Alirio González: el poder de transformar con una escuela audiovisual el relato en Belén de los Andaquíes

Belén de los Andaquíes, un pueblo de cerca de 12.000 habitantes del departamento del Caquetá, en el suroccidente de Colombia, no solo cuenta con el usual parque principal, el hospital local o la cancha de fútbol. En la Escuela Audiovisual Infantil, las miradas curiosas de niños, niñas y jóvenes se detienen sobre las cámaras de video y los equipos que Alirio González utiliza para enseñarles a contar historias. González (Santa María, Huila, 64 años) y sus alumnos son orgullo local: han obtenido dos premios India Catalina a Mejor Producción de Televisión Comunitaria. El mayor triunfo de la escuela, sin embargo, ha sido abrirles a varias generaciones la posibilidad de construir su propio relato en una zona marcada por el conflicto.

El primer galardón lo consiguieron en 2013 con la serie Telegordo, que se emitía en canales públicos y cautivaba a la audiencia con sencillas y creativas formas de narrar vivencias cotidianas en el municipio, ubicado a una hora de Florencia, la capital del departamento. El segundo, lo recibieron en 2022 por Historias de adultos narradas por niños, la serie animada que formó parte de Verdad poética, un proyecto de la Comisión de la Verdad para tejer relatos que aportaran al esclarecimiento de la verdad en el conflicto armado en Colombia.

Belén de los Andaquíes ha soportado el peso de la guerra desde los años ochenta. Primero, por la presencia de la antigua guerrilla del M-19; luego, de las extintas FARC;, después, con la incursión de grupos paramilitares en una atroz disputa por el control territorial. En 2001, integrantes del Frente Sur Andaquíes del Bloque Central Bolívar de las antiguas Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) se tomaron Puerto Torres, una vereda del municipio donde vivían alrededor de 500 familias, y la convirtieron en un macabro centro de operaciones. Según informes del Centro Nacional de Memoria Histórica, cometieron desplazamientos, torturas y desapariciones forzadas. En 2002, 36 cadáveres fueron exhumados de fosas individuales, una muestra del horror que marcó aquella época.

González llegó al pueblo junto a su familia, proveniente del Huila, cuando tenía apenas 3 años. A los 12, partió hacia Bogotá, donde estudió el bachillerato en La República de los Muchachos, un espacio de formación que impulsó el padre Javier de Nicoló, el recordado sacerdote salesiano benefactor de jóvenes vulnerables, en una finca del occidente de la capital. Como estudiante, viajó a Cali para participar en un programa educativo dirigido a muchachos de la calle, una experiencia que aún recuerda y que le despertó la vocación de educador que hasta ese momento desconocía. Estudió contabilidad y electrónica en el Servicio Nacional de Aprendizaje (Sena), fue auxiliar de presupuesto en la Secretaría de Salud de Cundinamarca, se sumó a un emprendimiento familiar de alimentos e interpretó el saxofón en orquestas musicales. Intentaba encontrar su lugar en el mundo, dice.

En 1994, regresó a Belén de los Andaquíes a dirigir la Casa de la Cultura. Más tarde, en los años de fuertes confrontaciones armadas, trabajaba como promotor de la radio comunitaria. Se resistía a que la historia de la violencia sepultara la esencia y la diversidad de voces de un territorio rodeado de ríos y montañas, de riqueza social y natural, que se ahogaban entre el sonido de las armas.

En 2006, con un interés inagotable por el cine, le dio un nuevo impulso a ese objetivo con la creación de la Escuela Audiovisual Infantil. Niños y jóvenes llegaban atraídos por una cámara de video donada, la única que tenían entonces. “Sin historia no hay cámara”, les repetía a sus alumnos como una provocación para que rastrearan experiencias locales, en las calles, en la escuela, en la casa. Los relatos eran la materia prima en un laboratorio de narrativas audiovisuales que exploraba las estéticas locales: la interacción entre vecinos, la relación con el agua, los paisajes sonoros, la vida cotidiana. Las voces de niños y niñas acompañaban secuencias de dibujos e imágenes que convocaban como espectadores fieles a los habitantes del pueblo y que luego trascendieron a la pantalla pública.

Desde los inicios de la Escuela, la labor de González ha impactado la vida de decenas de estudiantes que aprendieron a ejecutar proyectos. Camila Zapata Soto, una de ellas, tenía 7 años cuando participó en la producción de su primera película. Ahora tiene 22 años y está por terminar la carrera de Licenciatura en Artes Visuales. “Me enseñaban cómo utilizar la cámara, cómo hacer una película, todo lo tecnológico. Este es un pueblo donde uno se forma en bachillerato y ya. La Escuela te muestra posibilidades profesionales”, destaca.

No solo a ella la enorgullece la Escuela Audiovisual Infantil. Los premios que han recibido ahora forman parte de la “egoteca local”, un banco de memoria visual que reúne el registro documental del municipio y del departamento del Caquetá. “La gente empezó a generar su propio relato, a reconocerse en su propio territorio. Como el pueblo empezó a cambiar su propia imagen, eso transformó su autoestima”, resalta González, desde Belén de los Andaquíes. Fue allí donde encontró el lugar que buscaba después de tanto andar: “Lo que me hace feliz es enseñar”.