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Lucha contra el narcotráfico
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La oposición colombiana: contra Petro, aunque les ponga junto a Trump

En plena campaña, varios candidatos expresan su respaldo a Trump, le piden que “salve a Colombia” y, quizá lo más grave, ninguno señala los asesinatos que Estados Unidos está cometiendo al atacar embarcaciones en el mar

Si hay un país que lo ha dado todo, incluso más de lo que se le ha pedido, en la lucha contra el narcotráfico, es Colombia. Una lucha concebida en Estados Unidos, y que nunca ha sido realmente una alianza ni una estrategia conjunta, como suele presentarse en el discurso oficial. Al contrario, ha sido una lucha asimétrica, enmarcada en una relación jerárquica: tú sigues mis condiciones, yo te apoyo financieramente; si no cumples, enfrentarás sanciones políticas o económicas. Por eso, que Estados Unidos reclame que Colombia no hace lo suficiente en materia de lucha contra el narcotráfico no es nada nuevo: es la naturaleza misma de la relación. ¿Entonces, qué hace que el actual momento de tensión entre ambos países sea especial?

De un lado, Trump conduce la política exterior como un bully: amenaza a otros países con represalias si no hacen lo que él quiere o si expresan algo que le molesta, en especial cuando los lideran figuras que no son de su agrado. Para el estadounidense, la política internacional es un juego de suma cero, en el que lo único que importa es ganar. Además, su gobierno refuerza la vieja narrativa de que América Latina ‘envenena’ a los estadounidenses o exporta criminales, con más espectáculo y un desprecio aún más abierto hacia las personas de nuestros países y hacia la región en su conjunto.

En ese marco, como parte de su presión a Venezuela, Estados Unidos ha atacado a por lo menos siete embarcaciones en el mar Caribe y una en el Pacífico, bajo la sospecha de traficar drogas. Para justificar los que ya son por lo menos 34 asesinatos, hasta ahora no han mostrado pruebas sino, en los mejores casos, etiquetas como “eran del Tren de Aragua”, “eran narcoterroristas de Venezuela” o “eran del ELN”. Trump incluso ha autorizado operaciones de la CIA en Venezuela y han dicho que contempla la posibilidad de realizar ataques terrestres.

Del otro lado, está Petro, a quien le queda menos de un año para terminar su mandato. Es un líder que, al igual que Trump, busca atención, provoca, es explosivo, disfruta la ovación internacional y quiere ser visto como ganador; pero que, a diferencia de él, tiene mucho menos poder. Es un mandatario que parece disfrutar más los discursos en la tarima o en X que el propio ejercicio de gobernar. Ha sido benevolente con el régimen venezolano, ha tenido escaso éxito con su improvisada estrategia de paz total y ahora impulsa una peligrosa Constituyente.

Pero a la vez es también quien ha denunciado las operaciones estadounidenses en el Caribe, en particular un ataque a una embarcación en la que viajaban colombianos y en la que afirma que “presumiblemente” estaba en aguas colombianas. Incluso acusó a Estados Unidos de asesinato y de violar la soberanía. Trump ha respondido con su arma favorita que es la amenaza de suspender ciertas ayudas y subir los aranceles a los productos colombianos. Con la ñapa de no solo afirmar (sin ninguna prueba, claro) que Petro es un líder del narcotráfico, sino de advertir que de no cerrar esos “campos de exterminio” (zonas donde se cultiva coca y se produce cocaína) Estados Unidos lo hará por él.

Y, por último, el ambiente electoral en Colombia. Este choque desató opiniones entre quienes están en la carrera electoral colombiana y se autodenominan oposición. Se puede y quizás debe exigir pragmatismo (por ejemplo, porque EE UU es nuestro principal socio comercial), pero lo que venimos presenciando va más allá: políticos que, por video o por carta, expresan su respaldo a Trump, le piden que no abandone a Colombia y que “salve” al país, que siga trabajando con ellos y que los considere aliados. En su desesperación por distanciarse de Petro parecen no medir el alcance de lo que proyectan: un mandato, si ganan, atado a Trump. Quizá lo más grave, y también lo más revelador, es que ninguno de esos mensajes señala los asesinatos que Estados Unidos está cometiendo al atacar estas embarcaciones. Es un silencio que contrasta con la facilidad con que se entregan para buscar la bendición de Trump.

Vicky Dávila envía a Trump un video público. En él, le pide que no deje solos a los colombianos, promete que Estados Unidos ayudará a sacar un nuevo Plan Colombia y que habrá más cooperación militar. Mauricio Cárdenas, en otro video (en inglés), le dice a Trump que está de acuerdo con él en que Petro es un desastre, que lo van a sacar del poder y que cuando llegue a la presidencia trabajarán juntos para recuperar la seguridad (“we want to work with you”). El exministro también le envía una carta (también en inglés), firmada con David Luna, en la que le piden por favor que no responda a las provocaciones de Petro y que confían en su apoyo al pueblo colombiano en defensa de la libertad y la seguridad en todo el hemisferio. Y Juan Carlos Pinzón cuenta que sostuvo varias reuniones en Washington, que allá hay muchos “amigos de Colombia”, que cuando llegue a la presidencia va a tener mucho apoyo de EE UU y que Colombia tiene mucho que aprovechar de esa relación.

Están en campaña, es entendible. Pero que no mencionen ni una sola preocupación por las actuaciones de Trump, no es solo incomprensible: es inadmisible. Más aún cuando, aparentemente, basta con que Trump pronuncie palabras mágicas como “Tren de Aragua” y “narcotraficantes” para tener carta blanca en nuestra región. Resulta irónico que los candidatos invoquen a Trump, la libertad y a la democracia en la misma frase, cuando vemos que en su propio país son palabras que no encajan. Enternecedor, incluso, verlos competir por quién será el más fiel a Trump, como si eso les garantizara un trato preferencial. Por supuesto que no lo tendrán. Serán tratados si acaso un poco mejor que Petro, aunque digan sí a todo y supliquen por su ayuda. Y, sobre todo, es vergonzoso que ninguno se pregunte quiénes son las personas que Estados Unidos está asesinando en esos ataques o por qué estamos permitiendo que ocurran. Es que, incluso si en algún caso existieran pruebas de que estas personas y embarcaciones estaban relacionadas con el tráfico de drogas, la lucha contra el narcotráfico no puede resolverse con asesinatos disfrazados de justicia.

Ojalá se den cuenta en lo que se están metiendo. Sé que es mucho pedir que no perpetúen la “guerra contra las drogas” en un país que ha abrazado esta lucha y la ha hecho propia. Pero lo que no debería ser demasiado pedir es que exijan una rendición de cuentas a EE UU por sus acciones, alguna prueba de sus acusaciones, y que prime la protección de los ciudadanos del país que esperan gobernar. Porque pareciera que todo eso queda sacrificado para agradar a Trump y asegurarse de que no corte la ayuda.

Por supuesto, no es fácil: somos el lado débil de esta relación. Pero aun así (o quizás precisamente para revertirlo) se debería actuar con un mínimo de estrategia y dignidad. Solo un poco. Y cuando lleguen a la presidencia, si Trump sigue atacando barcos o se meta en los “campos de extermino” en Colombia, espero que al menos haya una defensa real del país, sus ciudadanos y de la democracia. Porque Trump seguirá siendo Trump, con o sin Petro en la Casa de Nariño.

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