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El senderismo se consolida como una herramienta para proteger los cerros y humedales de Bogotá

Organizaciones ambientales, turísticas y comunitarias realizan alianzas para incentivar la visita de ecosistemas que brindan servicios ecológicos fundamentales a la capital colombiana

Andrés Ortiz

Dicen que no se cuida lo que no se conoce. Cada vez más, los bogotanos se aventuran a conocer los ecosistemas que rodean su ciudad para protegerlos. Organizaciones ambientales, turísticas y comunitarias han forjado alianzas para motivar a los capitalinos a visitar sus cerros, páramos, bosques y humedales para fomentar el cuidado de esos ecosistemas, que sostienen la vida en la ciudad y le brindan a esta urbe de casi ocho millones de habitantes servicios ecológicos tan fundamentales como la provisión de agua o la limpieza del aire.

Baleny Torres, directora de RoadTrip Colombia, empresa especializada en turismo de naturaleza, asegura que la demanda de recorridos en la capital y sus inmediaciones ha crecido de forma constante. Aliada con guías locales y organizaciones comunitarias, la compañía pasea bogotanos por el páramo de Chingaza, en las montañas del oriente de Bogotá, y donde aprenden sobre los sistemas naturales de hidrología con los que el páramo abastece el agua; por el páramo de Guacheneque, donde nace el río Bogotá y se habla de su contaminación; o por las zonas rurales de localidades capitalinas como Ciudad Bolívar, Usme y Sumapaz, al sur y donde está ubicado el páramo más grande del mundo. Si bien Parques Nacionales Naturales de Colombia, la entidad estatal que gestiona las áreas protegidas en el país, no permite la entrada al páramo de Sumapaz por la falta de un Plan de Ordenamiento Ecoturístico, los paseantes pueden acceder a zonas de amortiguamiento y conocer de primera mano los procesos de conservación liderados por las comunidades locales.

RoadTrip también visita municipios cercanos a la capital como La Vega, a hora y media por carretera y con un clima más cálido por su menor altitud. Allí, se aliaron con Paraíso Andino, un proyecto familiar de turismo regenerativo que desde el 2008 ha transformado 25 hectáreas de potreros en bosque subandino. Germán Galindo, zootecnista y creador del proyecto, conoce bien la importancia y la riqueza biológica de un ecosistema que sirve de puente entre los de clima caliente de los valles interandinos, y los más fríos altoandinos y los páramos. Lamenta que “es muy poco lo que queda” del bosque subandino, que se encuentra entre los 1.000 y los 2.200 metros sobre el nivel del mar, una zona de alta densidad poblacional y actividad agropecuaria.

Allí, en una zona que muchos bogotanos usan para “veranear”, ofrecen recorridos por 10 kilómetros de senderos a través del bosque, además de alojamiento para quien quiera pasar la noche. Hablan de las 140 especies de aves y 17 de mamíferos que han registrado y conversan cómo ha sido el proceso de restauración, cuál es la importancia del ecosistema, qué problemas trae la deforestación y cómo la ciudadanía puede reforzar la protección de la naturaleza.

El objetivo, explica Galindo, no es solo restaurar áreas degradadas, sino generar conciencia ambiental. Asegura que lo han logrado: además de recibir cientos de visitas, al menos siete vecinos han solicitado su acompañamiento para iniciar procesos similares en sus predios. “La gente se va con otra manera de pensar y actuar hacia la naturaleza, y entiende que puede incidir incluso con pequeñas acciones”, dice. Su hijo Camilo afirma que el proyecto “ha sido un éxito para la conservación y para las personas”.

Germán recuerda que su familia ha estado históricamente vinculada a iniciativas ecológicas y que él mismo integró los primeros grupos ciudadanos que protegieron los humedales en Bogotá en los 1990, “cuando nadie hablaba de eso”. Para entonces, explica, ya había desaparecido casi el 99%. “Lo que queda es por ese trabajo”, enfatiza. Sigue pendiente de ellos, aunque ahora los maneja el Distrito.

Pero no está solo, pues organizaciones civiles como la Fundación de Humedales de Bogotá, que surgió en 2011, promueve su conservación con recorridos. Su fundador y director, Jorge Emmanuel Escobar, explica que estos ecosistemas ofrecen beneficios “casi innumerables”: concentran gran parte de la biodiversidad local, producen oxígeno, capturan dióxido de carbono, mejoran la calidad del aire y sirven de refugio para aves residentes y migratorias.

Para él, además, los humedales forman parte de la identidad bogotana: “Si para la costa la esencia son las playas y para Medellín las montañas, Bogotá siempre tuvo grandes lagos”, explica, y lamenta que “han sido destruidos en el último siglo”. Según su organización, la ciudad pasó de tener 50.000 hectáreas de lagos a principios del siglo XX a solo 727 actualmente. Por eso, celebra que en los últimos años se hayan consolidado como espacios de educación ambiental y turismo de naturaleza, con senderos, aulas ambientales y mayores medidas de seguridad para promover visitas. Colegios, universidades y diversas organizaciones los incluyen ahora en sus actividades.

Las caminatas, sostiene, son “sin duda” herramientas efectivas para la conservación, pero advierte que deben gestionarse responsablemente para evitar impactos negativos. Por eso, los Planes de Ordenamiento de Ecoturismo han establecido límites de carga, normas sobre ingreso de mascotas y regulación de actividades como los picnics. “Con un manejo adecuado, el senderismo se vuelve una herramienta poderosa porque genera pertenencia y aprendizaje”, dice. Así, añade, se fortalece también la presión ciudadana para exigir a las instituciones una mejor gestión ambiental e impulsar mayor inversión pública y privada que permita “sumar entre todos”.

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Sobre la firma

Andrés Ortiz
Periodista y colaborador de EL PAÍS en Colombia. Antes escribió para la sección de Última Hora. Trabajó en Colombia Visible, proyecto enfocado en periodismo de soluciones, y en La Silla Vacía. Estudió Ciencia Política y Lenguas y Cultura en la Universidad de Los Andes en Bogotá. Cursó el máster en Periodismo UAM–EL PAÍS.
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