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Tadej Pogacar se asusta en la niebla del Tourmalet y deja hacer a los ciclistas que sufren en el Tour de Francia

El esloveno controla un ataque de Vingegaard después de que ganara la etapa en Superbagnères el holandés Thymen Arensman

Arensman, agotado, cruza la meta de Superbagnères.
Carlos Arribas

Tenía más futuro el pasado, piensan pesimistas los ciclistas. Lloran la muerte de la prensa impresa que les deja desnudos en la bruma del Tourmalet y, falto de Équipes generosos, Julian Alaphilippe y otros recurren a bastos cartones de embalaje para proteger el pecho antes de descender hacia la Mongie. Hace frío lejos del planeta Pogilandia, Pogacar y su banda de colegas con gafas púrpura, abrigados con prendas de última tecnología, el sol jaune del pelotón, que apenas calientan a los pocos que tienen el valor de acercarse perdiendo el miedo a cegarse deslumbrados por su brillo. Tampoco quieren calentar los Pirineos, solo también sobrevivir, pues han tenido una visión en la cima del Tourmalet, 2.115 metros. “Había una niebla muy, muy espesa, un poco de lluvia, la carretera estaba resbaladiza”, dice. “Estaba perdido, solo veía la nuca de Sivakov, que abría camino. Fue como un aviso, así que bajamos muy conservadores, y así toda la etapa”.

El pelotón es un grupo bajo control. Pogacar conservador significa sin más un poco de libertad, nunca más de tres minutos, a los que se atreven a aventurarse en la travesía histórica de los Pirineos –el padre Tourmalet, Aspin, regreso al Peyresourde y ascensión final a la estación de Superbagnères del Tarangu el día siguiente de la caída de Ocaña--, espacio suficiente para que entre puerto y puerto los corredores que sufren lidien con sus miserias humanas, tan pequeñas a sus ojos. Frente a la trivialización de la hazaña y de la memoria que simboliza el estilo Pogacar, otros se empeñan en recuperar la locura suicida de Hinault que ataca de amarillo bajando el Tourmalet y sucumbe a su orgullo, la emergencia de LeMond en Superbagnères, los destellos de Perico Delgado, el loco del Peyresourde.

Thymen Arensman, cuello rojo de trabajador del campo al sol, marcas blancas de la correa del casco, recupera el amor perdido por el ciclismo ganando espléndidamente, jinete solitario que parte al pie del Peyresourde de un grupo en el que su compañero Carlos Rodríguez ha hecho el trabajo sucio.

La naricita púrpura de Jonas Vingegaard desconfía de la lasitud del dios del Tour que tanta libertad permite, ¿no será este su día malo y lo estaré pasando por alto o está simplemente aburrido?, y solo a falta de cuatro kilómetros acumula el valor suficiente para ponerle a prueba. La respuesta del esloveno es inmediata y segura. Sin perder la sonrisa, sin sudar siquiera, sin levantarse de su bici libélula, silbando casi, y escupiendo balines como lapitos, Pogacar se pega a su rueda, juega con sus nervios, y en el sprint final, 100 metros, le deja clavado, 4s en dos pedaladas, y cruza la meta para encontrarse a Arensman, que había llegado un minuto antes, aún derrengado en el suelo, tanto esfuerzo casi sobrehumano le llevó ganar, y sin bajarse de la bici se acerca y le felicita. Dios premia a quienes lo merecen.

Lenny Martínez aventurero, calcetines lunares en la niebla, guantes, la luna, giba formada por el chaleco de abrigo, conquista el Tourmalet por delante de todos, el primer hors catégorie. Solo zapatitos blancos, y una gamuza en el bolsillo para darles brillo, rider on the rain hacia Sainte Marie de Campan, y flipa en la moto el comentarista Thomas Voeckler viendo al caballero de lunares que de le pusieron Lenny por Lenny Kravitz y flipaba practicando urbex, explorando fábricas en ruinas.

Remco Evenepoel, triste y agotado, entrega su bidón al niño que fue él y se baja de la bicicleta, el maillot blanco agotado.

Una revista científica compara el estrés crónico de los profesionales de la salud explotados en sus centros –“sensación de agotamiento o agotamiento físico; aumento de la distancia mental con respecto al trabajo, o sentimientos de negativismo o cinismo relacionados con el trabajo; y disminución de la eficacia profesional”— con el que sufren los deportistas profesionales en estos tiempos, y se pregunta qué pueden aprender los médicos de los ciclistas, un mundo en el que se considera estos síntomas como una respuesta humana normal a una presión excesiva y sostenida, un coste inevitable, incluso una medalla de honor. Quizás la respuesta a una pregunta que se estará haciendo también Evenepoel abrumado por el peso de las expectativas se la podría dar el ganador feliz Arensman, debutante en la Vuelta a los 20 años, aclamado como el holandés que ganaría el Tour, que a los 23 años, después de ganar en Sierra Nevada en la Vuelta, fichó por el Ineos y perdió el deseo por el ciclismo agobiado por las exigencias del peso, de los entrenamientos, los campos de concentración. Introvertido, casi borde, solo recuperó la vida después de recorrer en bicicleta con un grupo de amigos, como quien recorre el Camino de Santiago, el trayecto desde su casa en Andorra hasta la de sus padres en Holanda. Bicicletas con mochilas, paradas a tomar café y cocacolas, hotel buscado al llegar a la ciudad que les apeteciera. El amor por la bici regresó solo después del viaje, también interior, Arensman hasta sonríe, y encuentra placer en el ataque, en la victoria, que resume en tres frases: “Ir lo más deprisa posible, sufrir lo más posible, y disfrutar”.

Evenepoel, doble campeón olímpico, ha alcanzado tal nivel de exigencia a los 25 años –se retira del Tour cuando iba tercero, el mismo puesto en que terminó en 2024, y después de ganar la contrarreloj normanda de Caen—que la aventura de Arensman feliz no solucionaría sus males. Nihilista después de sufrir en la cronoescalada cómo le doblaba Vingegaard partido dos minutos después –“ni lo vi venir pero suponía que alguien me doblaría por lo mal que iba”, dice--, fatalista al partir de la gran travesía pirenaica, se rezaga antes de llegar al Tourmalet, descubre lo agobiantes, inquisitivas en el dolor, frías, son las cámaras de televisión en los momentos íntimos, da el bidón a un chavalín que le anima en la cuneta, la ilusión pasada, y se baja. “Es muy triste ver a Remco abandonar el Tour”, dice desde Pogilandia Pogacar. “Tenía muchas posibilidades de volver a ganar el maillot blanco y terminar en el podio. Espero que se recupere rápido, tanto física como mentalmente, y que vuelva mucho más fuerte… Bueno, tampoco demasiado, jeje”.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.
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