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Tú a mi casa y yo a la tuya: el ‘Homeexchange’ o el trueque que abarata un viaje

La confianza entre los usuarios de esta modalidad de alojamiento es una de las claves para que la experiencia sea un éxito. Trucos y consejos para disfrutar de un fenómeno que está al alza en todo el mundo

‘Homeexchange’
Elena Sevillano

Miguel y Emma conocieron el intercambio de casas hace un par de años a través de unos amigos. Les atrajo esta forma de viajar —que empezó a popularizarse en 2006 tras el éxito de la película The Holiday—, más económica y con una filosofía colaborativa, basada en el trueque: dos partes se ponen de acuerdo para vivir una en la vivienda de la otra durante un determinado periodo vacacional. Ellos eran reticentes a meter a unos completos desconocidos en su hogar, situado en una zona residencial de Almería, al lado del mar. Por eso decidieron apuntarse a la plataforma HomeExchange, en busca de seguridad. “Nos guiamos por las valoraciones que los usuarios se hacen entre sí; creo que es una herramienta muy útil”, cuenta Miguel. Existen varias plataformas y clubes de viajeros de intercambio de casas —HomeLink, Guardian Home Exchange, Intervac, Kindred, en Australia, Aussie House Swap, por citar algunas—.

Home Exchange es una de las líderes, con 200.000 usuarios en el mundo, 30.000 de ellos en España. Sus miembros completan un perfil, se abren una cuenta, que es verificada, y pagan 160 euros de suscripción anual. Ya están preparados para comenzar a registrar intercambios. Al tradicional o recíproco —yo voy a tu casa y tú vienes a la mía, en las mismas fechas— se le unió, en 2018, el que se produce a cambio de puntos, llamados guest points, que se ganan por ofrecer la vivienda y luego se canjean para poder alojarse en otras sin necesidad de coincidir en el tiempo del intercambio. Los nuevos usuarios reciben, como regalo, un paquete inicial de 1.050 guest points, que dan para alojarse entre cinco y siete noches, calcula Pilar Manrique, portavoz de Home Exchange en España. “Es una forma de perder el miedo, de ver cómo funciona, cómo te reciben los anfitriones y cómo se desarrolla todo”, explica.

El primer intercambio de Miguel y Emma fue recíproco, con una familia que vivía en el centro de Madrid. El siguiente, ya con puntos, los llevó a Bilbao, mientras que una pareja de Alicante iba a su casa. Ahora llevan unos meses con mucho trabajo que les impide viajar, según se lamenta Miguel. Por eso han decidido registrar su segunda residencia —un apartamento— y ofrecerla cuando está vacía, para acumular guest points para sus futuras escapadas. Esta fórmula está creciendo dentro de la plataforma, aunque, según los datos que proporciona la compañía, el 63% de los hogares que la conforman siguen siendo primeras residencias.

Kate Winslet y Eli Wallach en la película 'The Holiday' (2006) en la que dos mujeres con problemas con sus hombres intercambian casas en sus respectivos países.

Un propietario propone un intercambio a otro, que puede aceptar o no; no hay nada obligatorio. Estar en una plataforma proporciona cobertura si, tras cerrar el trato, algo se tuerce. HomeExchange, por ejemplo, permite la cancelación por causa de fuerza mayor. En ese caso, el equipo de asistencia busca alternativas parecidas a la familia que ha visto su plan cancelado. “Si no es posible, ofrecemos una compensación económica para que valore si quiere continuar su viaje alojándose en un hotel”, concreta Manrique. Si se producen daños en una casa, que es uno de los mayores miedos de quienes se aventuran a esta modalidad de alojamiento, la plataforma tiene estipulada una especie de franquicia: si el coste de la reparación es menor de 500 euros, ha de asumirlo el invitado. “Si es muy serio, interviene nuestra garantía de daños”, despeja Manrique. “Si sirve el dato, en 2024, el porcentaje de intercambios sin imprevistos fue del 99,7%”, trata de tranquilizar el portavoz de la plataforma.

A Miguel y Emma nunca les ha ocurrido nada malo, todo lo contrario. “Han sido experiencias muy buenas”, concreta él. Incluso han trascendido el puro canje físico de dos viviendas. Es habitual que los anfitriones preparen un detalle para sus invitados, como algún producto típico de su tierra, y que estos devuelvan el gesto dejando, a su vez, un regalo cuando se marchan. También es muy normal que los dueños de la casa de destino ejerzan de guías locales de su territorio, ofreciendo información práctica —transporte público, supermercados cercanos— y pistas más allá de las que daría cualquier guía de viaje: id a este restaurante, disfrutad de unas vistas estupendas desde este lugar, esta actividad es muy chula para ir con niños, visitad este museo, este espacio natural o esta playa.

Raquel, que lleva 10 años haciendo intercambio de casas, hizo sus primeros trueques desde Miami (EE UU), donde residía por aquel entonces. Rompió el fuego con un alojamiento en Carolina del Norte, con chimenea y vistas a las montañas Great Smoky, aunque reconoce que se pasó el viaje de vuelta con la incertidumbre de qué se encontraría cuando abriera la puerta de su hogar. “Todo estaba impecable”, enfatiza. “La gente es cuidadosa y respetuosa”, insiste. Cuando le tocaba recibir, al principio se preguntaba, “¿pero de verdad ha estado alguien en mi casa?”. Una familia canadiense con tres niños dejó, como único rastro de su paso, un poco de tomate en un azulejo de la cocina. Como invitada se ha alojado en un apartamento de la Quinta Avenida de Nueva York con azotea y portero de uniforme. Y en una mansión estilo colonial en Cayo Hueso, Florida.

HomeExchange en Pontevedra (Galicia).

“Según cómo sea la casa que ofrezcas, y dónde se encuentre, así recibirás propuestas de intercambio”, señala esta usuaria. Desde que vive en la localidad madrileña de Boadilla del Monte, ella y su marido viajan más por Europa. Hace un par de veranos, en Niza, los dueños de la casa que eligieron les explicaron que había una línea de tren para ir a una playa muy conocida, un chiringuito de mejillones fantástico y un barrio en el que salirse del circuito turístico. En otra ocasión, en La Rochelle, los abordó un señor, un niño de la guerra civil española exiliado en Francia, que los invitó a un café. “Esta modalidad permite ir a zonas menos conocidas y masificadas; la experiencia es más auténtica”, defiende Raquel. Aun así, opina que no es para todo el mundo. “La pregunta clave es: ¿te importa que alguien toque tus cosas o duerma en tu cama? Si la respuesta es que no, ¡adelante!”, anima.

Sin una buena presentación no hay trato

“Si recibo un mensaje que pone ‘Hola, a tu casa del 28 al 31, ¿disponible?’, mi respuesta es ‘No, gracias’. Si yo aspiro a alojarme en la casa de alguien, lo primero es presentarme, explicar quién soy, y lo que hago”, apunta Raquel, usuaria desde hace años de la modalidad de intercambio de casas. Según su experiencia, la conexión humana es clave para que el acuerdo salga adelante. Cuanta más información se ofrezca, más fácil resultará a la otra parte tomar la decisión de aceptar la propuesta. ¿Se admiten mascotas? ¿La vivienda es apta para niños? ¿Hay juguetes o una cuna de viaje? ¿Ofrece aire acondicionado, tiene un piano, plantas que regar? “En los wasaps y conversaciones previas se conoce mucho a las familias; ahí podemos ver si somos el perfil que estamos buscando, y se genera confianza”, cuenta Miguel, otro usuario que concede mucha importancia a esa aproximación personal.

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Sobre la firma

Elena Sevillano
Colaboradora de EL PAÍS desde 2003, ha escrito para El País Semanal, Tentaciones y los suplementos en papel 'Tierra' y 'Salud & Bienestar', hasta su cierre en 2012. Actualmente colabora, sobre todo, en la sección de Suplementos y en El Viajero. Es licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad de Sevilla y máster UAM-EL PAÍS.
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