Carolina Yuste: “Sufrí acoso escolar, pero he sabido entender. Es bonito perdonar, aunque depende del día”
Su memorable papel en ‘La infiltrada’ significó el segundo Goya para una carrera que no deja de asombrar en las pantallas y en el teatro. Ahora la actriz extremeña estrena ‘La canción’, donde interpreta a la Massiel que ganó Eurovisión. Culta y curiosa, publica, además, una novela, ‘Toda mi violencia es tuya‘, que es como ella: parte ira, parte ternura


Lo que marca ser de Badajó, así, sin la zeta final y con acento en la “o”. Carolina Yuste, nacida allí hace 33 años, lo pronuncia con tanto convencimiento, con tanta pasión que sería capaz de revertir cualquier manual de geografía con esta enmienda: Extremadura está formada por dos provincias: Cáceres y Badajó. Pero haber tenido que dejarlo para cumplir sus sueños en Madrid le mereció la pena el desgarro. Y a los espectadores, después de haberla visto en películas como Carmen y Lola, Hasta el cielo, Girasoles silvestres, Chinas, Saben aquell, entre otras, o, por supuesto, La infiltrada, su cuarta película con Arantxa Echevarría, con la que se ha llevado todos los premios posibles, incluido su segundo Goya como actriz. Esta intérprete de raza y genio también ha dejado huella en el teatro con montajes como Prostitución, de Andrés Lima, o ahora con una adaptación de la novela de Carmen Martín Gaite en Caperucita en Manhattan. Interpreta además a Massiel en La canción, la serie creada por Pepe Coira y Fran Araújo para Movistar Plus+, que cuenta la historia de cómo España ganó Eurovisión en 1968 con La, la, la. Pero no queda ahí solo su talento. También ha dirigido un corto, Ciao Bambina, y ha escrito una novela, Toda mi violencia es tuya, en la que desata a partes iguales ira y ternura, dos elementos que continuamente trata de armonizar en sí misma y saca provecho para su trabajo.
¿Qué tal después de este año vorágine?
Bien, estoy bien.
Y eso ¿qué significa?
Estar en calma. Ser consciente de estar bien me genera calma. Puedo llegar a estar mal o triste, pero no me suelo quedar en el torbellino del sufrimiento, ¿sabes? Acepto las emociones como vienen y las acepto. Intento sacarles partido y que me valgan para otras cosas. Hay días en los que siento mucho estrés. Otros que me quiero ir a Badajó con mis padres, pero nada de sufrir.
¿Ha sufrido antes?
De adolescente, puede que sí. Como todo el mundo, cuando todavía no tienes herramientas y te llueven hostiones que no sabes parar. Poco a poco vas aprendiendo que es parte de la vida y que está bien. Me preocupa mucho cuando se catalogan las emociones solo como buenas y malas. Parece que tengas que vivir nada más que unas, estar alegre y contenta como si fuera lo bueno, y la tristeza, en cambio, no. O la rabia. Para mí, ambas tienen su sentido positivo en la vida.
¿Cuál?
Pues mira, en mi caso, la ira es algo muy concreto: el paso de la tristeza a la alegría, la emoción que te saca del pozo, que te moviliza incluso para crear algo. En la tristeza, por el contrario, yo no me sé manejar mucho tiempo. La tristeza y la vergüenza…
¿Cómo se deshace de ellas? ¿Tiene armas?
No sé si me deshago.
¿La esquiva, entonces?
No me gusta a mí esquivar muchas cosas. No tengo miedo al conflicto ni a enfrentarme a lo que me esté pasando. Nuestro oficio da mucho para eso. Me afecta la pérdida de un ser querido, claro, o haber tenido que dejar Badajó, a veces. Me gusta buscar excusas para pasar tiempo allí con quienes me quieren y no me juzgan.

¿Cómo es Badajó?
Increíble, el lugar donde yo estoy más relajada. Donde me siento con el pecho abierto y a gusto. Me fui en un momento en que no podía hacer lo que deseaba y salí.
¿A qué se dedicaban en su casa?
Mi madre ha sido peluquera toda la vida, pero tiene mucho arte: canta y pinta cuadros. Mi padre fue pintor de oficio y trabaja en la caja de ahorros en marketing. Somos cuatro hermanas, la mayor fue referente para mí porque a los 17 años se fue y vivió en Granada, Londres, Ibiza. Crecí con esa posibilidad de buscarte la vida fuera. Quizás nunca se me hubiese encendido la bombilla de venirme a Madrid, si no. Aunque me dieron una educación con muchas referencias artísticas, me llevaban a conciertos de música clásica y de jazz. Si me dedico a esto, es un poco su culpa.
Pero algo verían en la niña.
Pues que cantaba y bailaba por las esquinas, que era muy teatrera. Pero yo no quería ser actriz, sino bailarina. Sabía que quería dedicarme a la rama artística. Pero la primera vez que hice teatro fue en Madrid. Si me empeñé fue un poco por esa rabia que te comentaba. Quise entrar a la Real Escuela Superior de Arte Dramático (RESAD) para estudiar teatro gestual y me pusieron un dos. Me enfadé muchísimo. Me encebollé en que me quería quedar. Empecé a trabajar en una tienda y a la vez me metí en una escuela de interpretación con un profe de texto, Carlos Silveira, que era de Cáceres, además. Me abrió un universo. Me preparé con él e ingresé en la RESAD después.
Por orgullo y cabezonería. ¿De dónde le vienen?
¡Eso, de Extremadura! Por eso te digo lo de la rabia, el hacerlo porque os vais a enterar. Compatible con el amor total, eh. El carácter que tiene que ver con la bellota y con mi tierra, mi familia y mi experiencia allí.
¿Y qué más, aparte de eso?
Pues que yo sufrí acoso en el colegio. De ahí también.
¿Por qué cree que lo padeció?
Pues por una incapacidad absoluta para gestionar emociones. Literal.
¿Por una cuestión de carácter, no física?
Sí, más por como yo era. Aunque luego, evidentemente, me llamaban gorda, iba dentro del pack. A veces creemos que el acoso lo sufren personas tímidas o introvertidas, pero no es verdad. Yo siempre fui extrovertida, expansiva, bruta, pero supongo que, a ciertas edades, con esos caracteres, empiezan a surgir problemas por eso también. No sé si se puede llamar envidia o miedo…
¿Frustraciones de otros volcadas como espejo en otras personas?
Total. Sí, el miedo, las heridas, el dolor, volcados en otros.
¿Qué años tenía?
Entre 13 y 15. Antes, que yo recuerde, nada.
O sea, ¿tuvo una infancia feliz pero una adolescencia tormentosa?
Sí, más o menos.
¿Y era buena estudiante?
En aquella época, no. Antes, normal. Sobre todo en Historia, Música, Literatura. En Física, no, y ahora, fíjate que me fascina. La cuántica o la astrofísica. Me encanta leer cosas sobre eso.
¿Ha encontrado ahí una especie de camino místico?
Puede. A mí me gusta leer mucha filosofía, gente que me ilumine. Y eso me ha ido acercando después a la física, al estudio de la energía y la materia oscura en ese punto donde ambas se juntan. Termina convirtiéndose en un viaje espiritual, también: quiénes somos, dónde estamos, las eternas preguntas.
¿Anda en ese camino porque busca a Dios o porque busca sentido?
Es lo mismo, ¿no? La búsqueda de Dios es la del sentido. Me gusta esa indagación. No puedo sentenciar verdades absolutas, pero buscarlas, entender la vida de manera holística, me motiva.
¿Le ha servido eso para entender o perdonar, por ejemplo, a quienes la acosaban?
Totalmente, sí.
¿Y para perdonar?
He sufrido acoso escolar, sí. Es bonito perdonar, aunque depende del día. Hay veces que agradezco la experiencia y otras que no, que me digo: ¿por qué he tenido yo que pasar eso? Hubiese aprendido a reaccionar de otra manera, si no. Pero, a la vez, si veo el ser humano que estoy intentando construir y la gente que me rodea, mi cosmos, mi tribu, siento tanto amor y agradecimiento que pienso que todo eso tiene que ver con toda mi experiencia en la vida. Y aquello también me configuró, pude ver las cosas que duelen de una manera determinada. Agradecerlo sin tener la necesidad, ni ganas de tomar un café con ellos. No tengo ningún interés en ser colega, ni nada de eso, pero tampoco cargo con ese resentimiento. Tachar como monstruos a gente tan pequeña es un error, a esas edades, a saber qué problemas tendrían. No creo que el ser humano sea un bicho malo por naturaleza, que aparezcamos aquí con el gen de la maldad. Tiene que ver con las circunstancias, el miedo, la ira, la angustia existencial que nadie nos enseña a canalizar. Me preocupa el señalamiento y no entender qué ocurre, llevarlo hacia otro lugar, si no, nunca cambiarían.

¿No cree entonces que el hombre es un lobo para el hombre? ¿Se decanta por el buen salvaje?
Es que el buen salvaje también me crea conflicto, antropológicamente. Creo que somos todo: no se puede buscar la luz sin haber habitado la oscuridad.
¿Se enfrenta a las contradicciones sin miedo?
Lo intento. Somos terrenales, aquí estamos, intentando aprender.
Hablaba usted de la persona que quiere ser. ¿Cómo la ve?
Definirme me cuesta cada vez más. Alguien que intenta conocerse a cada paso, integrar sus luces y sus sombras, pero entender que soy ambas cosas, que busca rodearse de gente hermosa, con el pecho abierto. Poco más. Canalizo todo eso y trato de transformarlo en cosas buenas para los demás, es lo que intento. Al tiempo que a veces tengo unos arranques de ira que no puedo con ellos.
¿Fue el acoso lo que le hizo salir de su ciudad o deseaba salir a experimentar fuera?
Quizás fue una mezcla. Me fui años después, aquel tema quedó atrás cuando cambié de colegio. Prefiero no decir cuál, era concertado, religioso. No me sentí nada apoyada. Eso está clarísimo y me largué. En el siguiente me fue todo fenomenal. Allí empecé con el arte, pintaba, dibujaba, me gusta mogollón y admiro a Remedios Varo y Leonora Carrington muchísimo. Tenían esa conexión conmigo espiritual, simbólica.
El día que se fue, ¿se sentía más triste, más ilusionada o tenía miedo?
Estaba contenta, me vine además con cuatro compañeras. Mi familia nunca dejó de alentarme. No sentía miedo, pero sí coraje. Mucha voluntad. He sido muy metódica y cabezota. Yo empecé para ver cómo se hacía esto sin saber dónde acabaría. Cuando yo hice mi primera obra de teatro, pensaba que a lo mejor no me gustaría estar encima de un escenario y que, si era así, lo dejaría. Pero cuando subí sentí una conexión absoluta con el cielo, la tierra y el presente. Y además aquello no se quedaba en mí, sino que era una traviesa, una vía que expulsaba la energía hacia afuera y después me la devolvía. Espectacular.
¿Sintió entonces poder?
¿Poder? ¿En qué sentido?
En el de saber que era capaz de embaucar a la gente con emoción.
Sí, es poderoso. Usar la palabra poder a mí me lleva como… Pero sí, es poder, totalmente. A mí me ocurre como espectadora. Si me gusta algo digo: ¡joder, qué poderoso! ¡Qué poderío!
¿Y ese poder después lleva a la ambición?
Correcto, porque excita y te dices: quiero hacer esto. Recuerdo sentirlo así. También me ocurría bailando. Pero el poder que genera una palabra, una historia, me resulta único. Eso me ocurrió sobre todo en Prostitución, trabajando bajo la dirección de Andrés Lima. Fue un montaje que revolvió a todo el mundo. Yo me lo gocé total. Pero era un regalo envenenado, se lo dije a Lima, porque no siempre íbamos a formar parte de algo tan tremendo.
¿Aquella función supuso en usted como actriz un antes y un después?
Sí. Hay dos momentos en mi carrera que lo son. Ese es uno. Otro cuando supe que podía pagar el alquiler.
¿Cuándo ocurrió lo segundo? ¿Con Carmen y Lola?
¡Qué va! Aquella fue una película fundamental para mí, pero con un presupuesto bajísimo. Yo tenía 25 o 26 años y seguía compartiendo piso. No sabíamos qué iba a pasar. Nos cambió la vida a Arantxa Echevarría y a mí, somos familia. Fue algo después, junté un dinero y apareció una palabra maravillosa en mi vida: calma.
Estamos abordando conceptos fundamentales: rabia, ira, acoso, poder, ambición, calma…
Así es… Pero la calma es importantísima. Porque dejé de ir con miedo a los lugares, con necesidad de que me cogieran. Es distinto presentarse a una prueba con ganas de que te seleccionen que con necesidad. Muy diferente.
¿Y desde esa calma se considera también generosa?
Sí, mucho. Creo que sí, ¿por qué te voy a decir que no?
No sé, yo solo pregunto.
Pues sí.
¿La generosidad es una alegría en usted?
Creo que sí, pero eso se mezcla con mi necesidad de sostener. Una cosa es sostener desde la calma y otras desde la angustia o desde esa sensación que puedes confundir con la manera en que te quieran. Eso es complicado, plantearte que, hostia, estoy sosteniendo a todo el mundo, pero soy incapaz de sostenerme a mí, preocupada por todo el mundo, que te despistes de ti misma por necesidad de que te quieran también.
¿De qué cree que habla La infiltrada?
De muchas cosas… De estar fuera de sitio, renunciar a la identidad y la soledad que eso supone, abandonar lo que eres por construir otro yo.
¿O una causa?
Totalmente.
¿Usted lo haría?
Yo no.
¿Cómo llegó a entender entonces a esa policía?
Porque he tenido que renunciar a cosas, aunque no a tanto, y puedo llegar a comprender el motor que te impulsa a hacer eso.
¿Cuál es?
Creo que un sentido muy grande de acabar con algo injusto y que puedes llegar a formar parte de eso y, también, una ambición, un compromiso.
Y de Caperucita en Manhattan, ¿qué me dice?
Pues ahí se da todo lo contrario a Prostitución, por ejemplo: el amor, la inocencia, el poder generar y contar que se puede vivir sin miedo. Ha sido muy importante para mí eso también. Yo soy muy de rasgarme, de harakiris, de cosas cañeras. Pero con Caperucita... estoy descubriendo otras partes de mí. Me daba miedo hacer al personaje moñas, ñoñas, echarle azúcar a la miel. Pero entendí que debía ser yo y en mí habitan además la pureza, la inocencia, la alegría…
O sea, creía que eso eran sensaciones de segunda y este viaje le ha hecho ver que son tan importantes o más que la intensidad que nos atrae del lado oscuro.
Totalmente. Sí. Totalmente.
Pues eso a lo mejor es que ha madurado bien y empieza a disfrutar de la vida.
Pues sí. Mi padre me lo dice. He sido muy disfrutona, pero es verdad que me he deshecho de ese prejuicio de mierda de considerar más importante lo otro.
¿Cuánto ha aprendido por medio de una serie como La canción de cómo es España?
Pues la serie cuenta muchas cosas que te generan alegría, pero también me dolió, algunos personajes me generaban tristeza. Hemos cambiado mucho, creo que ha sido inevitable nuestro avance como país. En los colegios no nos han contado bien lo que fue el franquismo. Hay un desconocimiento total. Pero yo me he empeñado en saber, me he interesado por todo eso. Más siendo de Badajó y lo que pasó allí, la gran matanza, el 14 de agosto de 1936. ¡No se conoce! Siempre he tenido el interés y las ganas de adentrarme en los comportamientos de la gente. Me matriculé en Antropología por la UNED para ello.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma
