Ir al contenido
_
_
_
_

Héctor Alterio: “A mis 95 ya me entrego mansamente a la vida, como en un tango”

Lleva actuando casi 80 años y ahora está de gira por España con su obra autobiográfica ‘Una pequeña historia’. El actor reflexiona en esta entrevista sobre el oficio de actor, el exilio, la vida y la muerte: “Aún me divierte entretener a los demás sobre un escenario”.

Héctor Alterio
Mónica Ceberio Belaza

El día que se subió a un escenario por primera vez en la radio sonaba La Zarzamora de Lola Flores. En España aún no existía la televisión, sólo habían pasado tres años desde el final de la Segunda Guerra Mundial y aún faltaban cinco años para la coronación de Isabel II de Inglaterra. En Argentina, Borges escribía el último relato de El Aleph, Julio Cortázar publicaba sus primeros cuentos y Perón llevaba dos años al frente del Gobierno. Era el año 12 a.M. (antes de Maradona). En ese mundo de mediados del siglo XX tan distinto al de hoy, en el Buenos Aires de 1948, Héctor Benjamín Alterio Onorato debutó como actor protagonizando Prohibido suicidarse en primavera, de Alejandro Casona. “Quería entretener a los demás”, recuerda. “Solo eso. Me hacía sentir como un rey”. Tenía entonces 19 años...

Es de noche y chispea en la puerta del teatro Santo Tomé de Ávila. Un coche oscuro se detiene junto a la fachada principal y de su puerta trasera se baja Héctor Alterio. Hoy tiene 95 años, 77 más que aquella primera vez. Viste traje negro y camisa blanca, está muy delgado y se mueve ligeramente encorvado. Entra y camina despacio hacia una sala de butacas aún vacía. Sube al escenario, se prueba unas zapatillas de deporte también negras que le acaban de regalar y se ajusta una gorra azul de marinero. Bromea y ensaya un par de tangos con el pianista Juan Esteban Cuacci.

El último organito irá de puerta en puerta

hasta encontrar la casa de la vecina muerta

de la vecina aquella que se cansó de amar.

Tiene la barba blanca perfectamente recortada y cuando sonríe cientos de arrugas le dibujan la cara como si fuera un mapa cartográfico. Cuando habla lo hace despacio, como si pensara bien cada palabra. A ratos parece cansado y se queda callado, con sus enormes y profundos ojos azules observándolo todo como un búho. “Tengo 95 años y me sigo divirtiendo entreteniendo a los demás”, proclama mirando a su alrededor. “Cuando lo hago, me sigo sintiendo como un rey”.

Está de gira por toda España. Es febrero de 2025 y ya hace casi un lustro que murió Maradona.

Sobre el escenario solo hay un piano, dos sillas y unos atriles. No necesita nada más para la función. Media hora después llega el público y se encienden las luces de escena. Comienza a interpretar Una pequeña historia. De pronto, todo se transforma. Como si una fuerza sobrenatural lo estuviera poseyendo e iluminando, sostiene con una energía inaudita un monólogo de 90 minutos sin apenas puesta en escena que es una suerte de Alterio al desnudo: él hablando, él cantando tangos, él recitando poemas y textos de León Felipe y Cátulo Castillo, recordando historias de su infancia y juventud en Argentina, de su exilio en España. “Hay que estar un poco chiflado para estar aquí, pero yo necesito esta locura”, dice. Cuando termina, los espectadores le aplauden en pie. Muchos se acercan a darle la enhorabuena. Algunos le dan un abrazo que él devuelve. Otros muchos hablan entre ellos: “Qué barbaridad”.

Su rostro casi centenario refleja una emoción muy honda ante la ovación, pero él se quita importancia de inmediato. “Vámonos a cenar”, dice. Su pequeño equipo lo recoge todo en menos de 10 minutos. Y se van a tomar un chuletón.

Semanas después, Alterio nos recibe en su casa, un luminoso chalé cerca del barrio madrileño de Arturo Soria en cuyo salón se agolpan decenas de premios que ha ganado a lo largo de su carrera. Están presentes su esposa, Ángela Bacaicoa, psiconanalista y autora de Una pequeña historia, y su hija Malena, también actriz, como su hijo Ernesto. Malena, al igual que su padre, ha tenido una carrera de fondo, escalando poco a poco hasta ganar el Goya a mejor actriz en 2024, con 50 años, por la película Que nadie duerma. Ella nos acompaña a lo largo de toda la conversación y ayuda a su padre a completar algunos detalles de sus 95 años de vida que Héctor ha olvidado o le cuesta recordar. A veces la conversación no es fácil. A veces parece cansado rememorando. Pero en ningún momento sus ojos dejan de mirar con esa calidez tan suya, la misma que desprende en la pantalla, una calidez que de inmediato hace sentir bien.

¿Qué le mantiene aún sobre el escenario?

Soy actor. Esta ha sido y es mi forma de ganarme la vida durante casi 80 años.

Pero supongo que ya no lo hace por necesidad económica.

Bueno, también en parte.

Su esposa, Ángela, interviene de inmediato:

—Pero Héctor, por supuesto que podrías retirarte. Lo haces porque te gusta, porque quieres hacerlo, porque te hace sentir bien…

Cambiemos la pregunta entonces. La mayoría de la gente de su edad lleva varias décadas jubilada. ¿Qué es lo que le gusta tanto de la actuación como para seguir ensayando, actuando y haciendo giras a solo cinco años de cumplir 100?

Me da la posibilidad de expresarme. No tengo otra. Y me sigue gustando muchísimo entretener a los demás. A lo largo de mi vida he buscado sobre todo dos cosas: entretener y que me crean, que crean en lo que estoy haciendo sobre un escenario. Esto es muy importante. Para mí actuar ha sido una búsqueda incesante de la verdad.

¿Qué es la verdad?

No actuar nunca de forma rutinaria ni mecánica. Que cada papel y cada función sean algo nuevo y que el espectador me crea, que realmente crea en lo que hace y vive mi personaje. Si no provoco conmoción, eso significa que he hecho algo mal, que no he llegado a la verdad.

Cuando comienza la función parece como si le quitaran 30 años de golpe.

Me lo paso muy bien. Aunque a veces con cansancio, claro. Lo que más me gusta es notar después la mano fraternal de los espectadores, cuando me miran y lloran, cuando me dicen que se han emocionado, cuando me dan una palmada o me dan las gracias. Lo que me da fuerzas es saber que de alguna manera estuve entreteniendo a alguien. Es lo que he hecho toda mi vida.

¿Siempre quiso ser actor?

Cuando era niño me dedicaba a divertir a mis amigos. Imitaba, cantaba… lo que hiciera falta. Me llamaban el flaco, y me pedían cosas. “Eh, flaco, haz de mendigo”. Y yo me tapaba un ojo, cojeaba, me tumbaba a pedir limosna y estiraba la mano para ver si caían monedas. Y caían. Me di cuenta de que sabía hacer cosas que los demás no sabían hacer. Tenía ese poder y eso me hacía sentir muy bien. Las carcajadas de mis amigos eran un regalo que me fascinaba. Luego pasaba semanas y semanas viviendo de esos recuerdos.

Alterio nació en 1929 en Buenos Aires, de padres italianos. Era el pequeño de cuatro hermanos. Su padre murió cuando él tenía 12 años y se puso a trabajar muy pequeño limpiando en una farmacia para ayudar a su madre. Estudió interpretación por lo mucho que le gustaba entretener a los demás. Tras su debut en 1948 participó en la fundación de Nuevo Teatro en 1950, un movimiento que marcó su formación, su carácter y el resto de su vida. “Fue una gran escuela para él porque todos hacían de todo”, relata Malena. “Eran actores, escenógrafos, se encargaban de las luces, del sonido y hasta de cobrar las entradas. Y tenían muchísima libertad. Fue un teatro realmente independiente y maravilloso”.

“Entretener no es algo menor, es algo muy importante para el ser humano. Esa ha sido mi misión en la vida”, dice Héctor Alterio.

¿Qué recuerda de aquellos años?

Estaba siempre alegre, contento, con interés por aprender y mejorar. No creo que haya nada mejor que eso. Estuvimos casi 20 años con el Nuevo Teatro.

La suya ha sido una carrera larga y a fuego lento, como su vida. Empezó a hacer teatro con 19 pero no comenzó en la televisión y el cine hasta los 36. Y poco a poco fueron llegando los éxitos. Hasta que en 1975, durante un viaje a España para presentar La tregua, de Sergio Renán, basada en la novela de Mario Benedetti y la primera película argentina nominada al Oscar a mejor película extranjera, le llegó un mazazo que le cambió la vida para siempre.

¿Qué ocurrió?

Estaba en el Festival de San Sebastián presentando la película y allí me enteré de que me había llegado una amenaza de muerte. Aún la recuerdo perfectamente: “Si en 48 horas no abandona Buenos Aires, será ejecutado en el lugar en el que se encuentre.

El aviso provenía de la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina), una organización paramilitar de ultraderecha que asesinó a más de 1.000 personas en esos años. “Eran unos momentos muy jodidos en Argentina, muy confusos”, añade Malena. “Había desaparecidos, pero nadie sabía muy bien lo que estaba pasando realmente”. Ella tenía un año. Su hermano Ernesto, tres. Su madre, Ángela, cogió a los chiquillos y se plantó en Madrid sin dinero, sin arraigo, sin nada.

¿Qué ha supuesto el exilio en su vida?

Fue muy duro pensar que no podíamos volver a Argentina. Buenos Aires se convirtió en mi paraíso. No hay otros paraísos que los paraísos perdidos, como decía Borges.

¿Y Madrid en qué se convirtió?

En mi cárcel, y también en mi salvación. Cuando te amenazan de muerte, pasas mucho miedo. Piensas que te pueden hacer algo en cualquier momento, en cualquier sitio, aunque no estés ya en Buenos Aires. Pero el exilio también me permitió encontrarme con gente buena, honesta y generosa que tuvo conmigo un comportamiento que aún hoy me cuesta creer. Como el actor Juan Diego, por ejemplo. Yo apenas lo conocía. Un día llegó con una maleta y me dijo: ‘Héctor, aquí te traigo los recortes que me pediste’. Yo me desorienté completamente. No entendía de qué me estaba hablando, porque yo no le había pedido nada. Pensé que me traía los reportajes que se habían publicado en prensa española sobre mi película, o algo así. Cuando lo abrí, había dinero. Un montón de dinero que nos permitió salir adelante. Un gesto que no olvidaré nunca.

—Y Nuria Espert le dio trabajo en su compañía de teatro—, añade Malena. —Nosotros llegamos aquí con una mano delante y otra detrás. Sin esta ayuda desinteresada de toda esta gente que no nos conocía de nada no sé cómo habríamos sobrevivido.

Sobrevivieron. Con ayuda y con muchísimo esfuerzo. Ángela abrió su consulta como psicoanalista. Héctor empezó a triunfar en España en todos los formatos: teatro, cine y televisión, y siguió de tanto en tanto trabajando en Argentina. La historia oficial, Cría cuervos, La guerra de papá, A un dios desconocido, Segunda enseñanza, Vientos de agua… Su rostro magnético creó personajes y escenas difíciles de olvidar, como aquella de El hijo de la novia en la que un Héctor Alterio de 72 años le proponía a su compañera de toda una vida, que padecía alzheimer, que se casara con él. Un papel que hacía la misma Norma Aleandro a la que 16 años antes había golpeado en La historia oficial por hacer demasiadas preguntas sobre su hijo adoptado, un bebé robado durante los años de la dictadura en Argentina. Una escena que se le quedó grabada a Malena por la violencia con la que se comportaba su padre en la pantalla.

¿Por qué cree que es importante contar historias?

Porque entretenerse no es algo menor, es muy importante para el ser humano. Esa ha sido mi misión en la vida. Por eso también les contaba cuentos a mis hijos cuando eran pequeños, antes de dormir.

— Para mí era fascinante escucharte— le dice Malena. —Ibas inventando, adornando. Era una maravilla cómo nos llegaban todas las imágenes de lo que nos ibas diciendo. Con tu voz, con tus pausas y con tu sentido del humor viajábamos hasta donde tú nos quisieras llevar.

— Yo lo pasaba mejor que ustedes— se ríe él recordando aquellas noches.

— Me parece que nos usabas como conejillos de indias, que ensayabas con nosotros— responde ella. —Con esa tranquilidad tan tuya. Desde que soy actriz lo que más me impresiona de ti es tu relajación. A todo el mundo le pone tenso una cámara o subirse a un escenario. Pero a ti no. A ti solo te pone cachondo. Y eso se nota.

—La verdad es que lo he pasado muy bien con esta vida tan loca— concede él. —Y lo sigo pasando.

El actor Héctor Alterio, en su casa, en Madrid.

Mirando hacia atrás, ¿cuáles han sido los momentos más importantes de su vida?

Creo que el nacimiento de mis hijos.

Malena se ríe al escuchar esta frase y entre los dos reconstruyen uno de esos momentos que ha pasado de boca en boca como uno de los grandes éxitos del anecdotario familiar.

— Papá, cuenta cómo te enteraste de mi nacimiento.

— Jajaja. Estaba rodando La Patagonia rebelde en un lugar muy remoto.

— En aquella época, en 1974, no había móviles ni nada. Así que mi madre le dijo a alguien de producción que yo había nacido, y esa persona mandó a dos personas al set de rodaje para avisar. Fueron a caballo.

—[Héctor cierra ligeramente los ojos, sonríe y dice]: Llegaron dos personas galopando y gritando. Yo estaba arriba de una montaña y veía acercarse a los caballos sin entender nada. En un momento, empecé a oír lo que decían: ‘Nació Malena, nació Malena’. Fue increíble. Es parte de la locura de ser actor. Te puede pillar cualquier cosa en mitad de cualquier lugar. Es lo bueno y lo malo. Así es el oficio.

¿Quería que sus hijos fueran actores? Los Alterio se han convertido en una saga.

Bueno, es un trabajo muy inestable. Pero estoy muy orgulloso de su trayectoria. Los dos tienen talento y trabajan muy duro. Veo su evolución, sus ganas de hacerlo mejor, y eso me hace sentir muy bien. Cualquier éxito de ellos, por mínimo que sea, para mí es una satisfacción inmensa.

¿Qué sintió el año pasado al ver a Malena recoger el Goya a mejor actriz?

Mucha emoción. Y mucha ‘alteración’, como mi apellido.

El oficio de actor va acompañado de una exposición pública constante. ¿Ha tenido que controlar su vanidad?

A mí me gusta estudiarme bien los papeles y estar tranquilo. El resto no me importa mucho y siempre me ha dado bastante vergüenza el ego del actor. Aunque vete a saber. Igual soy tan vanidoso que digo que no lo soy.

Malena, a su lado, lo niega: “Siempre le han dado mucho pudor los premios y la competición entre actores. A nosotros nos ha enseñado que esto es un oficio, que hay que trabajar muy duro y que eso es todo”.

¿Qué balance hace de su vida?

Uf. Sobre todo diría que pasa muy rápido. Demasiado rápido. Se va con un soplo. No esperaba llegar a la edad que tengo. Y sé que tengo poco tiempo para seguir trabajando y para seguir viviendo, así que prefiero no pensar demasiado ni en el pasado ni en el futuro. Vivo mi día a día tranquilo.

¿Tiene miedo a la muerte?

Tengo más miedo a estar mal, a no poder un día levantarme de la cama. Bueno, y cuando pienso que el futuro que tengo por delante es corto, que me queda poco tiempo ya, me da un poco de escalofrío. Pero me pego dos cachetazos y sigo con mis rutinas.

Las rutinas están sobre la mesa acristalada del salón. Están, por ejemplo, los papeles de Una pequeña historia, que ensaya cada día muy disciplinadamente. “Todo esto tiene que estar en la cabeza”, dice. “Lo que más seguridad me ha dado a lo largo de la vida es saberme perfectamente la letra”.

Héctor Alterio recita el tango 'El último organito' en el salón de su casa.Vídeo: Cedido por Malena Alterio

Come bien y duerme mucho. Dice que lo necesita para estar en forma. Mantiene intacto el sentido del humor y se declara adicto al mate y al periódico de cada día. Lee EL PAÍS desde 1976. Le molestan los tres días al año que no sale su edición en papel: el 25 de diciembre, el 1 de enero y el sábado santo. Lo lee todo porque todo le entretiene, ese verbo que conjuga tanto y que ha dado sentido a su vida. “El mundo está regular, horrible, pero yo quiero seguir viéndolo”.

Y quiere seguir cantando. ¿Por qué le gusta tanto el tango?

El tango es mi infancia, mi adolescencia, mi vejez. Y lo contiene todo. Lo bueno, lo malo, el amor, el desamor. Todo está en el tango.

¿Qué se desea con 95 años?

Que mi mujer y mis hijos tengan salud y estén bien y contentos. Seguir divirtiéndome. Y que le vaya bien al Real Madrid.

¿Encontró la verdad?

No sé si la encontré. Lo que sí sé es que la sigo buscando siempre, en cada función. Con 95 años, sigo buscando la verdad.

¿Le queda algún sueño por cumplir?

No. Yo ya me entrego mansamente a la vida, como si fuera un tango.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Mónica Ceberio Belaza
Reportera y coordinadora de proyectos especiales. Ex directora adjunta de EL PAÍS. Especializada en temas sociales, contó en exclusiva los encuentros entre presos de ETA y sus víctimas. Premio Ortega y Gasset 2014 por 'En la calle, una historia de desahucios' y del Ministerio de Igualdad en 2009 por la serie sobre trata ‘La esclavitud invisible’.
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_