Cabo de Gata: 10 motivos para volver al edén veraniego de Almería
Este espacio natural es mucho más que playas salvajes y ofrece planes para todos los gustos: desde actividades para conocer la biodiversidad hasta astroturismo, sin olvidar ricos sitios para comer

Caminatas al amanecer, excursiones en barco, esnórquel por senderos marinos y gastronomía son muchos de los planes en Cabo de Gata cuando arrecia el calor. Para familias sensibilizadas, en este parque natural almeriense hay opciones hasta de turismo responsable con la posibilidad de ayudar en la limpieza de sus playas. Nada como ayudar a conservar este entorno salvaje.
Excursión a la playa de los Muertos
Que su nombre no asuste. La que debe ser una de las playas con perfil más recto del Mediterráneo es también uno de los mayores lujos de Cabo de Gata, en Almería. Lo es por su agua clara de color turquesa, por la anchura de su orilla y porque está formada por minúsculas piedrecitas, tan cómodas como la arena para tumbarse pero mucho menos pegajosas. No todo es gratis en el paraíso: para llegar este idílico lugar hay que caminar 15 minutos. Junto a la carretera hay dos grandes aparcamientos para dejar el coche o la furgoneta —en temporada alta hay que pagar entre cuatro y cinco euros al día— y, desde allí, sendos caminitos descienden hacia el mar. Ir es fácil —cuesta abajo y con el azul Mediterráneo de frente— y lo recomendable es hacerlo temprano, para evitar la fuerza del sol y la masificación.
Lo de volver es otra historia por la dura pendiente y los continuos escalones naturales, aunque el colorido de las siemprevivas y las margaritas marinas ayuda a disfrutar del momento. También existe la opción de acercase al mirador y, ya de vuelta al vehículo, merece la pena tomar el desvío recién asfaltado hasta el torreón de la Mesa de Roldán, junto al faro y con preciosas vistas sobre los alrededores.
Paseo hasta la cala San Pedro
Esta es, sin duda, una de las calas más llamativas de todo este espacio natural almeriense. Arena fina, aguas claras y un entorno desértico que se derrama hasta el mar. No hay posibilidad de acercarse demasiado en vehículo, así que lo ideal es aparcar a las afueras de Las Negras —en la zona más al este— y tomar la pista que después se convierte en sendero. Alrededor de una hora de esfuerzo después aparece el milagro, con baño refrescante de premio. Eso sí, hay una opción mucho más sencilla: unos minutos de paseo en barca. Desde la misma playa de Las Negras hay distintas opciones para subirse a una embarcación y acercarse hasta este pequeño edén. Pero con esta opción hay que contentarse con verla desde lejos, porque está prohibido que las barcas superen la zona de boyas y toquen tierra. Empresas como Al Abordaje del Cabo realiza esta excursión y otras rutas para conocer rincones a los que es imposible llegar desde tierra (a partir de 35 euros por persona).
Ayudar en la limpieza de playas
La asociación Ocean Clean Project nació en Fuerteventura a principios de siglo, pero desde 2010 también tiene un brazo en Almería, sobre todo en el municipio de Níjar. La idea inicial fue organizar partidas de voluntarios para limpiar las playas del parque natural y, poco a poco, la iniciativa ha evolucionado. Ahora cada año consiguen la implicación de un millar de niños y niñas de colegios e institutos a lo largo del año escolar. En verano no paran. Cada miércoles, a las once de la mañana, citan a cualquier interesado a echar una mano en la limpieza de la costa. Quedan en la pequeña cabaña que tienen instalada en la plaza principal de la Isleta del Moro. Allí ofrecen guantes y bolsas a los que quieran ayudar. Y, en equipo, realizan su importante tarea en alguna playa cercana eliminando colillas, microplásticos o cualquier otro peligro para la naturaleza. La actividad es gratuita, no requiere de inscripción previa y sí de ganas de echar una mano para la conservación del entorno. “Además, cuando acabamos, invitamos a un helado”, explica el portavoz de Ocean Clean Project en la costa almeriense, Gonzalo Cárdenas.
Bucear entre praderas de posidonia
En las playas más tranquilas de Cabo de Gata hay muchas posibilidades de que ocurran situaciones sorprendentes. Desde que un pulpo se aferre al tobillo del bañista hasta que un cormorán nade cerca en busca de su almuerzo. Para conocer la biodiversidad de estas aguas limpias y cristalinas no hace falta ponerse bombonas y un complejo dispositivo de buceo. Es mucho más fácil. El equipo de EcoÁgata, por ejemplo, ofrece actividades de unas dos horas de duración para recorrer senderos submarinos desde la superficie con aletas, tubo y gafas. Es la oportunidad de dejarse llevar sobre las praderas de posidonia mientras se mecen con dulzura, ver a las vistosas estrellas de mar anaranjadas en la arena o diferenciar a las distintas especies que pueblan los roqueos, como el mero o el salmonete. “No hace falta forma física ni hay límite de edad. La idea es tener contacto con la naturaleza, relajarse, disfrutar y aprender”, dice el responsable de la empresa, el biólogo José Manuel Marín. Las excursiones incluyen la visita a distintos lugares según sople el viento de poniente o de levante. El precio es de 30 euros para los adultos y algo menos para los niños.
Visita ‘gastro’ a la Isleta del Moro
Sobran razones gastronómicas para acercarse hasta la Isleta del Moro. Las pastas y pizzas de la pizzería Isoletta (plaza del Mediterráneo, 4) nunca fallan. Tampoco las propuestas de La Caleta (Mohamed Arráez, 28), cuyas mesas se sitúan prácticamente sobre el agua. Un poco más arriba, junto a un bonito mirador, el Club Municipal de la Tercera Edad (avenida Terrera Magina) sorprende por sus contundentes raciones de pescado. Cerca de la playa del Peñón Blanco, junto a la zona donde suelen aparcar algunas furgonetas y caravanas, el restaurante La Ola (Rinconcillo, 5) despliega una terraza a la que llega el salitre del Mediterráneo. Su carta está repleta de productos del mar como navajas, mejillones, coquinas, chipirones, pulpo o calamar. Ofrecen, además, carnes y buenas ensaladas —como las de los tomates Raf y Kumato que crecen en los invernaderos cercanos— y una docena de arroces. Unos pocos más metros más abajo, sobre la oscura arena volcánica, la siesta con el rumor de las olas como sonido ambiente es, más tarde, casi obligatoria.
Tardeo en Agua Amarga
La arquitectura a base de cubos blancos, las presencia de coloridas buganvillas, las tonalidades del agua, la vegetación mediterránea o los cactus. Si no fuese porque esto es la Península, podría ser perfectamente Ibiza. En Agua Amarga todo se asemeja a la isla ibicenca, solo que sus precios son más ajustados y el turismo no está tan saturado (aunque ambos factores dependen también de la fecha). A esta pequeña localidad se llega atravesando el desierto y es una ventana al Mediterráneo perfecta para saborear el tardeo. Aquí basta con dejarse caer en la arena a leer o tomar cualquier cosa en las mesas del chiringuito Los Tarahis. Un hueco a la sombra es ideal para tomar un helado artesano de La Matalovera —ojito al de ron con pasas— o las propuestas de Helados del Desierto. Ambos establecimientos están en la plaza de Agua Amarga, con sus bancos cubiertos de azulejos diseñados por el artista británico Matthew Weir.
Jugar a la petanca en Rodalquilar
Se llama Plaza del Tenis, pero en realidad cuenta con un campo de petanca. Es el corazón de la minúscula localidad de Rodalquilar y cada tarde un grupo de residentes echa allí sus partidas. La puntuación no puede ser más artesanal. Basta un listón de madera marcado del 1 al 13 con casillas a ambos lados de los números donde los participantes van anotando su puntuación. Hay pocas estampas más relajantes en esta comarca a la caída del sol, porque jugar a ver quién se acerca más al boliche de madera suele ser una pista de que prisas no hay demasiadas. El espacio está disponible a todas horas todos los días. Y combina a la perfección con una visita a las antiguas minas de oro, el jardín botánico El Albardinal y el Ecomuseo Casa de los Volcanes.
Cena en Samambar
En la misma plaza donde se reúnen los petanqueros hay una atractiva terraza iluminada con lámparas circulares. Su luz es del mismo rojo con el que se viste el sol cuando se esconde tras el horizonte. Pertenece al restaurante Samambar. Su propuesta nunca falla a partir de una carta sencilla con buen pescado, ricas elaboraciones y vinos naturales. Leandro Moschner, de 30 años, con una vida intensa y viajera que ha heredado de sus generaciones anteriores, es el responsable del local. “Esta temporada estamos experimentado mucho con la conservación de alimentos siguiendo lo que aquí antaño se hacía”, subraya. Fórmulas que amplían texturas y sabores de su carta con platos como el escabeche de morrillo de atún rojo de almadraba, hinojo y pera. A un paso, su familia también regenta el hotel La Posidonia, con siete apartamentos independientes y una piscina común de la que dan ganas de no salir jamás.
Astroturismo para acabar el día
La manera más redonda de acabar cualquier jornada veraniega es el astroturismo. La escasa contaminación lumínica permite observar las estrellas en numerosos puntos del parque, gracias también a la poca nubosidad y el clima desértico de la zona. Distintas empresas están promoviendo una actividad que se encuentra en pleno crecimiento; Experience Cabo de Gata es una de ellas, con propuestas para realizar la observación con telescopio (30 euros por adulto y 20 por menor) en la playa de Los Genoveses —a las afueras de San José— o incluso a simple vista (20 y 10 euros). Otra opción es compaginar la experiencia con una ruta de senderismo (28 y 15 euros).
Desconectar el navegador y dejarse llevar
El último plan de este reportaje invita a desconectar el navegador y engloba mil posibilidades. Son las que ofrecen las carreteras que discurren junto a la costa del parque natural, llenas de oportunidades de aventura y una fantasía para quienes disfrutan de la conducción. Desde San José hasta Mojácar hay 72 kilómetros que del tirón se hacen en hora y media, pero que invitan a disfrutarlos durante toda una jornada. Es la mejor manera de conocer prácticamente de un vistazo las calas más tranquilas y los paisajes desérticos que dominan este rincón de materiales volcánicos. Es también la fórmula para encontrar pequeños bares en lugares insospechados, como Tasca, establecimiento escondido entre las casitas de Las Hortichuelas. Buena música, pocas prisas y muchas ganas de descubrir bastan para adentrarse a explorar el Cabo de Gata en toda su amplitud.
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