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Coonvite, la cooperativa de arquitectura que eleva el concepto de construir en comunidad

Por medio del convite y la autoconstrucción asistida, este colectivo ha mejorado las viviendas de miles de personas de barrios vulnerables de Medellín y alrededores. En 2024 ganaron en la Bienal Iberoamericana de Arquitectura y Urbanismo con una innovadora apuesta que ayuda a resolver el déficit de calidad de vivienda

Integrantes de la Cooperativa de arquitectura Coonvite.

En 2021 y durante cinco meses, decenas de personas trabajaron para mejorar 200 viviendas en los barrios populares La Honda, Moravia, San Javier y San Cristóbal, en Medellín. Liderados por el colectivo Coonvite Arquitectura Cooperativa, echaban cemento en los pisos de tierra, arreglaban los baños y modernizaban las cocinas. “¡Esas montañas se movieron! Recuerdo que un miércoles nos avisaron que nos habíamos gastado todo el cemento que Argos tenía disponible para la ciudad”, recuerda Juan Miguel Durán Vélez (Pereira, 37 años), director general de Coonvite y uno de sus fundadores.

El colectivo había sido creado oficialmente un año antes, pero sus integrantes (ocho arquitectas, un arquitecto, dos ingenieros y una politóloga) ya llevaban unos doce años adentrándose en los barrios más vulnerables de la capital antioqueña para armar convite con sus habitantes y ayudar a solucionar uno de los grandes retos de las ciudades latinoamericanas modernas: el déficit cualitativo de vivienda. Según cifras del Departamento Nacional de Planeación, para 2023 alrededor del 15 % de las viviendas de Medellín estaban en condiciones inadecuadas de habitabilidad debido al bajo acompañamiento técnico durante el proceso de construcción, lo que generaba un rápido deterioro.

Cuando la cementera Argos los contactó para ser los aliados en terreno de su naciente proyecto Hogares Saludables y darles una vivienda digna a 200 familias, los de Coonvite ya sabían cómo trabajar con las comunidades. Basándose en su experiencia, desarrollaron una metodología con elementos de las dinámicas propias de los barrios populares y de la práctica de la autoconstrucción asistida, implementada por el arquitecto inglés John Turner en Perú en los años sesenta y setenta. Así, convirtieron el mejoramiento de las viviendas en una experiencia colectiva y “parchada”, en la que participan los dueños de las casas, los vecinos y voluntarios. Incluso, el presupuesto fue una suma de esfuerzos: los dueños pusieron el 33 % y el 67 % restante corrió por cuenta de Hogares Saludables. “Fue un proceso cooperativo, no asistencialista”, explica Durán.

Los miembros de Coonvite habían estudiado en una época en la que las activas discusiones de ciudad –en las que participaba el empresariado, la academia, el sector público y la ciudadanía– convertían el urbanismo en una política social, y cuando la alcaldía de Sergio Fajardo (2004-2007) pensaba la arquitectura y el diseño urbano como herramientas para impulsar la educación, generar oportunidades y mejorar la calidad de vida de las personas, especialmente en los barrios marginales. “Ese ambiente nos estimuló para pensar nuestro conocimiento y nuestro oficio como actos políticos”, reflexiona Durán. Aprendieron a salir a las calles y a ganarse la confianza de los habitantes de los barrios periféricos de Medellín, llegando a preguntar: ‘¿Qué hay para hacer?’. “Era una apuesta por democratizar la arquitectura de alta calidad y, en consecuencia, la belleza”, dice Jasblleidy Pirazán, la politóloga del grupo.

Coonvite es la primera cooperativa de arquitectura del país. “Cuando estudiamos la historia de ese modelo en Colombia, nos dimos cuenta de que una cooperativa era como tener una fundación y una SAS al tiempo. Jurídicamente, podíamos diversificar el portafolio y tener un ejercicio comercial que ayudara a apalancar el social y uno social con su propio flujo de caja y una dinámica económica casi más fuerte que la comercial”, explica Durán.

La parte comercial funciona casi como una firma de arquitectura tradicional, pero con el sello del grupo: se presentan a convocatorias para diseñar colegios rurales o centros culturales, y quien los contrata para construir su casa puede esperar una experiencia “bacana” de convite. El 2% de las utilidades de cada uno de estos proyectos se invierte en la apuesta social.

Para 2024, el equipo había intervenido alrededor de 42.000 metros cuadrados haciendo mejoramientos en viviendas de estratos 2 y 3, y había trabajado con Argos, Comfama, Visionamos Sistema de Pago, la Fundación Berta Martínez y la cooperativa financiera Confiar, entre otros. Ese año, su programa de mejoramiento de vivienda, al que bautizaron Foonvite, ganó la Bienal Iberoamericana de Arquitectura y Urbanismo en la categoría ‘Nuevas reglas’. Habían encontrado una innovadora manera de democratizar la arquitectura y de convertir el esfuerzo de dar una vivienda digna a miles de personas en una herramienta de pedagogía ciudadana que tejía comunidad y abría oportunidades, pues las personas adquirían conocimientos técnicos de construcción.

Su apuesta social también abarca la ruralidad antioqueña. En 2019 crearon el programa Cooperarescul, con el que intervienen la infraestructura de los colegios rurales armando convite con los niños para enseñarles de arquitectura y los valores propios del cooperativismo, y recientemente se unieron con la gobernación de Antioquia para mejorar 500 viviendas en la zona rural de Entrerríos, Santa Rosa y San Pedro.

Para Durán, la buena arquitectura no tiene que ser monumental, sino oportuna. “Todo el conocimiento que adquirimos en la universidad es para actuar en esa casa chueca, y, a través de acciones pequeñas, hacerla cumplir con los estándares técnicos para darle a la gente un hogar digno”, dice. A veces, sus logros más significativos vienen de acciones pequeñas, por ejemplo, cortar por la mitad algunos de los ladrillos de un muro para darle paso a la luz en una casa sin ventanas. “Cuando terminamos, la señora, de unos 80 años, jugaba con la luz de la tarde moviendo las manos”, recuerda.

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