Pogacar noquea a Evenepoel y Vingegaard con un gran ataque alpino en la Dauphiné
El campeón del mundo se impone en solitario en Combloux y conquista el maillot amarillo


30 grados. Bochorno con vistas al Mont Blanc que se derrite. Ladridos de perros cabreados despiertan las aldeas dormidas al paso del pelotón lanzado. Arrullado por arroyos cantarines en cañadas oscuras, un tren fantasma atraviesa sibilante los valles hacia los Alpes. En la máquina, varios chicos de blanco rodean a uno de blanco también, muy rubio, un mechón rebelde vuela por las rendijas de su casco y una cenefa color arcoíris le ciñe el pecho. Es Tadej Pogacar con sus mejores UAEs, un belga, un ruso-francés y un ecuatoriano.
¡Más madera! ¡Es la guerra!
Es el fin de Evenepoel, de los sueños de escalador-Tour del Buzz Lightyear de las contrarreloj, que se desarma y resopla; es la frustración de Vingegaard justo en las subidas, Domancy, Combloux, en las que hace dos años, cuando las afrontaron en contrarreloj, enterró las esperanzas del mismo Pogacar en el Tour. El danés con el que ha compartido el podio del Tour los últimos cuatro años, perdió 1m 1s, y está a 43s en la general, mientras que el emergente Evenepoel, cedió 1m 50s (1m 22s, en la general). En su terreno de escaladores, Enric Mas cedió 2m 9s (3m 45s en la general) y Carlos Rodríguez, 2m 29s (3m 40s en la general).
Al subir al podio para vestir del amarillo que es su segunda piel, Pogacar podría lanzarse al blues de Billie Holiday susurrando desde lo oculto de su pecho su lover, come back to me bajo el cielo azul y a punto de salir la luna nueva, pues recupera la prenda que le cedió el lunes al sprinter Jonathan Milan, pero Pogacar es solar, no es hijo de la noche, y sus sentimientos son planos. Cuando cruza la meta solo levanta un dedo, el índice derecho, y solo después de haber pasado la línea. “Tenía prisa por llegar”, confiesa. “Sabía que desde la cima de Domancy a la meta sería un esfuerzo a tope de 15 minutos. Quería terminar la etapa con tiempo para ver a Urska [Zygart, su pareja] en el Tour de Suiza, y lo he conseguido”. Todo es luz y sonrisas en el alma del déspota insolente del pelotón.
El tren ha recorrido lugares de su memoria que creía olvidados y despiertan cuando los roza su bicicleta ligera. “Qué buenos recuerdos”, dice. “No me acordaba de que lo había subido”. Habla del Saxonnex, un monte corto y muy duro, en el que el Visma en pleno, Kuss, Jorgenson, intenta pasar a la ofensiva. Es el mismo monte en el que un día de julio de frío polar, 2021, Valverde congelado a cola, el esloveno inició un ataque loco y desmesurado hacia el Gran Bornand con el que acabó con todos y con el Tour, y era solo la novena etapa. Inspirado súbitamente por el recuerdo, Pogacar en persona les frena, y Florian Lipowitz, radiante maillot blanco alemán de mejor joven, aprovecha para que la luz le ilumine. Tiene ya 24 años pero empezó a ser ciclista con la pandemia, hace nada. Su escuela es el biatlón, esquí y tiro en los inviernos largos de días cortos, pero la goza más en el ciclismo con sus calcetines medidos al milímetro en un túnel aerodinámico. No es ciclista de cambios bruscos, es escalador de ritmo, y valiente. Le dejan hacer en el Saxonnex, y vuelve a la luz en la subida a Combloux, cuando abandona el triste cortejo, casi fúnebre, que chupa la rueda de Evenepoel hundido. Se ha infiltrado entre los mejores, se ha invitado a destacar en el Tour, días de bochorno y tormentas en el horizonte, y el arcoíris de Pogacar.
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