Pogacar asesta un golpe al Tour con su vigésima victoria
El esloveno lanza un ataque a 12 kilómetros de la meta y deja a más de tres minutos a Vingegaard


Desde Auch, donde todos los años el Tour llora al encantador Nicolas Portal, los Pirineos, qué verde más absurdo entre los vapores de calor de julio recalentado, son como un blues de Billie Holiday, doloroso, hermoso, sensual, casi erógenos como se puede adivinar en la sonrisita de labios lampiños de Tadej Pogacar vendado cuando se sacude los picotazos de las avispas de los Vismas azuzados por Jonas Vingegaard, casi drones teledirigidos que a Pogacar, casi como King Kong en la cima del Empire State desafiando cuadrillas de aviación, no le hacen ni cosquillas, o, en todo caso, le causan tanta incomprensión como las tiritas rosa púrpura que crecen en las narices de sus combatientes, y si alguno, en esta tierra de rugby le contara lo que decía el gran Spanghero recordando el bloqueo de un defensa rival –menos mal que tengo buena napia, si no me habría roto la boca—seguramente la sonrisa sensual se haría carcajada, y a su eco acelera para poner las cosas en sus sitio atacando.
Le lanza su amigo ecuatoriano, Jhonatan Narváez, una complicidad sin palabras nacida de un malentendido. “Desayunando esta mañana bromeábamos sobre hacer como el viernes de la Dauphiné, atacar desde abajo lanzado por Johnny”, se ríe Pogacar. “Pero Johnny no se anda con bromas, supongo, y lo dio todo. Y Yates estaba como, ¿qué está haciendo este tío? Y yo dije: ‘Vale, veo el plan de Johnny, lo sigo, intento comprometerme, lo peor que puede pasar es que me equivoque y vaya un poco más lento..." Sin levantar el culo del sillín, como a él le gusta con su bici de manillar de mariposa, ligero como una libélula en las pendientes terribles en las que los demás avanzan como condenados, escarabajos duros, resistentes, sedientos. Vingegaard, tan espléndido como es, ni vuela ni se arrastra, escala como siempre, con la fuerza de siempre, y el deseo, es una máquina tan regular como el esloveno, que clínica, limpiamente, incrementa su ventaja en 10s cada kilómetro: 13 kilómetros de subida, 130 segundos de ventaja, 2m 10s en la cima. La épica enmarcada en un metrónomo, como los grandes poemas en endecasílabos.
Hombre afortunado. Sus reflejos y su piel dura, que frenó su deslizarse inevitable hacia el bordillo de la carretera caído le salvaron de heridas graves camino de Toulouse el miércoles. El jueves ya es hombre nuevo. Ya acelera. Solo Vingegaard se atreve a seguirle. Aguanta 50, 100 metros a su rueda. La subida a Hautacam, diría el novelista de las del Oeste, está hecha para hombres solos. El Tour está hecho para un hombre solo, Pogacar, que al conseguir su tercera victoria de etapa de las 12 disputadas, recupera el maillot amarillo, y lo hace con tal ventaja (3m 31s sobre Vingegaard, el único rival) que surgen dudas no sobre su capacidad para mantenerlo hasta París, sino sobre la calidad del pegamento de sus dorsales número uno para mantenerse pegados sin necesidad de imperdibles a su prenda amarilla hasta el domingo 27.
Hautacam, 13,5 kilómetros al 7,8%, llama a los más grandes con su historia en claroscuros, Indurain contra Leblanc en la niebla, el hurra de Javier Otxoa, el insulto al sentido común de Bjarne Riis, la vergüenza de Piepoli-Cobo, la belleza de Nibali, y el último servicio de Van Aert a Vingegaard y rendición consecuente de Pogacar 22. Tres años después, la redención en un Tour que deberá ser el cuarto del esloveno a los 26 años y también una suerte de camino espiritual en el que quiere borrar todos los errores: tras la contrarreloj y Hautacam, le quedan el Mont Ventoux, el martes, y el col de la Loze, el jueves próximo. “Me enamoré de Hautacam la primera vez que lo subí entrenando, y cuando llego el Tour del 22 estaba ansioso por ascenderlo, el problema fue que estaba ya lejos de Vingegaard en la general y solo intentaba recuperar el maillot amarillo de cualquier manera. Y casi había olvidado ese día, pero todo el mundo no hacía más que decirme, ha llegado el momento de la revancha, bla, bla, bla… Así que, sí, estoy supercontento de haberle dado la vuelta a la historia, coger el amarillo aquí y ganar la etapa”, recuerda Pogacar que solo celebra la victoria en la cima unos metros después de cruzar la raya, y lo hace levantando un índice al cielo en memoria del joven italiano Samuele Privitera, que murió el miércoles a los 19 años tras sufrir una caída en el Giro del Valle de Aosta. “Es la primera noticia que leí esta mañana, y el último kilómetro lo pasé pensando lo duro que puede ser este deporte, y cuánto dolor puede provocar”.
¿Qué fuerza oculta aprieta los pedales de Iván Romeo en la fuga? ¿El recuerdo de su infancia de vacaciones por esos pueblos, en la cuneta del Tour, con la bici aprendiendo a subir, a enamorarse del esfuerzo? ¿Qué mueve a los Ineos, cinco, más de medio equipo, en la fuga de 52, el 30% del pelotón, con Carlos Rodríguez al mando? ¿Un homenaje a Portal, su director muerto joven, que nunca haría una cosa así? Tampoco lo apreciaría el gran Samuel Abt, el gran cronista del International Herald Tribune en tiempos de Greg LeMond, muerto a los 91, que hacía del Tour una ruta gastronómica a lo Gianni Mura, y una aventura costumbrista y coloreada, empeño ya imposible. ¿Una alianza oscura y pringosa como el petróleo que cubre sus gastos a medias con tres del Total con los que comparten publicidad y greenwashing en una alegre colusión energético-ciclista?
La belleza es una voz rota, una emoción perdida en las carreteras-toboganes de Occitania entre trigo y maíz gigante, un océano, hacia el sur, la nevera del UAE sin geles en forma de flash granizado para alimentar de carbohidratos y enfriar el cuerpo. Y hace calor. Tanto que ya los bromistas recurren al extremo: ¡están cayendo los patos asados! No puede hacer más calor. Y al fondo, el Pic del Midi, humeante como Mordor. En el Soulor desolador e infernal, comienza la ofensiva de las napias púrpura de los Visma. ¡Campenaerts! La poesía de la lentitud se hace película de acción. Rave party a pedal entre los sembrados y los turistas turulatos. “Cuento de hadas”, prefiere llamarlo Pogacar, que ya ha ganado 20 etapas en los seis Tours que ha disputado.
60 hasta la cima de Hautacam. La lucha agónica de Remco Evenepoel. Más entusiasmo bajo su casco blanco que capacidad de pelear con el asfalto de los Pirineos ingratos a su amor. Benoot, descamisado. Si piedad. Quince son los mejores. Mas ya no. Ni Healy. Ni Carlos Rodríguez impasible, de los últimos supervivientes de la gran fuga. Sí Raúl García Pierna, niñera de Keké Vauquelin. En el descenso de Bordères, el segunda previo a Hautacam, Remco solo sin Landa regresa como Ulises después de bordear el abismo. Los Vismas se diluyen. El resto es Pogacar, que ya no bromea: “Estoy en la cima de mi arte”.
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