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Marián Mouriño, presidenta del Celta de Vigo, retratada en la sede del club.

Marián Mouriño, presidenta del Celta: “Me tuve que hacer respetar ante el estigma de ser la hija de papá”

Carlos Mouriño fue un emigrante gallego que forjó su fortuna en México y que, en 2006, logró su sueño de presidir el equipo de su tierra, el Celta de Vigo. Pero ha sido su hija la que ha conseguido salvar muchos vaivenes deportivos, económicos e incluso políticos hasta ver convertido el club en un referente de valores que van más allá de lo futbolístico

Jesús Ruiz Mantilla

Marián Mouriño (Madrid, 50 años) sabe lo que es labrarse una identidad a distancia y en movimiento. Antes de instalarse en Vigo y presidir el Celta desde 2023 —es la única mandataria de un club de fútbol en Primera División— dio muchísimas vueltas. Pero siempre orbitaban, allá donde anduviera, sobre una cita semanal de la que no podía zafarse: el partido de su equipo. La afición se la transmitió a toda la familia su padre, Carlos Mouriño, emigrante gallego que hizo fortuna en México y luego cumplió su sueño de presidir el club de su tierra. Lo compró en 2006 y desde entonces la familia se ha hecho cargo entre vaivenes económicos y deportivos, con malas rachas y descenso incluido al principio de su gestión en 2007, antes de lograr una estabilidad en las cuentas y los buenos resultados que lo han llevado esta temporada a la Europa League. Marián llegó a la presidencia con algún prejuicio por parte de ciertos sectores de la afición, sobre todo el de ser la hija de papá. Pero su carácter cercano con las peñas y seguidores, su estrategia basada en labrar una poderosa identidad frente a la frialdad de los fondos que acechan el deporte, su política de fichajes y de cantera, su claridad a la hora de negociar y los éxitos del equipo la han convertido en todo un referente en el fútbol español.

En Galicia no es nada extraño que las mujeres presidan clubes deportivos. Tienen en baloncesto a Carmen Lence, del Breogán de Lugo, y en fútbol también, como usted, a Lupe Murillo, del vecino Pontevedra.

La mujer gallega es fuerte, esto es un matriarcado. Los hombres se iban a la mar o emigraban y las dejaban solas, tenían que organizar el dinero, la casa, los hijos, las cosas del campo, cuidar a los animales, hemos heredado esa cultura.

Viene de familia de emigrantes. Y usted también lo es, de ida y vuelta. ¿Siente esa huella?

El primero que emigró fue mi abuelo paterno. Salió de Amiudal, en Ourense, se fue en barco hasta Veracruz y de ahí a Ciudad de México, sin nada.

¿Y qué se trajo?

Pues sus ahorros, construyó hoteles, baños, panaderías… Se labró un futuro, enfermó, volvió y regresó allá con los hijos. Mi padre fue, pero añoraba el mar, la cultura, la música… Todo. Mientras estuvo allí no le gustaba la Ciudad de México y quiso buscar algo en Campeche, un lugar en la costa donde contemplar puestas de sol.

Allí hizo buena fortuna.

Empezó con un grupo gasolinero, creció y lo amplió con más servicios.

¿Seguían allí las hazañas del Celta?

Sí, sí. Mi padre es un celtista nato. Nunca se perdía un partido y en México estábamos pendientes de qué hacía. Hemos crecido con el Celta tatuado.

¿Representaba un chute de identidad a distancia?

Sí, había algo allí que aunque fueras pequeña y no entendieras muy bien sabías que era tu casa.

Marian Mouriño, presidenta del Celta de Vigo, explica: "Para mi padre el Celta era un sueño. Buscó siempre presidirlo. Y lo consiguió".

Una vez se instaló usted aquí a principios de 2000, ¿nunca quiso regresar a México?

No, aquí me casé, tuve mis hijos y el arraigo creció. Pero tuve que volver por circunstancias familiares y empresariales.

Al morir su hermano, Juan Camilo, en accidente en 2008. Era entonces ministro de la Gobernación en el Gobierno de Felipe Calderón y con ello, dicen, se truncó una carrera política prometedora.

Tenía una inteligencia espectacular y una capacidad de relacionarse ideal. Llegó a ser el diputado más joven de Campeche y ministro del Interior. Tuve que hacerme cargo de parte de los negocios y, entre todos, de los sobrinos. Nunca te preparas para algo así. En casa siempre nos supimos adaptar a las circunstancias, pero fue un golpe durísimo, sobre todo por haber dejado tres hijos pequeños. Asumes esa responsabilidad, lo que toca. Yo tenía entonces apenas 30 años.

¿Su familia es una escuela en sí?

Mis padres siempre fueron muy emprendedores. Mi padre es una persona muy introvertida. Mi madre, en cambio, más abierta, se maneja muy bien en las relaciones sociales. Ella nació en México, pero proviene de familia gallega, también.

¿La endogamia…?

Puede parecer broma, pero no. Nos buscamos y nos arropamos. Mis padres nos dieron un gran ejemplo, una forma de hacer. Todo lo emprendían de una manera diferente, pero muy unidos. Los agobios que implican decisiones rápidas y luego sobreponerse al trauma lo afrontaban de manera admirable. La vida nos ha puesto pruebas duras y eso ha provocado en nosotros una unión, una fuerza.

Y en medio de todo eso, el Celta. ¿Surgía como escape o como algo más?

Para mi padre el Celta era un sueño. Buscó siempre presidirlo. Y lo consiguió. Simbolizaba como objetivo volver a su tierra. Entró en el consejo primero y en cuanto vio la oportunidad se lanzó en 2006.

No mucho después de eso, comenzaron sus problemas con el alcalde, Abel Caballero. ¿Fue aquello una pelea de gallos en el corral?

Bueno, ambos tienen una personalidad fuerte y las ideas muy claras. Al principio tuvieron una relación buena, pero cuando el Celta quiso crecer, buscar una ciudad deportiva y forjar alianzas con las instituciones, saltaron diferencias entre ellos.

Pero llegó usted y calmó las aguas.

Sí, bueno, yo entré cuando mi padre llegó y me centré en la parte del marketing y los socios. Ahí entendí otro Celta, no el de la añoranza, sino el de calle e ir a ver los partidos al campo. Nos hicimos cargo en un momento difícil. El club descendió a Segunda, afrontamos una crisis económica. Fue un máster. Hubo momentos en que vi a mi padre desolado. Como familia tuvimos que adoptar decisiones patrimoniales importantes.

Y… ¿mereció la pena?

Sí, creo que valió la pena. Después hemos logrado 14 años en Primera, una solidez económica, una cantera. Por supuesto, ha valido la pena. Ahora me toca a mí llevar ese legado.

¿Pesa saber que esa carga es la de una ilusión o un estado de ánimo colectivo?

Desde luego. Es difícil. Recuerdo el último partido de hace tres años en el que nos jugábamos la permanencia y yo iba a asumir la presidencia. Sentí toda esa responsabilidad. Veía a la gente acompañando al autobús del equipo y me decía: todos esos sentimientos me van a caer a mí ahora encima, cualquier decisión que tome, les afectará en lo más íntimo. En ese momento entendí la magnitud.

Cuando se hizo cargo, su padre le dijo que no se sintiera obligada, que la decisión debía partir de usted como una voluntad pura. ¿De verdad quería?

Cuando perteneces a una empresa familiar, sabes cuáles son tus responsabilidades. Mi padre cumplía 80 años, lo hablamos y lo preparamos. No fue obligado, sino meditado. Él había hecho lo más difícil, quedaba trabajar la parte social, demostrarle al celtismo el cariño que necesitaba. Abrir el club, que antes yo veía más cerrado, profesionalizado, pero poco humano. Quería darle calor, acercamiento, eso que consigue empatizar para llenar el estadio todos los partidos.

Marian Mouriño, fotografiada en la sede del club: "Cuando perteneces a una empresa familiar, sabes cuáles son tus responsabilidades"

¿Cree que parte de la nueva generación de dirigentes lo hacen con una sensibilidad más cercana a la fibra emocional frente a la frialdad de los fondos de inversión? ¿Va el fútbol hacia la búsqueda de una nueva y poderosa identidad?

Creo que en un club como el Celta, el fútbol es solo una parte de lo que representa. La clave es saber identificar, en quienes nos movemos en la media tabla, qué somos, cuál es nuestra identidad y qué valores representamos. Lo hemos visto con ese himno de C. Tangana, Oliveira dos cen anos, que nos llena de orgullo internacionalmente y ha traspasado las fronteras de Galicia hasta llegar a ser candidato a un Grammy, cosas que no pensarías.

La fuerza cultural que trasciende lo meramente deportivo.

Exacto. Hay que saber labrar eso.

¿Cómo surgió lo de C. Tangana? ¿Lo propuso él o le tentaron ustedes?

Lo propuso él. Para muchos no era una opción, se le identificaba con su disco El Madrileño. Pero puso un mensaje muy sencillo desde su sofá: “¿Puedo intentarlo?”. Muchos desconocían esas raíces de un padre vigués, que le inculca a su hijo desde Madrid seguir a un futbolista como Mostovói. Un niño de barrio en la capital y hacerse seguidor del Celta. Me siento muy reflejada en esa historia.

¿En qué?

En un hijo que le devuelve así a un padre todo lo que le inculcó.

Lo del himno les ha salido redondo, pero también algunos de los fichajes que han hecho. El hecho de elegir a Borja Iglesias, uno de esos escasísimos líderes con discurso social que existe entre un gremio más bien pacato como el de los futbolistas, ¿va más allá de lo deportivo?

Borja es un líder social y esos perfiles nos interesan especialmente. Es alguien que nos ha traído muchos goles pero además representa valores concretos más allá del campo y refuerza esos factores de cultura, identidad… O de raíz. Todo eso es parte de una estrategia, como los canteranos que nos han arraigado a la gente. Debería haber muchos más jugadores como Borja.

¿Cercanos a un compromiso de igualdad y dignidad? Fue el primer futbolista que dio un paso al frente para defender el caso de Jenni Hermoso…

Es valiente, tiene las ideas muy claras y qué bueno que las vaya a representar en el mundo del fútbol, donde está claro que no abundan muchos así.

¿Cuál es la diferencia que al frente de una institución futbolística puede marcar una mujer?

Está claro que tenemos una sensibilidad más social. Somos capaces de arropar algo más, promover una paz social, llegar a acuerdos, rehuimos ese conflicto con soluciones prácticas, lejos de enfrentamientos de ego. Me gusta llegar a acuerdos, dialogar.

A base de mano izquierda usted resolvió los conflictos con el alcalde, por ejemplo.

Sí, ahora tenemos muy buena relación. Yo le pedí confianza desde el primer día. Él vio coherencia entre lo que hablamos y lo que hice.

¿Qué le dijo y que hizo después para convencerle?

Pues, lo primero, llegar a esa paz social, a una conexión entre la comunidad y el club. Volver a atraer a las figuras y exjugadores. Fue un paso importante. Acercarme a ellos con humildad y tendiendo la mano, hacerles sentir en casa. Cambiar a quienes no veía comprometidos, salir y acercarme a la afición, hablar con las peñas y las instituciones. Queríamos llenar Balaídos. No imaginé que ocurriera tan pronto, pero hoy tenemos incluso listas de espera para hacerse socios, hasta 4.500. Contamos con 20.000 socios y hemos llenado prácticamente todos los partidos el año pasado. El celtismo ha despertado. Balaídos es un lugar donde la gente siente que puede compartir sus problemas. Hemos trabajado mucho todo eso.

El fútbol muchas veces despide mensajes repugnantes. ¿Cómo contrarrestarlos y cuáles detesta usted especialmente?

Detesto verlo como un espacio racista, yo no lo vivo así. Me gusta fomentar la diversidad en todos los equipos y categorías. Lucho por demostrar que no lo somos.

Bueno, a veces en los campos se oyen cosas que…

Cierto, y eso es lo que no me gusta porque representa lo que estropea una realidad como la que vivimos dentro, con niños y niñas que entrenan todos los días de procedencias distintas. Tampoco me gustan los comentarios que desprecian el fútbol femenino, más cuando un 30% de nuestras socias son mujeres. No creo que tengan razón aquellos que dicen que no vale, que las mujeres somos más complicadas, que no es rentable. No me gusta, hay que dar al fútbol femenino confianza, oportunidad y tiempo de madurez. Estamos en eso, creamos As Celtas, la división con cuatro categorías en la que ascendieron dos de ellas. Con proyecto de cantera, también, y vemos que el incremento de seguidoras va a más.

¿Qué más no le gusta? ¿Ese exhibicionismo ‘milloneti’ que vemos en algunos jugadores, por ejemplo?

Lo ostentoso, tampoco. Hay que entender que viven en un mundo y una burbuja en la que caen en esas trampas a veces, les llega muy pronto la fama y los rodea un mundo al que no están acostumbrados. Muchos lo superan y maduran, pero es difícil, eh.

¿Les da muchos consejos a sus jugadores?

La verdad es que no, no suelo meterme mucho, aunque convivo con ellos. Viajo, negocio sus contratos y en eso aprovecho para trasladarles mensajes, pero muy puntuales, que disfruten el momento, que tengan los pies en el suelo, que se cuiden porque representan un escudo…

¿Dónde le gustaría llegar con su club?

A asentar los cimientos de este siglo. Creo que es muy difícil. Hoy al fútbol lo están transformando los fondos de inversión, con multigrupos y plataformas muy grandes. El panorama ha cambiado rapidísimo. Me gustaría que ese legado quede en manos de gente que cuide y respete al club en los próximos 100 años.

¿Le asustan esos poderes oscuros, impersonales, que se están haciendo cargo no solo del deporte?

Es un reto. ¿Puedes ser competitivo como proyecto familiar ante esos fondos, ante esos monstruos? De ahí mi fijación. Afianzar nuestra identidad. Cómo crecer dentro de nuestras posibilidades y manejarnos en los mercados competitivos de fichajes, por ejemplo. Cómo hacerse fuerte ante esas amenazas. Buscar ingresos que te den solidez para poder crecer sin que el control lo deje de tener la familia porque sin eso perdería su identidad…

¿Qué le quita y que le da dirigir un club de fútbol?

Todo mi tiempo. Porque soy presidenta ejecutiva, encima, que es lo que me gusta: marcar la estrategia, el día a día, más que la parte institucional. Sin dejar de hablar de la deportiva.

¿Baja mucho al vestuario masculino?

Voy poco. Muy puntualmente. Creo que es un lugar donde existen unos códigos que debes respetar. Estoy siempre cerca, pero muy pocas veces dentro. Siento que es un lugar donde deben concentrarse y escuchar al míster. Entrar en el medio tiempo y reponerse si están mal. Deben tener su espacio, saben que estoy ahí, notan esa cercanía, pero dentro son los responsables deportivos quienes deben hacer valer su autoridad.

¿Cómo convence a un canterano de que no se vaya del club cobrando menos de lo que le ofrecen?

Cada canterano debe labrar su historia, algunos se van a tener que ir porque es bueno para ellos, para crecer. Iago Aspas se fue y regresó para ser quien es ahora. Disputó Champions, se tuvo que ganar el puesto, cuando aquí lo tenía asegurado. Todo eso fortalece. A veces les planteo si creen que irse es lo mejor para su carrera, a algunos los hemos convencido. ¿Qué ven en mí? Sinceridad. Saben que lo que les aseguro se va a cumplir, pero nunca voy a comprometer al club en algo que no va a poder afrontar. Esa seriedad me la reconocen. Y ahí voy a estar para lo bueno y lo malo, cuando debutan en cualquier categoría de la selección o cuando tienen un problema familiar.

¿Cuesta hacerse respetar en ese entorno?

Creo que no, aunque entras con cierto estigma, en mi caso más por ser la hija de… La niña de papá. Debes sobreponerte a las etiquetas difíciles. Pero rápidamente me gané el respeto al tomar ciertas decisiones, algunas duras, de cambio de timón. Cuando tengo que hacerlo no me tiembla la mano y eso lo perciben. En las negociaciones saben que soy dura, que siempre voy a pensar en el bien del club y da igual el nombre que tengan… Menos con Iago.

Que estará aquí hasta que le venga en gana.

Sí sí. Él decidirá dónde quiere estar cuando cuelgue las botas.

¿El Celta le ha hecho más feliz en su vida o le ha provocado un excesivo estrés?

Me ha hecho pasar momentos muy muy buenos y otros duros y malos. Enfrentarte a un partido en el palco donde no puedes expresar emociones y tienes que pensar, si la cosa va mal, hasta dónde puedes esperar para solucionarlo es difícil.

¿Se reprime mucho?

Cuesta no gritar ante decisiones que no te gustan: una jugada, un gol anulado, un VAR, un árbitro que se equivoca… No eres tú, eres la presidenta. Salgo de un partido y siempre me duele algo, como si lo hubiera jugado yo.

La seguidora y la presidenta, ¿cómo se llevan?

Bien porque soy una mujer coherente, lo malo es la representación institucional. Me gusta el contacto, prefiero un acto de peñas que otro evento cualquiera. Me cuesta mantener la frialdad. En casa grito, peleo, me levanto, no quiero ver los penaltis

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.
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