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Teledeporte
  • Jonas Abrahamsen UXM 3h:15:56
  • Mauro Schmid JAY +00:00
  • Mathieu van der Poel ADC +00:07

Ciclistas y ‘gentlemen’: Pogacar se cae al final de la etapa del Tour de Francia y los rivales le esperan

Victoria del noruego Jonas Abrahamsen en la última etapa movida antes de asaltar el jueves los Pirineos por Hautacam

Tour de Francia
Carlos Arribas

El Garona nace en el Aneto y desaparece por un agujero para reaparecer en La Val d’Arán, ya camino de Francia para ensancharse en Toulouse con el Tour, humedad, calor, y una etapa acelerada e incontrolada, sin tiempo siquiera para una pausa sanitaria en la cuneta (48 de media un día sin apenas llano, 45 de media el Tour tras 1.842 kilómetros). El inclasificable noruego Jonas Abrahamsen --uno de 29 años que se rebeló hace unos años contra la anorexia obligatoria del pelotón que le hizo pesar 60 kilos, engordó hasta 80, recuperó la salud mental y el vigor físico—se impone al suizo Mauro Schmid en la fotofinish y se suma a la galería de espléndidos locos que ha descubierto este Tour, al viejo Van der Poel, el Creedence Simmons o el trasgo Ben Healy. Allí, en el bulevar Lascrosses de la capital del Midi termina el Tour de los insensatos, antes de llegar, el jueves, a la ortodoxia de los Pirineos ascendiendo Hautacam con un irlandés de amarillo y un esloveno impaciente y herido al que el pelotón respeta y espera cuando se cae.

Pogacar, nada más cruzar la meta de Toulouse.

La lucha por la victoria de etapa ya era cosa olvidada cuando se cayó Tadej Pogacar. Faltaban seis kilómetros para la meta y el grupo de los mejores descendía por ancha avenida la cuesta temida de Pech David. Nadie se jugaba nada. Nadie atacaba. Solo había nervios. Inevitables porque el Tour es, antes que nada, un estado especial del sistema nervioso de aficionados enloquecidos y apelotonados sudorosos, chillones, acuciantes, y de ciclistas que creen que cada pedalada es más importante que la vida. Un bandazo en la bandada de otro noruego impaciente, Tobias Johannessen. Torpe, inconsciente, se cruza de izquierda a derecha por delante de Pogacar, que tropieza y cae, se desliza, qué dolor, por el asfalto, hasta chocar con bolos de plástico duro que regulan los carriles. “No sé, no debió de verme”, dice Pogacar. “Pero me cortó completamente la rueda delantera y, por suerte, solo me hice un pequeño rasguño. Me asusté cuando vi la acera y pensé que iba a caerme de cabeza, pero, por suerte, tengo la piel dura y me detuve antes de llegar a la acera”.

En nada se levanta. Tarda más en devolver la cadena a plato y piñón. Cuánto perderá, cuánto se ha hecho, pregunta ávido el mundo, despierto de repente ante el golpe de efecto. La calma regresa rápida. No pierde nada. La ley del pelotón exige a todos pararse y esperar. “Cuando oí por la radio que Tadej se había caído, hablé con Jonas Vingegaard y estuvimos de acuerdo en esperar a que volviera”, dice el líder, Healy. “Es solo respeto entre ciclistas. Si alguien comete un error tonto en un final en el que no va a haber una diferencia enorme a partir de ese momento, creo que cualquiera lo agradecería”.

Nadie quiere ganar una carrera aprovechando la mala suerte de un rival. Es el ciclismo de siempre: sin piedad en la pelea, respetuosos del fair play. Gentlemen que no golpean cuando el rival está en el suelo. “Sí, estoy bastante bien, un poco magullado, pero hemos pasado por días peores”, promete el esloveno, que agradece al pelotón el “respeto”. “La carrera ya estaba más o menos decidida, pero aun así me sacaron tiempo. Eh, quiero decir, quizá no tanto tiempo, pero habría necesitado esforzarme mucho para remontar, así que, eh, mucho respeto para todos los que iban delante y, eh, sí, gracias por vuestro apoyo, chicos”.

Aliviados, todos miran de nuevo a los Pirineos, pero antes, dedican sus pensamientos a los locos que han hecho de los primeros 11 días un festival hermoso de ciclismo.

Los directores, viejos corredores que al menos saben conducir un coche, saben cómo motivar a sus chicos y paralizarlos al mismo tiempo. “El Tour no tiene piedad de nadie”, avisan los del Soudal por el pinganillo. “Guardad energía para el final”, gritan los Vismas. A Mathieu van der Poel no le grita nadie nada porque ha estado todo el día a cola del pelotón y no le funciona la radio, y cuando se mete en un grupo en fuga ni se ha enterado de que por delante marcha un grupo de cuatro alegre e ileso desde el kilómetro cero. Llegado el temido Pech David, 800 metros verticales con un comienzo al 25%, Van der Poel se transforma en el Concorde que ha visto aparcado a la salida al pasar por Blagnac. Despega como si eso fuera el Koppenberg de Flandes, clava a Van Aert, a su rueda, y se lanza ignorante hacia lo que cree una victoria ya. Solo cuando no ve a su alrededor ni motos ni el jaleo habitual que acompaña el primero, despierta. Termina tercero y un poco estúpido, pero no olvida ir a felicitar al happy Abrahamsen, que le da a los petroleros del UNO-X la primera victoria de su historia en el Tour.

Ni todos los irlandeses son melancólicos pese a sus ojos de humo y sus gaitas lejanas a la luz de un Guinness ni Dan Martin pese a su mandíbula chupada y su boca pequeña se emociona cuando escucha junto al Garona húmedo que le pregunten por Paddy Moloney, músico de la Irlanda que todos sueñan. Tampoco le brillan los ojos al sobrino de Stephen Roche cuando se le anima buscarle un parecido musical a Ben Healy, el tocapelotas de moda, y se le sugiere el nombre de Shan McGowan, el poeta muerto de los Pogues, folkipunk gamberro y triste, tan irlandés. Construimos arquetipos que la realidad desmiente, pero no del todo. La raza ciclista irlandesa es distinta a todas. En eso sí que está de acuerdo Martin, hijo de la hermana de Roche, uno de los padres fundadores de Irlanda en el Tour. “Ben Healy es un corredor que sufre mucho en la bici, y se retuerce, como yo hacía, pero lo que hace este Tour es impresionante, peleando desde la sexta etapa”, dice Martin, clasicómano en Lieja y ganador de etapas Tour en Bagnères y en Mûr de Bretaña, cuando corría en el UAE prePogacar. “Todo por Irlanda. No somos el país más grande, el ciclismo es poca cosa en Irlanda, pero los irlandeses siempre tienen fuerza y rebeldía”.

Antes que ellos, fuertes y rebeldes, Sean Kelly, una Vuelta, Monumentos y siete París-Niza, y Stephen Roche, el triple diamante del 87, Giro, Tour y Mundial. Ellos serían los padres de Healy, y Dan Martin, el hermano mayor, pero el abuelo de todos es Seamus Elliott, nacido en 1934, irlandés y republicano en tiempos de guerra civil, homérico como los irlandeses silenciosos de John Ford, y el primer ciclista de habla inglesa que ganó una etapa en el Tour. Lo hizo en el 63 y en Roubaix, cuando todos pasaban por Francia y para sobrevivir debían someterse al sistema feudal de los equipos. Vasallo en el Saint Raphaël de Stablinski, padrino de su hijo, y Anquetil, que le explotaron y vendieron. Se arruinó con un hotel. Sufrió una depresión negra. Se pegó un tiro en Dublín a los 37 años con la escopeta de caza que le regalaron por ganar una etapa de la Vuelta del 63 en Valencia.

Habría querido correr los Juegos de Múnich al año siguiente, y quizás habría participado en el gran festival que montó el IRA en las colinas de la ciudad alemana, buscando, pacíficamente, llamar la atención sobre la ocupación británica y la violencia contra los católicos en Irlanda del Norte. La carrera de ciclismo se retrasó un día, del 6 al 7 de septiembre, debido al atentado de Septiembre Negro contra el equipo israelí, lo que despistó a los siete miembros del IRA que llevaban meses planeando una acción audaz, y tan concentrados estaban en sus planes que no se enteraron del terror del 6 de septiembre. Los irlandeses habían viajado desde Dublín en una furgoneta con sus bicicletas. El 7, cuando finalmente se disputa la prueba, cuatro de ellos, con el maillot de la bandera verde, blanca, verde, la de los 32 condados de la Irlanda única, se infiltran en la salida del pelotón. Otros tres esperan en el bosque de Grunwalder, unos kilómetros delante, para hacerlo. La acción es un éxito. Uno de los ciclistas, Brian Holmes, logra desplegar una pancarta, “La tropas inglesas ocupan nuestros campos deportivos”, que captan las televisiones de todo el mundo. Después, reparte panfletos entre los ciclistas asombrados. Otro de ellos, John Mangan, es tan bueno, que llega a liderar la carrera unos kilómetros y se pelea con el norirlandés Noel Teggart, que corre con la Union Jack, al que empuja y manda a la cuneta. Se cae y se retira. El comando es detenido, pero los alemanes se conforman con expulsarlos del país. La cárcel les espera en Irlanda, donde el ciclismo es arma de lucha siempre. Aún ahora.

Su espíritu, en cierta forma, ha impregnado los primeros 10 días de un Tour, de boxeadores y guerreros, insensatos inclasificables en un pelotón en el que hasta los líderes son gregarios de la tradición y el orden.

Clasificación General
pos ciclista Equipo Tiempo
1
Jonas Abrahamsen
UXM 3h:15:56
2
Mauro Schmid
JAY +00:00
3
Mathieu van der Poel
ADC +00:07
4
Arnaud de Lie
LOT +00:53
5
Wout van Aert
TVL +00:53
6
Axel Laurance
IGD +00:53
7
Fred Wright
TBV +00:53
8
Mathieu Burgaudeau
TEN +00:53
9
Quinn Simmons
LTK +00:53
10
Davide Ballerini
XAT +01:11
pos ciclista Equipo Tiempo
1
Ben Healy
EFE 41h:01:13
2
Tadej Pogacar
UAD +00:29
3
Remco Evenepoel
SOQ +01:29
4
Jonas Vingegaard
TVL +01:46
5
Matteo Jorgenson
TVL +02:06
6
Kévin Vauquelin
ARK +02:26
7
Oscar Onley
TPP +03:24
8
Florian Lipowitz
RBH +03:34
9
Primoz Roglic
RBH +03:41
10
Tobias Johannessen
UXM +05:03
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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.
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