En la laguna de Fuente de Piedra: el sorprendente paraíso de 40.000 flamencos en Málaga
Las lluvias invernales han disparado la presencia de este ave y cerca de 20.000 parejas arrancan la época de cría en este enclave malagueño. “Es de los mejores años para las visitas”, anuncian los especialistas


Marc, un niño de 9 años nacido en Girona, toma posiciones tras una valla de madera. “Los matorrales no me dejan ver nada”, se queja. Con cariño, su madre le avisa de que no tiene más que dar dos pasos a su derecha para encontrar un hueco entre los frondosos cardos. Ahora sí, el pequeño abre bien los ojos y le cambia la cara al ver el espectáculo que se esconde tras la vegetación. Muy cerca hay un par de cercetas pardillas y unas avocetas que caminan con delicadeza sobre el limo. Al fondo, una gran cigüeña que alza el vuelo. Aquí y allá hay espigados flamencos rosados, que parecen realizar una coreografía de baile con sus largas patas mientras barren el fondo con sus picos en busca de alimento. El humedal que tiene delante Marc, conocido como Los Juncares, es un pequeño aperitivo del que le espera solo unos metros más allá: la laguna salada de Fuente de Piedra, en Málaga, la mayor de sus características en Andalucía. Este año luce radiante gracias a las lluvias de primavera. Tan ruidosos como bellos, unos 40.000 flamencos parecen celebrarlo mientras se preparan para criar en la mayor colonia de la especie en la península Ibérica.
La larga sequía que azota el Mediterráneo ha dejado en los últimos años impactantes imágenes de este espacio natural, cuyas 1.400 hectáreas de extensión permanecían cubiertas por una capa blanca de sal y con su tierra cuarteada y seca en tiempos que no tocaban. Ahora ese paisaje parece un mal sueño. Las precipitaciones de otoño y el impulso de un marzo sorprendentemente húmedo han permitido que la laguna de Fuente de Piedra cuente con medio metro de profundidad.
Esa es la altura perfecta para el flamenco, que ha sido rápido en tomar posiciones en las antiguas salinas y las pequeñas islas restauradas el verano pasado para su regocijo. Se estima que este verano aquí criarán unas 20.000 parejas, una de las mayores cifras de los 40 años de seguimiento que acumula la Junta de Andalucía. “Rara vez se ha alcanzado este número”, destaca feliz África Lupión, conservadora de la laguna, que anuncia que “es previsible” que el anillamiento de crías vuelva este estío tras dos años sin él. El color —obtenido a través de su dieta— y su estilizada figura convierten al flamenco en la superestrella del lugar, pero en la zona hay también otras muchas aves, como la pagaza piconegra o la malvasía cabeciblanca —en peligro de extinción— que llenan la primavera de sonidos y colores. “Este es de los mejores años para visitarla: hay muchísimas especies de paso además de las que crían”, avisa ilusionado Javier Álvarez, coordinador del grupo local SEO Birdlife Guadalteba, sobre este rincón declarado reserva natural en 1984 y que desde 1988 es también Zona de Especial Protección para las Aves.
Esta es tierra de molletes y merece la pena coger fuerzas probándolos para el desayuno en cafeterías como El Boliche —a un paso del Ayuntamiento— o el horno artesano La Laguna, en el casco urbano del pueblo. Desde las mesas de las terrazas hasta el humedal todo son flamencos por el camino: su figura da la bienvenida en la rotonda de entrada a Fuente de Piedra y protagoniza un enorme mural en el antiguo silo junto a la estación de tren. Ya en la reserva, la primera impresión puede resultar desconcertante: hay muchas aves por todas partes, pero aún más en lugares lejanos. “Al llegar parece un sitio complicado para la observación, pero luego te llevas sorpresas importantes muy fácilmente solo al caminar por el entorno”, subraya Álvarez, que habla de especies como la lavandera boyera y su reconocible pecho amarillo, el colorido de los patos cuchara, el luminoso tarro blanco y las oscuras fochas. También limícolas que van camino de Escandinavia desde África. Recomienda prestar especial atención a la cerceta pardilla, de plumaje moteado: es el pato más amenazado de Europa y aquí empieza a verse un poco más gracias a un programa público de reintroducción.
Para ir encontrando las distintas especies no hay más que caminar, mejor en silencio o manteniendo conversaciones suaves. Merece la pena hacer primero parada en el Centro de Visitantes José Antonio Valverde —que en abril y mayo cierra lunes y martes, pero a partir del verano lo hace durante más días debido al calor—, donde hay un museo, además de la posibilidad de obtener información para organizar la jornada. A su lado surge un pequeño cruce que ofrece dos direcciones. Hacia el sudeste, rodeando el edificio, un sendero de apenas 350 metros llega hasta un mirador con vistas al humedal conocido como Laguneto, que permanece siempre con agua puesto que se nutre de las aguas depuradas del pueblo. Al noroeste hay otra ruta, llamada Las Albinas, de 2,7 kilómetros. Atraviesa Los Juncares a través de una coqueta pasarela sobre el agua para luego seguir el perímetro de la laguna —entre, de nuevo, enormes cardos de flores amarillas y rosas— hasta el mirador de La Vicaría. No está de más llevar un poco de agua y, quizá, repelente para mosquitos. “También es muy recomendable venir con prismáticos. Sin ellos te puedes perder bastante”, advierte África Lupión. “Nosotros llevamos telescopios y vamos a los mejores lugares de observación”, subraya Marta Luque, intérprete que ofrece visitas guiadas de dos horas y media de duración por la laguna. “Todos los días es un espectáculo”, celebra.
Recorrido circular en bici
Otra opción para descubrir el entorno del humedal es la bicicleta. Empezar y acabar en el centro de visitantes supone un paseo prácticamente llano. Ronda los 20 kilómetros, la mayoría por carreteras con muchos baches y ningún arcén, por lo que no es apta para principiantes a pesar de su escaso tráfico. El tiempo en completar el círculo dependerá de las paradas: hoy apenas hay campos de girasoles que ofrecían estampas generosas, pero el paisaje —dominado por el olivar y los campos de cereales— regala preciosas praderas y rincones repletos de amapolas. A veces basta pararse a escuchar los sonidos de la naturaleza. Reconfortan.
El trayecto —que también se puede realizar en coche— dispone de dos altos en el camino evidentes. El mirador de Las Latas, en el ecuador del paseo, está protegido por imponentes encinas y ofrece una bonita panorámica. Más adelante, el mirador de Cantarranas, ya a cinco kilómetros de la meta, tiene vistas a pequeñas lagunas que llevaban secas desde 2019, pero que ahora acogen a numerosos flamencos.
A última hora de la tarde muchos de ellos alzan el vuelo —impulsándose con sus alas y sus patas, con las que parecen caminar sobre el agua— en busca de alimento y cobijo. A veces hay suerte y pasan bajo, dejando sentir sus vibraciones en el aire. Algunos viajan a otros humedales para volver al día siguiente, pero otros se quedan en la cercana Campillos. Allí, a poco más de cinco kilómetros, hay un conjunto de 11 lagunas —cinco son reserva natural— donde también hay multitud de aves. Una de estas charcas, a pie de carretera justo antes de entrar al municipio, cuenta con puestos de observación. Es, además, punto de partida de una ruta lineal de 22 kilómetros hasta el paraje de El Chorro que, a dos ruedas, sabe mejor. Cerca se encuentra el cortijo de Las Mezquitas, declarado Bien de Interés Cultural en 2008 pero camino de la ruina por la falta de mantenimiento. No está de más acercarse a verlo antes de que se caiga.
Más allá de la laguna y su entorno, hay otras muchas opciones —y para todos los gustos— para completar la jornada tanto en Fuente de Piedra como en los municipios de alrededor. Una de las novedades es Laberintus Park, en Humilladero, con un recorrido enmarañado de dos kilómetros que dibuja una estrella inspirada en la Alhambra hasta la salida. Otro buen rincón es el Parque de Santillán, en Mollina, una zona de descanso con mesas, bancos y barbacoas. Está cerca de las ruinas romanas del mismo nombre, que invitan a una sencilla caminata.
Para comer hay numerosas opciones en un radio de poco más de 20 kilómetros. El restaurante Cándida, en Alameda, apuesta por la cocina tradicional y cuenta con una enorme área infantil. Un poco más allá, el Caserío de San Benito tira de recetario local en modo de flamenquín, migas o porra antequerana, además de exquisitos potajes. En Campillos, Yerbagüena da una vuelta a los platos de toda la vida. De vuelta en Fuente de Piedra, por qué no, hay opción de sorprenderse con un plato de fish and chips en Welch’s Plaice, donde manda la gastronomía británica para dar respuesta a la importante colonia asentada en la zona. En la plaza de la Constitución hay un punto de venta de los exquisitos aceites de El Labrador. Es una casa como cualquier otra, de fachada blanca y una simple plaquita en la puerta, donde una señora sirve los distintos productos que guarda en su propia alacena. Larga vida a los pueblos. Y a los flamencos.
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