Un torneo al dictado de Alcaraz, un finalista por tierra, mar y aire
El español reduce a Fritz en un duelo práctico, marcado por el calor (6-4, 5-7, 6-3 y 7-6(6), y enlaza su tercera final en Londres, ante Sinner (6-3, 6-3 y 6-4 a Djokovic)


¿Qué sería de un Alcaraz siempre centrado, sin despistes ni desvíos, que además de hacerlo tan bonito no perdiera de vista el resultado ni entrase en enredos innecesarios? Lícita la imaginación, el sentir y la pregunta que tantos y tantos venían haciéndose desde hace tiempo. Y he aquí el resultado: a grandes rasgos, un tenista avasallador. Cae también este viernes Taylor Fritz (6-4, 5-7, 6-3 y 7-6(6), tras 2h 48m) y el español desembarca por tercera vez consecutiva en la final de Wimbledon, la sexta en un grande a sus 22 años, dispuesto a poner el lazo a un torneo que empezó con sorpresas, la caída día tras día de cabezas de serie, y se encamina después de todo hacia un final previsible.
En resumidas cuentas, será él, bicampeón por estos lares, o el obstinado Jannik Sinner, castigado sobremanera hace un mes en Roland Garros, el que levante el trofeo el domingo en La Catedral. De poco le vale a Fritz que no se rompa la cuerda y hacer la goma hasta el final. Cede también el número cinco del mundo en el desempate de la cuarta manga, pese a haber dispuesto de dos opciones para darle algo más de carrete al episodio. Ahí se termina, porque así lo quiere Alcaraz. Por tierra, mar y aire, dominante al saque, al resto y en la red, por todos los ángulos, el de El Palmar ruge y celebra, a falta del último paso.
“Ha sido un partido difícil, por Fritz, que siempre lo es, y por las condiciones, que han sido muy duras por el calor”, apunta. “Este es mi sueño, jugar al tenis en las mejores pistas del mundo. Ahora mismo, no quiero pensar en el domingo; simplemente quiero celebrar y disfrutar de este triunfo y de haber alcanzado mi tercera final consecutiva aquí. Con mi equipo y mi familia y mi gente. Ya tendré tiempo de pensar en el domingo”, prorroga el ganador, quien con esta última, enlaza ya 20 victorias en Wimbledon y 24 sobre césped. Es un tenis al ritmo de Alcaraz, un deporte hoy día al compás de lo que decide ese chasis, esa raqueta y esa fantasía. Ese todo. Es la final, como costumbre.
Y no ha sido, desde luego, una buena forma de empezar la de Fritz. Apenas han transcurrido un par de minutos y se ha confirmado ya el patinazo que le obliga a remar en contra, exigido por un Alcaraz que le aprieta e insinúa. Colmillos fuera, mano de seda, mazo en ristre. El estadounidense ha entrado con el pie torcido y lo paga caro; en consecuencia, mayor dificultad si cabe para él, al que la gestualidad tampoco termina de acompañarle. El deporte es técnica, físico, cabeza, por supuesto. Pero también es actitud. Esa gestualidad, más bien desidiosa, no es probablemente la mejor para afrontar un reto de semejante magnitud. La frialdad externa no está reñida con el fuego interior. Mal mensaje.

Desde la otra orilla, el español irrumpe con paso imponente, esbelto, seguro; muy convencido de lo suyo; como quien tiene el control absoluto de la situación. Siente Alcaraz la pelota que da gusto y la grada inglesa, siempre agradecida, históricamente experta en la materia porque son ya 148 años de campeonato y las han visto de todos los colores y condición, aplaude esas caricias del murciano. Gozó en su día de un tal Roger Federer, el David de la raqueta, y disfruta ahora de esa muñeca, de esta inventiva y de esos matices tan genuinos: delicadeza, rotación, pincel. Todo encaja a la perfección: marco y estilo, propuesta y césped. Alcaraz y Wimbledon, una bonita alianza.
Londres no, Andalucía
Algo se le ha debido meter en el ojo, pero esta vez, a diferencia de lo sucedido en la final de París, cuando una brizna de tierra le hizo perder foco durante un buen rato, no hay bache. No por eso. ‘Todo ok, gente’, se dirige al banquillo. Suero y a correr. A seguir abordando a Fritz en un duelo que transcurre entre la discontinuidad, poquito ritmo y el temor a dar otro paso en falso que pueda costarle otro set al norteamericano. Sería ya fatal. Es un tenista sobre un finísimo alambre. El primero lo ha bordado Alcaraz. Se ha adjudicado el español todos los puntos dirimidos bajos sus primeros servicios y ha cerrado a cal y canto la puerta, no vaya a ser que al larguirucho le dé por rebelarse.
No desiste Fritz, pero no parece que así sea. Hasta ahí, muy tibio él, sin ardor alguno. Tampoco es lo suyo, en realidad. Tenista diésel. Hasta el decimotercer juego no se costea una oportunidad, que desbarata el adversario con un saque al cuerpo. Sin embargo, la segunda manga va mimetizándose con el ambiente, muy cargado, deporte sobre una sartén, y el juego de Alcaraz va decayendo. El californiano se encuentra con un regalo. Pica el sol, abundan los sudores y pese a que la temperatura no sea excesivamente elevada, 32 grados marca el termómetro, la sensación es superior. Pegajosa, húmeda, tirando más bien a desagradable. El calor veraniego de Londres, ese desconocido.

A Björn Borg no le ha quedado más remedio que quitarse la americana y otra aficionada ha tenido que ser atendida, tras la doble interrupción del día anterior durante las semifinales femeninas. “Esto no es Londres, es Andalucía”, dice un periodista italiano. Y podría ser también Murcia, pero Alcaraz, al que normalmente no le va mal competir bajo este contexto, termina también atrapado por la pastosidad y su tenis se atasca. Por fin, Fritz percibe una rendija. Y la ataca. El break en blanco iguala el duelo. Sin embargo, el estadounidense continúa acusando la espesura y sin tener que hacer más de la cuenta, sin dar el plus, el de El Palmar desequilibra otra vez y, ahora sí, todo parece estar en su raqueta.
Podría torcerse, claro, pero en la tribuna cunde ya la impresión de que la historia transcurrirá hasta que así lo decida Alcaraz. Bajo su dictado. Y así es. Viene a ser, más o menos, el guion de este Wimbledon y estos tres últimos meses de competición, en los que no parece haber mayor rival para el español que él mismo. Tal vez Sinner, quizá Djokovic. Un atractivo desenlace por delante, desde luego. Sin embargo, ahora mismo la resolución parece estar esencialmente en manos del murciano y su voluntad. Con varios cuerpos de ventaja sobre la inmensa mayoría y a la espera de comprobar si el italiano —volteado en París— es capaz de sacarse algún conejillo de la chistera, Londres observa, analiza y sospecha. Razones no le faltan.
“PUEDE GANAR DE MUCHAS FORMAS”
En progresión con el servicio, Alcaraz se adueñó en esta última aparición del 88% de los puntos jugados bajos sus primeros saques y produjo 13 aces. Es decir, de alguna forma, se disfrazó del propio Fritz, hasta ahora el más prolífico en este apartado.
Impresionado, el californiano, de 27 años, señaló: “Me impacta su capacidad para ganar de diferentes maneras. Puede hacer un poco de todo”. Y así es, porque el murciano escoge el traje en función de las circunstancias. Perdido el segundo set, hizo gala otra vez de su adaptabilidad.
“Hizo muy bien el ajuste”, precisó Fritz; “es muy difícil restar esos segundos saques cuando alguien tiene tanta variedad. A veces me hacía dos primeros…”. El español, por su parte, se mostró contento por su nivel, también con la volea, y por no permitir que el rival cogiera ritmo.
Alcaraz y Sinner volverán a cruzarse después del último episodio de París y tras 12 confrontaciones. Hasta ahora, 8-4 favorable al murciano, superior además en los cinco últimos pulsos. Sobre césped se toparon una sola vez, en 2022; ese día venció el italiano en los cuartos de Wimbledon.
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