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Teledeporte

El Tour de Francia está vivo, proclama Jonas Vingegaard, camino del Mont Ventoux

La carrera regresa al gigante de Provenza, la subida en la que el danés descubrió hace cuatro años que podría ser campeón haciendo sufrir a Pogacar

Tour de Francia
Carlos Arribas

Sin sorpresa, sin suspense, sin emoción, sin nombre. ¿Será así el cuarto Tour de Tadej Pogacar?

El esloveno, líder con 4m 13s sobre el segundo, el habitual Jonas Vingegaard, no desdeñaría un planteamiento que pesa como una losa en el ánimo, al que desafía el danés, dos veces ganador (2022 y 2023) y dos veces derrotado (2021 y 2024), y promete suspense, lucha, emoción, y en el que intenta infiltrarse y respirar el granadino Carlos Rodríguez, el mejor español (noveno), nacido y espigado para días como el martes del Ventoux.

Cuando llegan las montañas, Tadej Pogacar mira en el libro de ruta las líneas oblicuas del perfil y calcula: cuántos kilómetros, qué porcentaje. Mentalmente lo traduce a velocidad, a vatios, a cadencia, a gramos de hidrato de carbono, a minutos de sudar el sillín de su bici libélula, de moqueo de la naricilla colorada y rebelde por tanto hielo que se reparte por el cuerpo para no recalentarse, y en la posibilidad de una aceleración, de un come on, Jonny!, dirigido a su amigo Narváez, y un goodbye.

¿El nombre? ¿El paisaje? ¿El lugar? ¿La historia? ¿El asfalto? ¿Rectas? ¿Curvas? ¿Viento?

“No, el nombre no me interesa”, dice Tadej Pogacar la víspera de enfilar el Mont Ventoux, cuyo solo nombre a la humanidad impresiona, corazón encogido, y su cabeza calva de piedras blancas sobre la línea del bosque, y el oxígeno que huye en la cima, robado por el viento y Eddy Merckx, conquistador, en fuga solitaria desde el Chalet Reynard, se santigua y se descubre al pasar ante la lápida que recuerda la muerte de su amigo Tom Simpson y después se asfixia. Le salvan con una botella de oxígeno en 1970, y en la cima de la montaña absurda que ascendió Petrarca en borriquilla el cóndor de los Andes Nairo Quintana acaba siendo un pajarillo replegado, dormido en brazos de su masajista después de haberse atrevido a desafiar a Chris Froome atómico y superacelerado contador de vatios. “No quiero decir que no sepa lo que asciendo, pero sí que creo que todas las subidas son más o menos iguales una longitud y un porcentaje, datos estadísticos [el Ventoux, en números es, calculando desde Bédoin, a 289 metros sobre el nivel del mar, la subida tradicional entera por la D974, hasta la antena clavada a 1.910 metros sobre el col de las Tempestades: 22,3 kilómetros al 7,26%, divididos en dos partes, 16,1 kilómetros de bosque y sombras hasta el Chalet Reynard al 7%, y 6,2 kilómetros al 7,8% de desnudez solar y piedras en las que el sol se refleja y se multiplica, que se hacen inhumanos en los 2.700 metros finales al 9%], así que, en realidad me gustan todos los puertos. Y me gusta el Mont Ventoux, emblemático”.

Sin querer, quizás, Pogacar filosofa, purificando de adjetivos y maleza la pureza de la montaña, quizás también para conjurar la memoria, los malos recuerdos. “A veces creo que han diseñado este Tour para asustarme, explica Pogacar, porque han montado etapas en tres puertos en los que Vingegaard me ha dejado atrás, en Hautacam, situación que ya reparé el jueves pasado, en el Ventoux y en el col de La Loze el jueves próximo”, explica el esloveno, al que solo le falta regresar al Granon del horror del Tour del 22 para completar el círculo. “Pero yo lo analizo como situaciones de carrera, no que un puerto me vaya mejor o peor. Así que tengo muchas ganas de que lleguen estas dos etapas. No diré que busco venganza ni nada por el estilo. Solo quiero tener mejores piernas que en esos dos días, eso es todo lo que espero”.

Pero los lugares importan. La huella.

En el habitual refugio enológico de Narbona en el que se recluye cuando el Tour llega a la frontera de Provenza, y el cricrí de las cigarras ensordece, y llega aroma de lavanda a los pinares, Jonas Vingegaard, recordando el pasado, recarga su moral con palabras de futuro. El Tour está vivo, proclama. Y él puede ganarlo. “Está muy difícil, pero, sinceramente, creo que puedo. Mi punto fuerte es la tercera semana, recuerden”, explica Vingegaard, que a todo el mundo sorprendió en 2021 atacando en los últimos kilómetros del Ventoux detrás de su compañero Van Aert en fuga. Pogacar fue a por él, un danés desconocido, de 24 años, lejano en la general, como quien va a por un bomboncito. Para su sorpresa, el bomboncito no se derritió sino que le dejó lejos y con la lengua fuera. Aquel Tour Vingegaard lo terminó segundo y, sobre todo, convencido de que lo podría ganar, como así ocurrió. El Ventoux descubrió al único ciclista que le ha podido al esloveno en el Tour. “Tengo que atacar y atacaré. La diferencia que me saca se ha debido a que he tenido dos días malos [la contrarreloj de Caen y Hautacam], cosa que nunca me había ocurrido, pero me siento mejor, y él también puede tener un día malo. Y en el Visma tenemos un plan que, por supuesto, no voy a desvelar”.

Tres españoles han coronado primero alguna vez el gigante de Provenza, y ninguno de entre los más grandes, ni Perico ni Federico ni Contador ni Tarangu ni Chava Jiménez ni Ocaña. Solo lo consiguieron Julito Jiménez (1967) y Gonzalo Aja, cántabro de Matienzo y maillot Kas (1974), de paso, y Juanma Gárate (2009) como final de etapa.

Carlos Rodríguez, granadino de Almuñécar, de 24 años, es el último español que ha ganado una etapa en el Tour, y no una etapa cualquiera ni a rivales cualquiera. En 2023 fue capaz de infiltrarse en un tiempo muerto en el duelo Vingegaard-Pogacar y ganarles en Morzine después de la Joux Plane. El movimiento le parece más complicado ahora a una de las grandes promesas del ciclismo español en su tercer Tour –quinto en el 23, séptimo en el 24--, no solo porque este año Pogacar y su UAE no deja ni migajas a las clases populares, sino por su propio estado de forma. “He estado peleando en fugas pero más por ganas que por piernas”, dice el corredor del Ineos que se movió como équipier en la travesía de los Pirineos y en la etapa cátara. “Empecé muy bien, pero en la segunda semana, no sé por qué razón, sufrí un bajón, quizás por intentar llevar todo al límite y el cuerpo dijo basta. Espero que este lunes de descanso me sirva para volver a dónde debería estar”.

En realidad, Carlos Rodríguez no volvió hacia dónde debería estar, y la afición desea, después de una magnífica primavera de 2024, con un segundo puesto en la Itzulia, victoria en Romandía y una magnífica Dauphiné. Afrontó el Tour como líder del Ineos y sufrió un virus que le mermó la última semana. Pese a eso, el equipo le llevó a la Vuelta, donde sufrió para quedar décimo. Y a finales de temporada, el Ineos renovó completamente su equipo de rendimiento, que dejaron Xabier Artetxe, su preparador de toda la vida, y el fisiólogo y nutricionista Aitor Viribay, “Eso también puede ser otro motivo de que igual las cosas no estén saliendo al 100%, porque venía trabajando bien con ellos, pero eso no quiere decir que no pueda trabajar también bien de cara al futuro con gente distinta”, matiza Rodríguez, ingeniero industrial y escalador que va a descubrir el Ventoux. No lo conozco entero. Solo lo he subido hasta el Chalet Reynard, pero, claro, es una de las subidas míticas, y tengo ganas de hacerla lo mejor que pueda. Seguiremos peleando para intentar cambiar el transcurso de los hechos”.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.
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