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Jaume Munar: “Era ahora o nunca, la mediocridad ya no me complacía”

El mallorquín encara sus primeros octavos en un grande tras haber dado un brusco giro a su carrera. Es tenista, pero quería ser neurocientífico y tiene un nexo poético

Munar, durante el partido de la tercera ronda contra Bergs en la pista 17 de Flushing Meadows.
Alejandro Ciriza

Después de atender un compromiso con la televisión estadounidense, Jaume Munar (Cala Figuera, 28 años) toma asiento con la energía y la buena predisposición que le caracterizan. Tipo optimista él, uno de esos trabajadores que después de un camino sinuoso, por fin, acaban encontrando la recompensa en un deporte que en ocasiones no termina de ser del todo agradecido. Se aproxima a la treintena y, remarca, decidió reformularse para “volver a empezar”. Hoy (hacia las 21.30, Movistar+) pisará por primera vez los octavos de final de un gran torneo; enfrente, Lorenzo Musetti. Se han esfumado los miedos, cuenta este tenista de mente activa y discurso largo y profundo. Orgulloso mallorquín.

Pregunta. Se dice que la gente de su tierra tiene un punto de desconfianza, que más bien le cuesta abrirse. ¿Es así?

Respuesta. Sí, somos abiertos pero cerrados, te recibimos pero no. Es así, porque llevo mucho tiempo viviendo fuera y desde el exterior se percibe de esa manera. Pero en el fondo, somos buena gente. Me considero mallorquín y también español. Somos muy privilegiados por ser de allí. Las costumbres de la isla, el día a día y el mar me traen recuerdos increíbles de mi infancia.

P. Viene de un pueblo costero. ¿Cómo es la vida allí y qué perspectiva le ha aportado?

R. Es un pueblo muy chiquitito, de 400 personas, de pescadores. Siempre dicen que soy de Santanyí, pero en realidad soy de Cala Figuera. Y me quedo con que, a diferencia de lo que hay en las grandes ciudades como esta, se puede vivir en comunidad, ayudándose los unos a los otros, que es algo que hoy día está perdiéndose un poco.

Vengo de un pueblo de pescadores que me ha enseñado que se puede vivir en comunidad, ayudándonos. Y eso está perdiéndose

P. El otro día se despedía diciendo que usted es “de café, libro y lluvia”. Es decir, que no es de jaleos, ¿no?

R. Me he criado en absolutísima libertad y siempre digo que mi generación marca un poco el corte entre las nuevas generaciones tecnológicas y la anterior. Digo eso porque soy muy de estar en casa, con mi familia y mis amigos, y valoro todo eso muy por encima de lo que pueda conseguir en el tenis, de los éxitos o del dinero que pueda ganar. Eso siempre va a predominar, es la piedra de toque de mi vida.

P. Parece que disfruta de las charlas y, de hecho, se expresa realmente bien. ¿De dónde nace esa capacidad?

R. No soy familiar directo, porque es el tío de mi padre, pero tengo el vínculo con Blai Bonet, que fue un gran literato y ganó varios premios de poesía catalana. En mi casa han sido todos muy de leer y yo también, pero jamás por obligación. Toda mi familia, menos mi padre, son profesores y he sido educado estrictamente en los estudios; que me perdone mi madre, pero quizá más de la cuenta incluso... Así que lo de hablar y conversar es algo natural. Me gusta contar y escuchar historias.

P. ¿Lee algo en particular?

R. No, nada en concreto. Tampoco soy de leer novelas, porque eso requiere de utilizar la mente y de fantasear, y al final yo lo hago para desconectar. Intento informarme de temas que me gustan, desde un periódico a asuntos que puedan interesarme sobre economía o psicología. Me gusta muchísimo la neurociencia. Siempre hubiera querido ser médico y, de haberlo sido, seguramente hubiera tirado por una rama de esas.

Munar, el sábado ante Bergs.

P. Pues acabó siendo tenista.

R. Practicaba cualquier deporte que me pusieran por delante, pero con 12 años acabé dejando el fútbol y elegí la raqueta porque me gusta que las cosas dependan de mí, no de los demás; muy básico, sí, pero así lo pensaba entonces. Así que mejoré muy rápido y me fui a la Escuela Balear del Deporte, y de ahí al CAR [de Barcelona]. Pero yo no tenía la ambición de ser deportista; hasta que no hice la final de Roland Garros [júnior] cuando tenía 17 años, ni siquiera estaba en mi cabeza. Me habían apretado mucho con los estudios y no me agobiaba, me veía estudiando más años, pero a los 18 me demostré que podía ser tenista y le dije a mi madre que si a los 22 o 23 no era solvente por mí mismo, lo dejaba y me dedicaba a otra cosa, sin ningún problema.

P. Cuesta mucho entrar en la élite. ¿Cómo fue su proceso?

R. Tuve unos años difíciles, porque un cambio de mentalidad tan brusco no es sencillo. Hay gente que trabaje exclusivamente desde los 13 o 14 años para ser profesional, pero no fue mi caso. Yo jugaba al tenis y de repente, se convirtió en mi trabajo, así que sufrí mucho durante esos años de transición; luego, por suerte, regresé a la academia [de Mallorca] con Tomeu Salvà [exjugador] y tuve una época muy buena. Conseguí ser top-100 muy rápido, así que en un visto y no visto ya era tenista. Tenía la sensación de que era un niño de un pueblo pequeño, así que, no lo llamaría conformismo, pero la intención era defender mi silla, por encima de aspirar a más.

P. No le ha ido nada mal. Aquí está, entre los cuarenta mejores y brillando en Nueva York. Dice que era “ahora o nunca”, ¿no?

R. Con el paso de los años he ido entendiendo las cosas y con 26 o 27, habiendo hecho ya una buena carrera porque he estado entre los cien mejores durante mucho tiempo, me di cuenta de que eso ya no me satisfacía. Pensé: si me quiero quedar como estoy, entonces ya no hace falta jugar más al tenis. Cambié de equipo, mi día a día, me fui a vivir fuera… Y también empecé a salir con María, que había sido deportista y entendía muy bien todo ese proceso. Ella no llegó donde le hubiera gustado en la gimnasia artística por el tema de las lesiones, pero me comprendió y me ayudó, y optamos por hacer esos cambios, que son bruscos y difíciles. Quería intentarlo de verdad.

Yo quería ser médico, no tenía la ambición de ser deportista. Pero en un visto y no visto ya era tenista

P. O sea, que le vino el hambre de verdad. Nunca es tarde, ¿no?

R. Ser el sesenta, setenta u ochenta ya no me aporta satisfacción. Me da algo de dinero, pero no es algo primordial, con lo cual, vamos a ir a por más; la mediocridad, en el sentido literal de la palabra, ya no me complacía... Así que después hice cambios muy bruscos también en mi tenis que, tal vez, para la gente sean difíciles de comprender, pero que exigen de pasar por algunas fases de miedo. Y aquí estamos hoy, continuando con eso que empezamos hace dos años y confiando en que nos quede mucho recorrido. Por suerte, las cosas van saliendo.

P. Creció bajo el paraguas de Nadal y al ser joven, bueno y mallorquín, se le comparó rápido con él. ¿Le perjudicó?

R. No. Rafa era mi ídolo y él me arropó de una forma muy cercana, con lo cual, yo era muy consciente de lo lejos que estaba de él. Si la gente o la prensa te dice una serie de cosas a lo mejor puedes llegar a creerte lo que no eres, pero Rafa estuvo muy cerca de mí en el día a día, de modo que esa comparación era muy inconsistente. No se sostenía por ningún lado. Rafa era un fenómeno y yo no lo soy; soy muy bueno haciendo lo que hago, pero no a ese nivel. La gente cree que me creó más presión de la que realmente me generó.

P. Sin embargo, alguna vez ha dejado caer que también lo ha pasado mal.

R. Soy muy reflexivo, y eso tiene sus cosas buenas y sus cosas malas. En algunos momentos me ha costado mucho lidiar con la frustración, porque creía que estaba haciendo cosas para estar más arriba y realmente no lo conseguía. Era un frenazo constante y una lucha contra mi mente y mi cuerpo. Me acalambraba muchísimo por temas tensionales. He vivido mucho la competición desde la ansiedad y la no seguridad en uno mismo, así que tenía una sensación constante de que no pertenecía a donde estaba. Sentía una presión inmensa, totalmente autoinfundada, que me costaba mucho gestionar. Luego, con el paso de los años y con ayuda, las herramientas que ha ido aportándome Lorena [su psicóloga], lo llevo mucho mejor.

Munar posa con Paula Badosa tras ganar un torneo en Villena (Alicante), en 2014.

P. Ahora se le ve feliz, pero el tenis, en líneas generales, genera mucha insatisfacción. ¿Por qué?

R. La aceptación y autogestión es primordial. La gente no lo ve y, por supuesto, somos unos privilegiados, porque lo somos, pero el ranking te acecha, los torneos, si no voy aquí no entro ahí… Y cuando entras en ese bucle, no es fácil. Se trata de dar un paso hacia atrás y verlo con perspectiva. Hay que exigirse, pero exigirse bien. Al final, el día de mañana veremos todo esto como un pequeño trayecto más de la vida. Mi familia y María me han ayudado una barbaridad para entenderlo. He conseguido no pedirme tanto en cosas que no están en mi mano y, en cambio, exigirme mucho más en lo que sí lo está.

P. ¿Volvería a ser tenista?

R. Sin duda. Le debo todo y más a este deporte. Precisamente, hoy un amigo me preguntaba qué es lo que más valoro de lo que he conseguido aquí, y yo le he respondido, aunque pueda parecer muy filosófico: ‘el camino’.

P. Al final, se ha consolidado dentro de esa clase media ambiciosa, que aspira a dar el salto. ¿Falta reconocimiento para ese perfil?

R. Creo que no hemos valorado lo suficiente todo lo que hemos tenido, porque lógicamente lo han opacado grandes estrellas como Rafa, Juan Carlos [Ferrero], Carlos [Moyà]… Estamos demasiado acostumbrados a tener gente en el top-10, y eso es muy difícil. Creo que se ha infravalorado a gente con una carrera espectacular como pueden ser, David Ferrer, por encima de todos, o los Robredos, Almagros, Felicianos… Para mí, que vivo dentro de esto día a día, es la hostia ser el treinta del mundo porque sé la dificultad que tiene el llegar hasta aquí.

Es la hostia ser el treinta del mundo, porque sé la dificultad que tiene el llegar hasta aquí. Si se vende esa intrahistoria, la gente lo vería de otro modo

P. En el fondo, cita a currantes de manual.

R. Sí, son currantes, se lo han ganado. Pablo [Carreño] se tuvo que operar con 20 años, Rober [Bautista] atravesó por un proceso difícil… Creo que esa intrahistoria del jugador no se ha vendido o se ha enseñado del todo, pero si se hiciera, la gente lo vería de otra forma.

P. ¿Es esa la huella que aspira a dejar usted?

R. Me gustaría que se me recordara por ser quién soy, por la simpleza. Soy simple vistiendo y viviendo, y eso es lo que me gusta transmitir. He tenido altibajos, pero la realidad es que soy un chico normal, que viene de una familia muy normal.

P. En X se ha creado un movimiento, Munar El Mágico, de estilo paródico. Con guasa. ¿Cómo lo lleva?

R. Me lo tomo bien, me descojono. Al final son gente que realmente valora lo que hacemos y nos apoya por lo que somos, no porque ganemos o perdamos. Antes me fijaba mucho en eso, en las redes, pero desde hace tiempo lo he aparcado y no le doy mucha bola a Instagram ni a Twitter. Trato de poner distancia porque aunque creas que no te afecta, acaba afectándote.

P. Para cerrar, recomiende un plato de su tierra por el que suspire, por favor.

R. Uf, el frit mallorquí. Ahora se hace con hígado y otras cosas, pero a mí me gusta el básico. La abuela de mi novia lo hace muy rico. Pero que muy, muy rico.

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Sobre la firma

Alejandro Ciriza
Cubre la información de tenis desde 2015. Melbourne, París, Londres y Nueva York, su ruta anual. Escala en los Juegos Olímpicos de Tokio. Se incorporó a EL PAÍS en 2007 y previamente trabajó en Localia (deportes), Telecinco (informativos) y As (fútbol). Licenciado en Comunicación Audiovisual por la Universidad de Navarra. Autor de ‘¡Vamos, Rafa!’.
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