Peter Gelb, director ejecutivo de la Ópera Metropolitana de Nueva York: “Un teatro de ópera puede contribuir a mejorar la vida de las personas”
El prestigioso gestor artístico reflexiona sobre el impacto cultural de las políticas de Trump y su firme respaldo a Ucrania


La biografía de Peter Gelb (Nueva York, 72 años) ha estado ligada a la Metropolitan Opera desde que, siendo un niño, asistió con sus padres —el editor del New York Times, Arthur Gelb, y la escritora Barbara Gelb— a una representación de Carmen, de Bizet, protagonizada por Grace Bumbry. Allí tuvo su primer trabajo como acomodador siendo todavía un adolescente. Tras formarse como agente artístico y relanzar la carrera del legendario pianista Vladímir Horowitz, en los años ochenta se implicó como productor ejecutivo de CAMI Video en las famosas retransmisiones televisivas de ópera desde el teatro neoyorquino dirigidas por Brian Large, que después fueron reeditadas en DVD por Deutsche Grammophon. Y, en 2006, asumió la dirección general de la Ópera Metropolitana, tras encumbrar a la discográfica Sony Classical como presidente durante 11 años.
Acaba de renovar su contrato hasta 2027, pero no tiene ninguna intención de marcharse. “Me siento preparado para continuar más allá de esa fecha y creo que todavía puedo aportar mucho”, afirma con una cálida sonrisa en una videollamada. El principal gestor operístico de Estados Unidos atiende a EL PAÍS desde Cerdeña, donde pasa unos días de vacaciones tras visitar brevemente Kiev junto a su mujer, la directora de orquesta Keri-Lynn Wilson. Hablamos sobre su defensa de Ucrania frente a la agresión rusa, pero también sobre la renovación de la Metropolitan Opera bajo su dirección, la difusión de sus producciones en cines de todo el mundo y los retos de su financiación privada, así como del impacto de las políticas de Donald Trump en la cultura estadounidense.
Pregunta. ¿Cómo ha sido su reciente viaje a Ucrania?
Respuesta. Era mi segunda visita desde el inicio de la invasión criminal que están sufriendo y fue terrible ver el fatalismo de la gente ante los bombardeos con drones cada noche, a los que llaman la ruleta rusa, pues no saben quién morirá. Es una situación que recuerda al Blitz inglés [bombardeos aéreos de los nazis sobre Londres y otras ciudades británicas durante la Segunda Guerra Mundial], pues Hitler y Putin tienen mucho en común.
P. Usted fue uno de los primeros líderes culturales en posicionarse a favor de Ucrania tras la invasión de 2022. ¿Qué labores ha desarrollado desde entonces?
R. He intentado que el pueblo ucraniano sienta que no está aislado y que tiene amigos. Pero también pienso que Ucrania es la última frontera de la democracia y que estamos librando una batalla por el futuro del mundo libre. Como sabrá, mi mujer, la directora de orquesta Kerri-Lynn Wilson, es considerada una heroína cultural en Ucrania, ya que dirige dos orquestas allí. Con ella y con el director general de la Ópera Nacional Polaca, creamos en 2022 la Ukrainian Freedom Orchestra, integrada por los mejores músicos del país. Además, encargamos la ópera Las madres de Jerson al compositor ucraniano exiliado Maxim Kolomiiets, que trata sobre las madres coraje que viajaron miles de kilómetros para rescatar a sus hijos secuestrados por los rusos. La ópera todavía no está terminada, pero en la gira internacional de agosto la orquesta estrenará una suite y tocará la Quinta sinfonía de Beethoven, que fue precisamente un símbolo de resistencia y esperanza durante el Blitz.
P. ¿Qué opina sobre el polémico regreso a Occidente de Valery Gergiev el próximo 27 de julio [se canceló este lunes 21] para dirigir un concierto en un festival italiano?
R. Creo que es algo absolutamente aterrador y repugnante. Me sorprende que la gente sea tan ingenua y lo presente como un intercambio cultural. He pasado toda mi vida participando en intercambios culturales, desde que llevé a la Sinfónica de Boston a China en 1979. Además, esto va en contra de la postura del gobierno de Giorgia Meloni, que es favorable a Ucrania. Sinceramente, espero que se cancele este concierto. Gergiev fue un gran director de orquesta, pero sacrificó su carrera para convertirse en el principal representante cultural de Putin.
P. Hablemos de ópera. La próxima temporada de la Metropolitan Opera de Nueva York se iniciará con el estreno absoluto de Las asombrosas aventuras de Cavalier y Clyde, de Mason Bates, basada en la novela homónima de Michael Chabon. Se trata de otra adaptación operística de un éxito literario, una tendencia que ha impulsado en los últimos años desde su institución y que ya hemos visto en Europa con El nombre de la rosa, de Francesco Filidei.
R. Creo que se trata de recuperar una tendencia que tuvo mucho éxito en el pasado, ya que Verdi y Puccini contaban historias en sus óperas con las que el público se sentía identificado y que capturaban su imaginación. Es lo que ha hecho el cine y el teatro, pero la ópera se estancó como forma de arte en la segunda mitad del siglo XX. Fue un grave error por parte de los responsables de los teatros y las compañías de ópera no darse cuenta de que la ópera necesitaba asumir los riesgos creativos necesarios para seguir existiendo. Siempre habrá espacio para los grandes clásicos de Mozart, Wagner, Verdi y Puccini, pues algunas de sus historias siguen teniendo sentido en la actualidad. Es muy interesante darse cuenta de que Tosca trata sobre el fascismo, pero también encontrar óperas nuevas como Las asombrosas aventuras de Cavalier y Clyde, que trata sobre el nacimiento de un superhéroe de cómic en Nueva York llamado El Escapista, que luchaba contra Hitler.
P. De hecho, otra de las señas de identidad de su dirección ha sido la inclusión de propuestas escénicas innovadoras, como la oscura lectura psicológica de Salomé de Richard Strauss, dirigida por Claus Guth, la pasada temporada, algo poco frecuente hasta su llegada.
R. No podemos vivir en el pasado, sino que debemos avanzar hacia el presente e imaginar el futuro. Estoy muy orgulloso de esta producción, que también supuso el debut de Guth en la Metropolitan Opera. Fue una propuesta muy impactante que estimuló y emocionó al público. Y es importante no olvidar nunca el vínculo con los espectadores, pues en la ópera ocurre en raras ocasiones, aunque nos gustaría que ocurriera siempre.
P. ¿Qué papel debe desempeñar un teatro de ópera en la actualidad?
R. En un momento en que la gente está asustada y preocupada por el futuro del mundo, el arte debe intervenir y dar un paso al frente. Un teatro de ópera como este puede ayudar a mejorar la vida de las personas y brindarles un rayo de esperanza. Por eso, cuando llegué al cargo, en 2006, puse en marcha The Met: Live in HD, que retransmite óperas en directo a cines de todo el mundo.
P. Eso ha permitido al público español seguir las principales producciones, así como las filmaciones incluidas en el portal Met Opera on Demand.
R. Cuando comenzó la pandemia, sentí que teníamos un deber público y una responsabilidad. Empezamos inmediatamente a retransmitir una ópera en streaming todas las noches de forma gratuita. Y cientos de miles de personas la escuchaban o veían cada día desde sus casas. Incluso creamos la At‑Home Gala, en la que 40 artistas actuaron desde sus casas que yo produje utilizando Skype. Sin embargo, después de la pandemia, han cambiado los hábitos de entretenimiento y ahora va menos gente al cine, por lo que hemos perdido un 55% de audiencia. Llegamos a países con once husos horarios diferentes, pero si antes teníamos más de 400.000 espectadores por retransmisión, ahora tenemos unos 200.000.
P. ¿Está afectando de alguna forma la política de Donald Trump a la Ópera?
R. Las artes escénicas en Estados Unidos siempre han dependido de las donaciones privadas y no recibimos financiación del Gobierno. Pero, en los últimos meses, ha caído el número de turistas extranjeros y eso nos está afectando, al igual que a Broadway. Tenemos que persuadir a los visitantes extranjeros de que Nueva York no es como el resto de Estados Unidos y también conseguir que venga más público local a la ópera.
P. ¿Y la incertidumbre económica no está reduciendo las donaciones?
R. El problema es que las mayores fortunas de Estados Unidos no están interesadas en las artes. Les interesan cosas importantes, como a Bill Gates, con su labor en la erradicación de enfermedades o sus programas de justicia social. Pero tenemos que convencerles de que una compañía artística como la nuestra también forma parte del sistema de justicia social. Ese es mi trabajo.
P. ¿Ha habido artistas que se hayan negado a actuar en el teatro de la ópera neoyorquina por las políticas de Trump, como ha ocurrido en las salas de conciertos estadounidenses con solistas europeos, como el violinista Christian Tetzlaff y el pianista András Schiff?
R. No, hasta el momento ningún artista ha rechazado una invitación por la situación política. Creo que, en parte, se debe a que la Metropolitan Opera se distingue del panorama político estadounidense como un faro de la democracia, y la gente sabe que representa la libertad artística y de expresión.
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