.000 empleos. Jaime Blanco, director de la Oficina de Clubes, afirma que “todos los equipos de Segunda han aumentado sus ingresos este año”. “El contenido que más se consume en redes sociales”, explica, “es el fútbol, y se nota mucho la profesionalización en ese aspecto, clave para atraer a gente joven. Unos amigos franceses me enviaron vídeos de las calles de Oviedo celebrando el ascenso porque parecía Río de Janeiro en carnaval. Este año salieron los cromos de la Hypermotion y fue una locura; se han batido récords de aforo completo en los estadios. Para nosotros no tiene sentido una Superliga y los números hablan por sí solos. El impacto económico que tiene el fútbol en las ciudades es inmenso”.
Raúl Ruiz conoce bien ese “impacto” porque lo vivió en Soria (35.600 habitantes) en 1996. El equipo de la localidad, el Numancia, entonces en Segunda B, se enfrentaba al Barcelona en la Copa del Rey después de haber eliminado a la Real Sociedad, al Racing de Santander y al Sporting de Gijón, todos ellos en Primera. Unos 15.000 sorianos acudieron al Camp Nou, con capacidad para albergar al doble de la población entera de la ciudad. “Salimos hasta en The New York Times y aquello puso Soria en el mapa. A la Consejería de Turismo le habría costado muchísimo dinero dar esa publicidad a la ciudad y el fútbol lo hizo gratis”. De aquella experiencia, Ruiz también obtuvo una nueva profesión, ya que Michael Robinson lo fichó como reportero para El día después (Canal +). “El inglés”, como lo llama cariñosamente, llegó a ser consejero del Cádiz, donde lo recuerdan con inmenso cariño. También el Deportivo tiene padrinos de lujo. El día que Lionel Scaloni ganó la Copa del Mundo con Argentina, la foto que ilustraba su perfil de X era, precisamente, de las gradas de Riazor.
La afición se hereda, pero no es solo cuestión de sangre.
Cádiz CF: la fiebre amarilla
Nada más atravesar la puerta del Nuevo Mirandilla, un mensaje grabado en la pared recuerda: “El mayor patrimonio de este club son sus aficionados. Si tuviéramos que destacar a alguno deberíamos nombrar a la Tata Pepa…”. Josefa Moreno entra sin reparar en que su mote está escrito en piedra. Saluda a los empleados por su nombre, y a cada rato acaricia el escudo sobre su camiseta. Tiene 80 años y en su caso la cadena fue a la inversa. “Traía a mi hijo Alfonso al estadio y esperaba fuera, porque en aquella época estaba mal visto que una mujer fuera al fútbol. Pero una vez me pidió ir a ver al Cádiz a Málaga y lo acompañé. Ese día me entró una fiebre que dura hasta hoy. En cuanto volvimos, me saqué el carné”.
Moreno criaba sola a Alfonso y a su hermana. “El niño tenía tres años cuando su padre se marchó. La niña, seis. Pasé hambre, tuve tres meses la luz cortada porque ni limpiando casas me daba. Luego me coloqué en la cocina del hogar del pensionista. Me levantaba a las cuatro de la madrugada y me daban las doce de la noche con los dos trabajos. Ir el domingo a ver al Cádiz era un respiro. Llenaba la grada de pancartas que hacía en casa, ponía romero en los vestuarios, ajos detrás de las porterías… Disfrutaba muchísimo. No me podía comprar unos zapatos, pero mi lujo era el Cádiz”. Hoy es amiga de los hombres que aquellas primeras veces, cuando la veían en la grada, la mandaban “a casa a fregar”. Antes de aficionarse al fútbol, la única vez que Moreno había salido de su ciudad fue en el viaje de novios a Córdoba. “He conocido España gracias al Cádiz, con los desplazamientos para verlos jugar”.

Miguel Rodríguez, de 57 años, acude al campo a ver al Cádiz con su hija Míriam, de 20, que padece una enfermedad rara, el síndrome de Prader Willi. “El otro día le dijo a su hermana que yo no me podía morir porque entonces no podría llevarla al fútbol”. Los dos se ríen. Ver el partido juntos, por la tele o en el estadio, es el mejor momento de la semana. “Si ganamos”, explica ella, “estoy contenta varios días”. “Y si perdemos”, apunta su padre, “nunca me deja criticar, siempre defiende a los jugadores”.
José Mata, adjunto a la presidencia del club, recita de carrerilla alineaciones de los años setenta. “Mi padre murió muy joven, pero antes de irse me inculcó este veneno, igual que mi abuelo se lo había metido a él, igual que yo se lo metí a mi hijo”. “Aquí”, escribe en su libro Mi planeta predilecto, “el fútbol no es solo un juego, es liturgia, una manera de entender la vida”. “Se dice que Cádiz son las tres C: cofrade, cadista y carnavalero, y es verdad. De hecho, el himno oficioso del equipo es un pasodoble de carnaval”. “El club”, recuerda, “ha pasado muchos malos momentos, pero nadie quiso dejarlo morir. En los últimos años se han sumado muchas mujeres y gente joven de toda la provincia”.
Club Deportivo Mirandés: la Cenicienta en el gran baile
La afición oviedista despidió con un pasillo de aplausos a la del Mirandés el pasado 21 de junio, cuando el equipo de Miranda de Ebro (Burgos, 36.000 habitantes) se quedó a solo un partido de jugar esta temporada en Primera División. No era para menos. Con el presupuesto más bajo de la categoría, ha jugado por primera vez en sus 98 años de historia un playoff de ascenso a la élite del fútbol español, y sus cerca de 4.000 abonados suponen el 11% de la población total de la ciudad (como si el Madrid tuviese 400.000 socios). “Mirandés es Miranda y Miranda es el Mirandés”, afirma el periodista Roberto Mena, que cubre para el Diario de Burgos la información sobre el club. “La ciudad está muy identificada con el equipo. Esto es un sitio pequeño, la mayoría de los jugadores viven aquí y tienen mucho contacto con los vecinos”.

A Nicolás Benito Andrés, su padre le hizo socio “con seis añitos”. Hoy, con 46, acude al campo con su madre, sus hijas, sus hermanos, su suegra, su cuñado y sus sobrinos. “Mis hijas se dormían de pequeñas en el estadio con el ruido del bombo”. “Somos un club humilde, con los pies en la tierra, pero un referente. Y cada año escribimos el cuento de la Cenicienta en la historia del fútbol profesional”.
Alfredo de Miguel, presidente desde hace 12 años, no recuerda un año tan bonito como este, con el campo lleno y “mucha gente joven en las gradas”. “El impacto económico es enorme porque Miranda se llena por el fútbol con los desplazamientos de los visitantes”. “Los de la Superliga deberían recordar que si no hay fútbol modesto, tampoco de élite, porque no todos los jugadores salen de las canteras del Madrid y del Barça”. Mena lo comparte: “El Mirandés se ha convertido en un escaparate de jugadores jóvenes cedidos por equipos grandes. Los mandan porque saben que van a jugar y que en un club tan familiar no van a tener problemas de convivencia”. Dani Vivian, del Athletic, ganador de la Eurocopa; Sergio Camello, del Rayo Vallecano, goleador de la selección del oro olímpico; Rodrigo Riquelme, del Atlético de Madrid, o Nico Jackson, del Chelsea, crecieron en este vivero”.
Elche CF: la ilusión recobrada
Joaquín Buitrago confiesa en el Martínez Valero, el estadio del Elche (230.000 habitantes), que de pequeño se colaba en los partidos. “A principios de los setenta, era habitual que, si ibas con una persona mayor, dijeran: ‘Bueno, el xiquet [niño] que pase’, así que me acercaba con mi pandilla y nos agarrábamos a la mano de algún adulto para poder entrar”. Hoy es el presidente del club. Está contento porque los abonos (25.000) han batido récords con el regreso a Primera dos años después del descenso. “Hubo un momento de desconexión con una parte de los aficionados. Realizamos muchas campañas para atraer a los niños y muchos han tirado de padres y abuelos. Aficionados que habían dejado de venir al campo se han reenganchado gracias a los nietos”.

Algo parecido le sucedió a la familia Brotons. A Antonio, de 71 años, lo llevaba al campo su abuelo, cuyo padre, Francisco Brotons, propietario de una fábrica de chocolates, había sido presidente del club. “Fui abonado en Segunda B, en Segunda, en Primera… Luego la desilusión fue tan grande que me acostumbré a verlo por la tele, pero mi hijo, al que había empezado a llevar al campo con tres años, continuó yendo”. Se llama como él, Antonio Brotons, y acaba de ser elegido presidente de la Federación de Peñas del Elche. Sus hijos, de seis y tres años, juegan en la sala de prensa del estadio mientras su padre cuenta los partidos de los que no pueden acordarse porque aún eran bebés. “Los traía en la mochila. Alguna vez me tocó cambiarles el pañal en la butaca. Y nos hemos perdido una barbaridad de goles porque había que hacer pipí. Pero el ambiente los absorbe, se quedan como petrificados. Yo iba al campo ya más por el hábito y ellos me devolvieron la ilusión por el fútbol de antes. Si no fuera por el Elche, seguramente estaría trabajando en otro sitio —es fisioterapeuta—, pero el equipo me ata mucho aquí, me apetece vivir esto con mis hijos”.
RC Deportivo de La Coruña: un equipo con lista de espera
No es posible caminar cinco minutos por A Coruña sin cruzarse con alguien con una camiseta del Dépor. Muchos son niños que no llegaron a ver a Mauro Silva, a Donato, a Fran, a Djalminha… ganar una Liga en el año 2000. También se perdieron, en 1994, el que probablemente sea el momento más cruel del fútbol: el penalti que Djukic falló en el último minuto, la cicatriz que ha marcado, recuerda el periodista Nacho Carretero, de 44 años, a toda una generación: la suya. “De un equipo no se elige ser, de un equipo se es porque es el de tu tierra, el de tu padre o tu madre. Si eliges el equipo, no te gusta el fútbol, te gusta ganar. Y eso es distinto”. Carretero ha seguido al Dépor en Primera RFEF hasta estadios sin grada o hasta a un pueblo de Zaragoza a 10 grados bajo cero. Ha llegado a ponerse el despertador a las tres de la madrugada para ver, desde Filipinas, un partido de su equipo. “Yo no cambio una final del Mundial por un Deportivo-Sabadell a las doce de la mañana. Llevo más de media vida fuera de A Coruña y ser del Dépor me ha aportado un vínculo precioso con mi ciudad, mi familia, mis amigos. Compartimos disgustos, alegrías, la ilusión de renovar el carné. Algo que no es importante, como un equipo de fútbol, se ha convertido en algo que sí lo es: una herramienta de conexión emocional”.

Una familia se sienta en una terraza frente a Riazor a compartir recuerdos que, puestos uno detrás del otro, cuentan más de medio siglo de historia del club. Miguel Fraga Vidal, de 76 años, empezó a llevar a sus hijos, Miguel y Carolina Fraga Seco, al campo cuando tenían tres. “Fue como plantar una semilla. Luego mi hijo llevó a mis nietos y siguió la cadena”. “Cuando iba de pequeña”, relata Carolina, “apenas había niñas. Ahora ves a muchas. Y cuando me fui a estudiar fuera, decía que era de Coruña y mucha gente no sabía dónde estaba, pero les hablaba del Súper Dépor y sí lo conocían”. “Para mí”, añade Miguel Fraga Seco, “el camino a mi estadio es el más bonito del mundo y me encanta haber podido compartir esa pasión con mis hijos. Los equipos grandes, como el Madrid o el Barça, son marcas y no buscan aficionados, sino consumidores. La última campaña del Dépor dice, precisamente, de avó a pai e de pai a fillo [de abuelo a padre y de padre a hijo]. Y es así. En las buenas y en las malas. Ver a mis hijos, que no llegaron a disfrutar al Súper Dépor, llorar de emoción por subir a Segunda es un recuerdo que me guardo para toda la vida”.
El mayor, Miguel, tiene 18 años, y el pequeño, Marcos, 14. Preguntados por si creen que su padre les hizo un regalo o una faena cuando les inculcó el deportivismo, no hay dudas. “Para mí”, explica Miguel, “es uno de los regalos más bonitos. El ascenso fue el mejor día de mi vida”. Marcos admite: “Cuando nos hizo del Dépor, mi padre nos enseñó que en la vida hay que sufrir, pero creo que no sería tan feliz siendo de un equipo grande. No creo que hubiera la misma emoción”.
Miguel Fraga Seco, de 48 años, sonríe orgulloso, satisfecho con las respuestas de sus hijos. Los dos días que se cogió de vacaciones para hacer cola día y noche en Riazor con el objetivo de conseguir una entrada para un Deportivo-Oporto —“¡cuando llegué había 10 antes que yo!”— o el segundo viaje que hizo a Valencia para ver ocho minutos de un partido que se había suspendido por la lluvia describen bien lo que en A Coruña llaman tolemia (locura) por el club blanquiazul. El equipo tiene más peticiones que sitios en Riazor: la lista de espera para ser socio acumula 6.700 nombres.
Real Oviedo: en la salud y en la enfermedad
El periodista británico Sid Lowe disfruta de la espicha (ágape con productos típicos asturianos) que el Real Oviedo ha organizado en la plaza de España unos días después de la final del playoff para celebrar el ascenso con los aficionados residentes en Madrid y para presentar el videoclip del centenario. Hombres y mujeres escancian sidra con camisetas de distintas etapas: las de los años en Primera, las de Segunda, las que recuerdan, con letra impresa: “Yo no abandoné al Real Oviedo en Tercera”… Hace casi 13 años, Lowe escribía en su cuenta de Twitter, hoy X: “El club que dio a la Premier League a Cazorla, Michu y Mata está bajo la amenaza de salir del negocio. Por favor, compre acciones. @sosrealoviedo”. El equipo necesitaba entonces dos millones de euros para evitar la disolución. La campaña se hizo global y 36.962 personas de 86 países se convirtieron en accionistas.

Lowe había llegado a Oviedo con otro amigo para hacer el Erasmus en 1996. “Conocí a gente maravillosa en el Tartiere. Me atrapó. Con el tiempo y el paso por Segunda y Tercera se convirtió en algo especial. Yo no presumo de ganar, presumo de estar. Para mí, el ascenso es, sobre todo, reafirmar que no han podido con nosotros: ni cuando bajamos por temas administrativos, ni con el engendro [se refiere al equipo paralelo que intentó crear el Ayuntamiento tras dar por muerto al Oviedo en 2003]”. Su hijo también es hincha. Lowe lo llevó al Tartiere cuando era un bebé de seis meses. “El pobre me ha dicho alguna vez que creía que éramos gafes porque el Oviedo perdía mucho. Yo le decía que cuando ganáramos algo importante iba a ser la bomba precisamente por haber perdido antes. Y así ha sido”.

La plaza de España se llena de ovetenses residentes en Madrid, pero también de madrileños como Esteban, de 33 años, que lleva a su hijo de tres sobre los hombros, ambos con la camiseta de Cazorla. “Tengo familia asturiana y siempre íbamos allí de vacaciones. En 2008 empecé a seguir al equipo y hasta hoy”. Esteban menciona la palabra “suerte” cuando habla del paso del Oviedo por la antigua Segunda B porque entonces podía ir a verlo jugar a Alcalá, a Fuenlabrada… ¿Y por qué no hizo a su hijo del Madrid? “Para mí el Oviedo es un ejemplo de que el fútbol es de los aficionados”.
En la plaza de España caen algunas lágrimas cuando proyectan el videoclip del centenario. El protagonista es Álex Cardero, centrocampista de 21 años. “Yo en el Oviedo he sido aficionado, recogepelotas y jugador. Nunca lo había visto en Primera. En cuanto el árbitro pitó el final del partido contra el Mirandés salí corriendo al campo y me abracé a todo el mundo”. Parte de la afición invadió el césped y de las porterías solo quedó el esqueleto, como esos documentales donde una marabunta de hormigas devora en segundos a su presa. Esa misma noche, el Oviedo difundió un vídeo que se hizo viral porque en el momento de la gloria no se reivindicaba a sí mismo, sino que homenajeaba, uno por uno, a sus rivales tras haber caminado, durante casi cinco lustros, “por los campos más nobles y valientes del fútbol español”.
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