La revolución verde que empieza en la escuela
Los programas de educación medioambiental promueven una conciencia sostenible, favorecen la lucha contra la desinformación y tienen un impacto duradero en la formación de los jóvenes


La huerta escolar es la niña bonita de todos cuantos acuden, cada mañana, al colegio público Ermitagaña, en Pamplona. Allí los alumnos aprenden a remover la tierra, compostan restos orgánicos, gestionan los residuos y se detienen a observar cómo evolucionan sus cultivos, pero también trabajan valores ecosociales y numerosas competencias. No se trata de una actividad extraescolar o de una clase puntual, ya que la iniciativa forma parte de un proyecto educativo coral, Sembrar Aprendizajes, Cultivar Mentes, que lleva seis años integrando la sostenibilidad en el corazón del centro.
“Creo que el medioambiente natural es el mejor escenario de aprendizaje y neurodesarrollo”, afirma Cristina Cirauqui, maestra de Primaria y coordinadora de la iniciativa. La evidencia científica la apoya: “Hay diferentes investigaciones que sostienen que, por ejemplo, un niño con TDAH [trastorno por déficit de atención e hiperactividad] que sale 20 minutos a un entorno natural luego vuelve más concentrado; o que se entablan más conversaciones en un espacio abierto que en otro cerrado. Y luego yo veo la motivación del alumnado y cómo van aprendiendo, porque al final se estimulan diversos sentidos”, añade.
En este colegio navarro, la huerta es solo el punto de partida. Junto a ella, los alumnos compostan restos orgánicos en una compostera, aprenden a clasificar los residuos dentro de un proyecto de aprendizaje-servicio con Mancoeduca y participan en iniciativas internivelares. Los viernes, durante el recreo, pueden acudir de forma voluntaria a la Frigoteca, una pequeña biblioteca con libros y juegos instalada junto a la huerta. Allí leen, conversan y refuerzan lo aprendido en clase en un entorno que también es suyo. “Hay una identidad de grupo. El espacio de la huerta se comparte en diferentes momentos”, cuenta Cirauqui.
La experiencia del Ermitagaña ilustra con claridad por qué la educación ambiental está dejando de ser una actividad complementaria para ocupar un lugar central en muchas escuelas, más allá incluso de lo que exige la Lomloe. Cada vez son más los centros que adoptan una perspectiva transversal, conectando contenidos ecológicos con asignaturas como Matemáticas, Lengua o Ciencias Sociales, y trasladando el aprendizaje a espacios naturales o urbanos del entorno.
En el Colegio Público Santa Eulalia de Mérida, en Pravia (Asturias), tienen un punto limpio con 13 contenedores “donde reciclan casi todo”, estudian la basuraleza [los residuos abandonados en los ecosistemas], dan una segunda vida a los alimentos sobrantes y practican la biomímesis, o lo que es lo mismo, buscar soluciones a los problemas humanos inspirándose en la naturaleza. Y en el colegio Lourdes Fuhem, en Madrid, dan un paso más, al adoptar un enfoque ecosocial que se preocupa también por la necesidad de vivir en sociedades justas y democráticas: “Hablamos de temas relacionados con el cambio climático, pero también de las desigualdades o la participación ciudadana. Una cosa sin la otra no puede funcionar”, explica Luis González Reyes, coordinador del Área de Educación Ecosocial.
“Este conocimiento favorece el pensamiento crítico y la creación de vínculos emocionales con el entorno”, subraya por su parte Helena Astorga, responsable del programa Naturaliza, de Ecoembes, que lleva desde 2018 acercando un aprendizaje medioambiental y experiencial a las aulas. A lo largo del curso que ahora termina, se han incorporado a esta red 529 nuevos docentes de Infantil, Primaria y Educación Especial que han llevado estos contenidos a más de 19.800 alumnos de 399 centros escolares. Vivencias desde donde se construye una conciencia ambiental lo suficientemente fuerte como para combatir los bulos y el negacionismo climático.

Objetivo, transformar el entorno
“La existencia del cambio climático no es algo que podamos discutir, porque tiene detrás una evidencia científica lo suficientemente sólida como para que sea un punto de partida”, sostiene González Reyes. “Por eso trabajamos con datos del IPCC, pero también con distintos informes que avalan la existencia, las responsabilidades y el impacto del cambio climático, y desde ahí debatimos sobre las distintas formas de afrontarlo”. En sus aulas, como en las del Ermitagaña, en Pravia y en muchas otras, se trabaja la participación, la adquisición de hábitos y conductas sostenibles y el pensamiento crítico, de manera que niños, niñas y jóvenes puedan discernir una información de calidad de la que no es y aprendan a buscar información fiable en internet.
Tal y como se establece en los artículos 19 y 121 de la Lomloe, la educación sobre consumo responsable y desarrollo sostenible ha de incorporarse de forma transversal en las distintas asignaturas y en el proyecto educativo del centro. “Por ejemplo, en las propuestas del área de Matemáticas, los alumnos resuelven problemas relacionados con la economía circular, realizan cálculos sobre consumo responsable o se introducen en las representaciones gráficas series históricas de emisiones de CO2; mientras que en Lengua Castellana y Literatura trabajan con textos que abordan temáticas ambientales, desarrollando simultáneamente su comprensión lectora y conciencia ecológica”, sostiene Astorga.
En Ciencias de la Naturaleza, los estudiantes profundizan en fenómenos como el cambio climático o la pérdida de biodiversidad, mientras que en Ciencias Sociales analizan cuestiones como la movilidad sostenible o el impacto humano en diferentes territorios. Al hablar de la revolución industrial, por ejemplo, no solo se tiene que abarcar el uso del carbón y el desarrollo tecnológico, sino que se pueden abordar otros aspectos como el aumento de las desigualdades, el trabajo infantil o la mortalidad en edades tempranas.
Se trata, en resumen, de diseñar propuestas didácticas que vinculen los saberes básicos de cada área a una temática medioambiental o de sostenibilidad concreta, y de hacerlo, como recuerda González Reyes, por medio de metodologías activas (aprendizaje cooperativo, dialógico, basado en proyectos) en las que el alumno o alumna es protagonista de su propio aprendizaje. “Y, por supuesto, meter todo ese componente ecosocial en las evaluaciones, porque si no lo evalúo, les estoy diciendo que lo del cambio climático no es tan importante”, advierte.
El CPEIP Ermitagaña es solo uno de los más de 2.700 centros escolares que forman parte de ESenRED, la red estatal de centros educativos sostenibles no universitarios promovida por las administraciones públicas que atiende a más de un millón de alumnos en España. Instituciones que no solo llevan a cabo programas de educación medioambiental, sino que además trabajan en red, colaborando tanto a nivel local como autonómico.
“El objetivo último es que estos centros sean escuelas transformadoras del entorno. Hay centros que están empezando a trabajar la sensibilización y el espíritu crítico, mientras que otros igual llevan más de 20 años implementando estos contenidos a través de metodologías de aprendizaje servicio que ya están transformando sus comunidades”, afirme Maite Ramos, jefa del negociado de Programas Formativos en el departamento de Educación de Navarra.
Las competencias que se trabajan son numerosas, e incluyen desde el pensamiento crítico y un enfoque ecosocial, a la acción colectiva, la conciencia ciudadana y la responsabilidad ética, pero también otras como la competencia científica y la digital. Se fomenta la resolución de problemas reales y la participación activa del alumnado en proyectos vinculados al entorno, integrando estas habilidades de forma transversal en el currículo con el propósito de formar ciudadanos comprometidos, capaces de actuar localmente con una visión global y sostenible.
En Navarra, como en muchas otras zonas, hay proyectos que trabajan la biodiversidad, la renaturalización de los espacios, la huerta e incluso la custodia del territorio, una iniciativa por medio de la cual una entidad (en este caso, una escuela) establece un convenio con el ayuntamiento correspondiente para cuidar de un área específica. En el cerro de Santa Bárbara (Tudela), la Escuela Fundación El Castillo ha desarrollado un proyecto de custodia del territorio gracias al cual han limpiado la zona, la han renaturalizado con bancales, han construido casas de madera para las aves e incluso han desarrollado una yincana para que la gente conozca, por medio de unos códigos QR, los pájaros que hay en la zona. “La idea es que los alumnos aprendan a ser responsables a nivel local, para que, por medio de esas acciones, puedan llegar a comprender los desafíos globales”, explica Ramos. En la escuela de Pamplona, su proyecto de custodia del territorio se ha plasmado en dos iniciativas: la huerta y la educación en competencias digitales de la población sénior, gracias a un proyecto de aprendizaje servicio solidario en colaboración con un centro de personas mayores.
En muchas escuelas europeas —desde Barcelona hasta Bruselas o Rotterdam— los patios ya no son meros espacios de recreo, sino verdaderas aulas al aire libre en las que la naturaleza cobra protagonismo. Así, el proyecto CoolSchools, coordinado por la UOC, ha intervenido en 70 patios escolares en Barcelona con iniciativas como vegetación autóctona y soluciones climáticas basadas en la naturaleza. ¿El resultado? Un entorno más fresco y con mejor confort térmico que fomenta la biodiversidad —en algunos casos superior a la de los parques— y promueve el juego inclusivo, reduciendo las desigualdades de género.
“Los patios, normalmente, son de pista asfaltada, tienen poca sombra y están dominados por deportes de contacto como el fútbol y baloncesto, que aún juegan más niños que niñas. Al renaturalizar un patio, estás incluyendo elementos de juego naturales, ya sean bancos de madera o estructuras que puedan saltar; o vegetación arbustiva, que da mucho juego para esconderse y correr alrededor. Todo ello lo aprovechan los niños y niñas que quieren jugar de otra manera”, ilustra Isabel Ruiz, profesora de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación en la UOC y líder del proyecto Transformamos los patios en Barcelona. Iniciativas similares a las impulsadas por el Ermitagaña, donde van a construir una pared vegetal dentro de sus proyectos de renaturalización y contra el despilfarro energético (al servir como aislante térmico), o el madrileño Lourdes Fuhem.

¿Qué impacto tiene la educación medioambiental?
“Hoy por hoy, existen muchos problemas de salud mental porque la gente está muy poco conectada a la naturaleza”, esgrime Marta Álvarez, especialista en pedagogía terapéutica en el Colegio Público Santa Eulalia de Mérida, en Pravia. “Antes, en Asturias, la gente salía, iba a la huerta y plantaba sus tomates, lechugas y cebollas; tenía sus vacas y mientras estas pastaban tú estabas sentado en la hierba. Era gente que trabajaba mucho, pero tenían una salud mental mucho mejor que la nuestra”. Entre las causas, Álvarez no puede sino apuntar hacia una “enorme contaminación de móviles, y toda la información que recibes continuamente. Eso hace que termines estresado, y que se genere dopamina continuamente de forma artificial”.
Educar en medioambiente, sostenibilidad y desarrollo sostenible tiene un efecto que se hace notar en todas las esferas de la vida, desde la salud física y mental al aprendizaje. “El contacto y el conocimiento del entorno cercano permite al alumnado acercarse a la realidad, ofreciendo la oportunidad de estimular su curiosidad e indagación, experimentando de manera directa”, cuenta Astorga. Además de una gran cantidad de recursos enfocados a los distintos niveles educativos, el proyecto de Naturaliza incluye una Escuela de docentes online. Pero hay más.
“Tiene un impacto trascendental porque, en primer lugar, les ayuda a ser autosuficientes. Hablamos de alumnos que, con tan pocos años, han pasado por una pandemia, un confinamiento, un apagón... Con este proyecto pretendo que, de alguna manera, sean autosuficientes y que aprendan a cultivar sus propios alimentos para abastecerse”, señala Ciarauqui. “Y luego tiene un impacto en cuanto al pensamiento crítico y el trabajo de investigación y actividad científica, al recurrir a situaciones de aprendizaje reales y tangibles, que se pueden medir, observar y analizar”.
Pero también se habla, y con razón, de la ansiedad climática. “Hay muchos jóvenes que tienen ansiedad por el futuro, y uno de los problemas en su camino es el cambio climático. Desde un punto de vista educativo, no podemos limitarnos a usar discursos catastrofistas y del miedo; hay que enseñarles a gestionar esas incertidumbres y que sepan que pueden trabajar, dentro de sus posibilidades, para construir un futuro mejor”, apunta Ruiz.
Cuando pasa por las aulas de su centro, Álvarez intenta enseñarles lo importante que es tener un equilibrio y una conciencia medioambiental, pero también involucra a sus compañeros de claustro y al resto del personal del centro en sus esfuerzos por reciclar y reducir la generación de residuos: su máquina de café ya no da vasos de plástico (más vale que pongas tu taza a tiempo) y montaron, además, un aparcamiento de bicis para fomentar este medio de transporte en la comunidad educativa.
Es, en definitiva, y como ya se ha señalado, un esfuerzo transversal que, más allá del currículo escolar, cala en el proyecto de sostenibilidad de cada centro: “En nuestros comedores, todos los productos son ecológicos y de temporada, y hemos reducido los productos de origen animal. Fomentamos medios sostenibles de llegar al colegio, favorecemos la participación del alumnado en la gestión del centro y hacemos que los patios sean más multidisciplinares, porque transformar el espacio transforma las relaciones”, asegura González Reyes.
Powar Steam, la consola educativa que entrena a los niños para cuidar el planeta
¿Qué pasaría si el aire de tu barrio pudiera medirse desde una consola portátil en clase? ¿Y si un grupo de escolares pudiera comprobar con datos reales que en su patio hace más calor que en un parque cercano, o que el nivel de ruido se dispara a la hora del recreo? Eso es justo lo que propone Powar Steam, una startup española que ha logrado situarse entre las cinco finalistas del Green Skills Award 2025, el galardón que otorga la Fundación Europea de Formación (ETF) a los proyectos educativos más innovadores del mundo en materia de sostenibilidad.
Su herramienta estrella se llama Pivot, un pequeño ordenador con sensores ambientales que convierte cada aula en un laboratorio del mundo real. Sirve para medir temperatura, humedad, calidad del agua, contaminación acústica… pero también para fomentar las preguntas, la curiosidad y el pensamiento crítico de los alumnos: “Queremos que los estudiantes experimenten, que no se limiten a estudiar teoría. Que se hagan preguntas y aprendan a leer el entorno desde los datos”, cuenta Pablo Zuloaga, su fundador. La herramienta ya se ha usado en escuelas de España y Croacia para cultivar setas, construir composteras o analizar cómo cambia la calidad del aire.
Lo más potente, sin embargo, está en lo que no se ve: una plataforma de inteligencia artificial que genera actividades adaptadas al currículo oficial. Basta con que un docente indique qué asignatura imparte, a qué edad y qué quiere trabajar, y el sistema le devuelve una propuesta personalizada. “Un profesor puede decirle: ‘Quiero enseñar sostenibilidad en clase de Religión con chicos de 13 años’, y la IA le devuelve una actividad basada, por ejemplo, en el jardín del Edén”, explica Zuloaga. La IA está entrenada con la Lomloe, el currículo verde de la UE y el marco de competencias de la Unesco, lo que permite que cualquier profesor —aunque no tenga experiencia tecnológica— pueda introducir la sostenibilidad en clase de forma natural y contextualizada.
Detrás de todo esto hay una idea poderosa: la educación como herramienta para empoderar con evidencias. “Si un alumno dice en casa que el aire está contaminado, pueden decirle que no es para tanto. Pero si lo demuestra con datos, la conversación cambia. Ya no es ideología, es ciencia”, dice su creador. En un momento en que el negacionismo climático se cuela también en los hogares, aprender a medir, interpretar y argumentar puede marcar la diferencia.
Los Green Skills Award reconocen cada año a los proyectos que mejor preparan a las nuevas generaciones para afrontar los retos de la transición verde. La ETF ha recibido este año más de 250 candidaturas de 50 países, siendo Powar Steam la única propuesta española entre los finalistas.
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