El fútbol femenino mueve montañas en Pakistán
Entre picos de más de 6.000 metros de altura, las hermanas Karishma y Sumaira han creado un torneo que va mucho más del deporte: es una ventana para que las niñas de la tribu wakhi aspiren a educación, becas, incluso a la posibilidad de retrasar un matrimonio temprano

Aveces, las historias nos escogen casi sin saberlo. Era la tercera vez que viajaba a Pakistán. La primera fue hace más de una década, cuando documenté las vidas de los mineros de piedras preciosas en el Karakórum. Era un proyecto personal que hice junto al escritor y guía especializado en sitios remotos Simón Elías y que acabó siendo publicado en el Reino Unido, Australia y finalmente en El País Semanal con el título Las gemas del abismo. Cuando fotografiaba a esos mineros a 5.000 metros de altura, sentía algo difícil de explicar: una mezcla de pequeñez y grandeza, sentía esa libertad salvaje que vive en las cumbres.
La segunda vez fui para investigar casos de dinero de sangre en los alrededores de Lahore, un trabajo que publiqué en el Reino Unido. Durante ese reportaje conocí a muchos jóvenes activistas. Su energía, su determinación y sus ganas de cambiar el mundo me impresionaron. Decidí que la próxima historia que contara en Pakistán sería una celebración de esa juventud, de esas chicas y chicos que luchan cada día para crear un lugar más tolerante y libre.

Investigando historias que conectaran mujer y deporte, descubrí la existencia de la Gilgit-Baltistan Girls Football League. Dos hermanas, Karishma y Sumaira, crearon este torneo de fútbol femenino en uno de los lugares más remotos del planeta, el valle de Hunza, entre montañas de más de 6.000 metros, en la frontera con China y Afganistán. Ellas mismas descubrieron el fútbol siendo niñas cuando, desde sus montañas, se mudaron a Lahore. Allí, el balón les dio orgullo y autoestima, pero también miedo y acoso por salir sin pañuelo y vestir en shorts. Aun así, siguieron jugando. Se hicieron fuertes y decidieron regresar a su pueblo para abrir camino a otras niñas en las montañas. Para ellas, el fútbol es libertad, confianza e independencia.

Karishma y Sumaira se definen como mujeres indígenas de la tribu de los wakhis. Los wakhis son musulmanes ismaelitas que siguen a Aga Khan. Es una rama abierta del islam, cuyas bases son la educación, la igualdad de género y la ayuda al prójimo. En Pakistán, han vivido aislados en las montañas del Karakórum durante generaciones. Esa combinación de dureza y serenidad se siente en su forma de entender el mundo.

En esa zona, el fútbol no es solamente un juego: es una posibilidad. Una ventana a la educación, a becas, a retrasar un matrimonio temprano. Es un atisbo de futuro. Recuerdo a Nabila, la capitana del equipo ganador, invitándome a su casa en un pueblo remoto de Chipurson —al que tardamos ocho horas en llegar después de haber conducido 30 horas hasta la zona donde se celebraba el campeonato—. Su padre, que había sido fotógrafo antes de la llegada de los talibanes en Afganistán en 1996, me hablaba mientras cocinaban sobre su deseo de que su hija pudiera estudiar en la universidad y convertirse en la mujer que escogiera lo que quería ser.

Pasé casi dos años hablando con las hermanas por Zoom antes de poder viajar a Pakistán. Estuvimos allí 17 días, filmando y fotografiando. De esa experiencia nació Girls Move Mountains, un cortometraje documental que se puede ver en Filmin y que ha sido seleccionado y premiado en festivales de todo el mundo. También salió un reportaje fotográfico publicado en medios como Financial Times, Frankie Magazine o NRC.

Mientras trabajaba, pensaba en lo que significa realmente mover montañas. Desde luego, para mí, ellas lo hacen cada vez que se atan las botas y salen al campo. Su lucha es siempre silenciosa, pero su fuerza retumba como un alud.










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