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Alcaraz el infranqueable, soluciones para todo y billete a los octavos

El murciano recurre a su versión jerárquica para resolver un duelo engañoso con Struff (6-1, 3-6, 6-3 y 6-4, tras 2h 25m) y se enfrentará el domingo al ruso Rublev

Alcaraz intenta devolver la pelota durante el partido contra Struff.
Alejandro Ciriza

“Ha sido estresante”, sintetiza Carlos Alcaraz, adentrado ya en los octavos de final de Wimbledon después de sortear la imponente silueta de Jan-Lennard Struff, una mole (35 años y 125º) que engaña: parece no estar, pero al final exige. No lo suficiente, en cualquier caso, como para interrumpir el buen paso del número dos del mundo, que progresa en Londres sin alardes ni fuegos artificiales, pero sí con seriedad: 6-1, 3-6, 6-3 y 6-4, tras 2h 25m. A falta todavía de lucir su versión arrebatadora, con un perfil intermedio que le vale para ir despachando las rondas pese a la irregularidad, el murciano continúa enlazando victorias sobre el verde inglés (17) y extiende la secuencia que fabricó en mayo hasta las 21. Hay días de brillos, y otros que demandan jerarquía. Saber sufrir, saber triunfar. Chocará el domingo con Andrey Rublev, decimocuarto (7-5, 6-2 y 6-3 a Adrian Mannarino).

“Creo que he restado muy bien y que, con el saque, todavía hay mucho por mejorar, pero también estoy contento”, analiza. “Cada partido es un mundo y al final, Struff es muy peligroso en hierba y te estresa mucho, porque es impredecible. He empezado muchas veces 0-30 y he tenido unas cuantas bolas de break en contra [5], así que, contra alguien como él, que saca como saca, te genera más estrés. Creo que lo hemos gestionado bien”, prosigue el de El Palmar, que suma y sigue: “Conforme vas ganando partidos [45 triunfos y cinco derrotas este curso, 30-1 desde abril] y ven la confianza que tienes, esa presión siempre va a estar ahí para ellos [los rivales]. Eso también se trabaja”.

Se entrecruzan dos caminos, el de un tenista que no quiere líos y el de otro que tampoco los busca, pero que durante media hora se autodestruye él solito. Muy poquito por parte de Struff, al inicio fallón y voluntariamente precipitado, como si tuviera ganas de irse rápido al vestuario y de acabar sin llevarse un solo rasguño. Pelotazo va, pelotazo viene. Muy poco sentido. Minimalismo mal entendido. ¿Para qué tres o cuatro golpes? Para un sacador como él, si no funciona el mazo las posibilidades se reducen a la nada, de modo que va desplegándose una bonita pasarela para Alcaraz, que simplemente deja al de enfrente hacer (deshacer) y va obteniendo jugosos réditos sin la necesidad de quemar energías innecesarias. Todo cuenta, ya se sabe.

Struff volea en un instante del partido.

En tan solo 27 minutos ha sellado el primer parcial, y en la central —grada llena, temperatura ideal, fondos sin excesiva calva todavía— no son pocos los que empiezan a mirar el reloj, pensando que, de continuar así, el duelo tal vez quede reducido a un tentempié de media tarde. No es así. Despierta el gigantón. Amanece su palanca. Se acabó la siesta. A nada que reanima ese brazo anestesiado e incrementa los porcentajes con el servicio, Struff encuentra una vía para entrar por fin en el partido y plantear debate, encontrándose Alcaraz ante un escenario muy diferente. Áspero. En un abrir y cerrar de ojos, se ve obligado a arremangarse y bajar al barro porque en Wimbledon, si un bombardero te pilla frío todo puede suceder. Y ahí hay un alemán creciendo: cuidadín.

El libro práctico

A la que puede, Struff se tira a la red y él, en cambio, opta por mantener una estrategia más conservadora, más acorde a estos tiempos en los que se ha multiplicado el peloteo sobre la hierba y en los que el saque-red es cosa de unos pocos exploradores. Allá, más bien lejos, quedaron esos días de los intrépidos: McEnroe, Edberg, Becker, Sampras, Ivanisevic. Incluso Federer. Él, esta vez, apuesta por la receta de la paciencia desde la línea de cal, la misma que empleó el Nadal primigenio para conquistar el verde: nada de aventuras, construir desde la trinchera. Ven aquí, que yo te paso. O no. No termina de estar del todo inspirado el español, cuyo promedio de primeros va decayendo y cuyo juego entra en un proceso recesivo en el segundo set. Break arriba, se traba.

Está costándole, y se anima en reiteradas ocasiones: “¡Vamos!”. “¡Venga!”. “¡Va!”. Le aprieta Struff, un jugador curtido y castigado al que las lesiones le han impedido ganar vuelo; de registro, todo sea dicho, limitado, plano y monocorde pero lo suficientemente peligroso, en cualquier caso, como para evitar caer en cualquier exceso de confianza. Hasta ahora, más derrotas (17) que triunfos (7) para él esta temporada. Pero, aun así, se engancha a la tarde. Araña el segundo parcial, en forma de toque de atención que atiende Alcaraz, al que se le enciende la bombilla y se reactiva. Después de haber concedido terreno, lo recupera a base de eficiencia, certero al resto y en eso que necesariamente se impone: saque, saque y más saque. Volver a la buena senda. Sí o sí. No hay elección. Solo por ahí se llega a El Dorado.

Alcaraz se sube sobre la valla en un frenazo.

Decanta el tercer acto con una concesión mínima, tres puntos, y el cuarto transcurre muy parejo, sobre un alambre fino, tenso y potencialmente comprometedor en el que él, buen malabarista, cada vez más cómodo en esos instantes en los que el resto de las mentes se rompen, exhibe su autoridad. Alcaraz amurallado. Insalvable hasta hoy. Frente a un Struff amenazante y con ganas de lío, un golpetazo sobre la mesa. En un episodio de escaso color, bien vale echar mano del librillo práctico que permite escapar de situaciones incómodas como esta, porque de sortear los cepos y los días más discretos, también van los Grand Slams, al fin y al cabo. Seriedad y más seriedad. Divisa ya los octavos y ahorra artillería, que buena falta le hará de aquí en adelante.

A la vista queda Rublev, mentalmente muy quebradizo. Tiros poderosos, pero con tendencia al cortocircuito. “Somos parecidos, porque a los dos nos gusta encontrar nuestra derecha, ser agresivos”, precisa. “Y hace esos giros emocionales, pero nunca le he visto tener desconexiones de fallar cuatro seguidas ni tirar dos o tres juegos seguidos. Se cabrea, pero al final siempre está ahí. Si quiero ganar el partido voy a tener que ir a buscarlo, porque no me lo va a regalar. Sé lo difícil que es enfrentarme a él [2-1 a su favor]. Vamos a mostrarle que estamos todo el rato ahí, que estamos calmados, porque quizá eso le pueda influir”.

SIERRA, PRIMERA REPESCADA EN OCTAVOS

A. C. | Londres

Brinda este Wimbledon una bonita historia que, en paralelo, perjudica al tenis español. Se llama Solana Sierra y hace unos días estaba preparando el vuelo de vuelta, después de haber caído en la tercera ronda de la fase previa, hasta que recibió el aviso de la organización: una baja le concedía un hueco en el cuadro principal.

Y aquí está ella, la primera repescada que logra progresar hasta los octavos de final en la historia del torneo. Su triunfo, eso sí, apea a la cántabra Cristina Bucsa, inferior tras dos horas de partido:  7-5, 1-6 y 6-1. Demasiado pasiva, la española se despide y la argentina, de 21 años y, provisionalmente, 65ª del mundo, se topará con Laura Siegemund.

La veterana alemana (37) se impuso a la estadounidense Madison Keys, por lo que cae otra cabeza de serie. Sin la octava del mundo, entre las top-10 ya solo resisten Aryna Sabalenka, Mirra Andreeva y Emma Navarro. Muy abierta, esta edición señala ahora a la primera argentina que consigue alcanzar la segunda semana.

Además de Bucsa, el tenis español perdió la baza de Alejandro Davidovich, superado por el estadounidense Taylor Fritz en un duelo de cuatro mangas: 6-4, 6-3, 6-7(5) y 6-1. Las opciones se reducen ahora a Alcaraz, Jaume Munar (14.00, Marin Cilic), Pedro Martínez (14.30, Jannik Sinner) y Jessica Bouzas (12.00, Diyana Yamstremska).

La jornada también deparó la eliminación del brasileño João Fonseca (6-3, 6-4, 3-6 y 7-6(4) y la victoria de la número uno, Aryna Sabalenka, sobre la local Emma Raducanu (7-6(6) y 6-4).

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Sobre la firma

Alejandro Ciriza
Cubre la información de tenis desde 2015. Melbourne, París, Londres y Nueva York, su ruta anual. Escala en los Juegos Olímpicos de Tokio. Se incorporó a EL PAÍS en 2007 y previamente trabajó en Localia (deportes), Telecinco (informativos) y As (fútbol). Licenciado en Comunicación Audiovisual por la Universidad de Navarra. Autor de ‘¡Vamos, Rafa!’.
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