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Daniel García-Peña, un embajador estoico al frente de la borrasca entre Colombia y Estados Unidos

La experiencia del diplomático en resolución de conflictos impulsa la diplomacia en las horas más difíciles para los vínculos bilaterales entre los dos países

Camilo Sánchez

Daniel García-Peña parece un islote de cordura en pleno huracán político. Aunque lleva poco más de un año como embajador de Colombia en Estados Unidos, su trabajo al frente de una de las crisis más profundas en la relación bilateral parece eterno. Mientras el también historiador y diplomático actúa con recato, midiendo cada palabra, su jefe, el presidente Gustavo Petro, salta en casi todos los charcos geopolíticos, como si intentara borrar de un plumazo los lazos con el mayor socio comercial del país. “No volveré a ver al Pato Donald por ahora”, o “A mí no me amenace y aquí lo espero”, son solo dos ejemplos recientes del tono que el mandatario de izquierdas ha mantenido para dirigirse a Donald Trump.

La situación es tan peliaguda, e inédita, que la ministra de Exteriores, Rosa Villavicencio, renunció a su visa diplomática tras la decisión del Gobierno de Trump de revocarle el permiso de entrada al país norteamericano al presidente Petro. Todo por sus arengas en una manifestación callejera a favor de Palestina en Nueva York. Acto seguido, otros miembros del Gabinete, como los jefes de las carteras de Hacienda y de Minas, secundaron la medida contra una actitud que han tildado como una “agresión” de Washington. Ese es el terreno sobre el cual el embajador García Peña ha tenido que driblar obstáculos y preservar un tono cordial con el gigante del norte.

A sus 68 años, Daniel García-Peña tiene un remoto aire monacal. Dicen quienes lo conocen que sus estudios de pregrado en Historia en el Belmont Abbey College (Carolina del Norte) son clave para comprender a un funcionario que despacha con solvencia los códigos del inglés diplomático. “Está haciendo uso de todos sus activos personales y profesionales en uno de los puntos más críticos para la Cancillería. Yo no había visto en ningún lugar del mundo que una canciller renunciara a su visa, y por eso nuestro embajador juega un papel muy importante para mantener la serenidad y las vías para tramitar conflictos con un aliado estratégico”, recuerda Pilar Gaitán, consultora en relaciones internacionales y amiga de García-Peña.

Washington es hoy una zona de operaciones dominada por los sectores más conservadores del Partido Republicano. Para García-Peña, un curtido militante en diversas facciones de la izquierda colombiana desde los noventa, moverse por los pasillos del poder ha resultado un trabajo de paciencia: “A pesar de que es una voz sensata, sigue siendo el representante de un Gobierno muy resistido en Estados Unidos. Por eso, desde que llegó Trump al poder, solo ha logrado reunirse con mandos medios de la institucionalidad americana”, argumenta la experta en relaciones internacionales Sandra Borda, usualmente crítica del Gobierno.

Al retrato del embajador añade las fricciones al interior del Ministerio de Exteriores colombiano. Todo parece indicar que el perfil pragmático de García-Peña ha chocado con el tono activista de algunos funcionarios en el Palacio de San Carlos, sede de la Cancillería en Bogotá: “Se quedó muy solo [García Peña]. Tanto la canciller como su vice son militantes furibundos de la causa de Petro y en ese sentido Daniel carece de interlocutores sólidos para enfriar el tono de las declaraciones presidenciales y seguir con su plan de reducción de daños”, precisa Borda.

La misión en Estados Unidos se suma al currículo de un académico y funcionario público ya curtido en arduas mesas de negociación con las guerrillas. Cuenta, además, con la ventaja de tener un equipo en Washington que lo apoya en su convicción de que esta es una carrera de fondo. Es decir, que las relaciones con la Casa Blanca trascienden el horizonte de un solo Gobierno. “Estoy pensando en el interés del país (...)”, respondió con firmeza en una entrevista publicada el fin de semana pasado en El Tiempo, tras ser consultado sobre la polémica visita de los alcaldes de Cali y Medellín a Estados Unidos para abogar contra la anunciada descertificación en la lucha antinarcóticos.

La relevancia de su papel ante la Casa Blanca, sin embargo, no se ha atascado con el limitado interés oficial estadounidense. Pilar Gaitán cuenta que, por el contrario, su agenda se ha centrado en afinar el diálogo bilateral con la academia, los centros de pensamiento, las organizaciones no gubernamentales y la esfera privada: “A los Estados Unidos les interesa mucho la cooperación judicial y militar y de inteligencia para avanzar con temas de extradición. Los logros, como el hecho de que la descertificación antidroga no haya tenido sanciones, deben ser mirados desde la perspectiva de una relación que no es ni normal ni fluida”.

Por lo demás, el embajador también logra cierto consenso entre las voces críticas a Petro. La directora de la Cámara Colombo Americana, María Claudia Lacouture, mantiene que ha cumplido con decoro en tiempos difíciles: “Bajo su liderazgo, hemos trabajado de la mano para abrir espacios en el Congreso y ante distintas agencias. Su conocimiento del funcionamiento institucional estadounidense y de las dinámicas políticas ha sido clave para impulsar las negociaciones comerciales en coyunturas complejas”.

Una tradición familiar de diplomáticos

Y Fernando Cepeda, analista político y quien fuera embajador ante las Naciones Unidas, Canadá y el Reino Unido, aquilata: “Forma parte de una tradición familiar. Su papá fue cónsul en Miami y, junto a su primo, el excanciller Rodrigo Pardo García-Peña, han entendido el servicio público como un ejercicio de prudencia y de conocimiento y estudio de la historia. Por ello, tal vez, lo habría hecho igual de bien con Duque o con Santos”. No obstante, la sucesión de noticias negativas como las deportaciones de ciudadanos colombianos irregulares en aviones militares, la incertidumbre por la imposición de nuevos aranceles, o la revocación de visados a miembros del Gobierno, dan pie al veterano politólogo para dejar claro: “No quisiera estar en este momento en sus pantalones”.

Cepeda subraya que, a la fecha, los Estados Unidos ni siquiera han nombrado a un embajador en propiedad en Colombia. John Mcnamara cumple desde febrero como encargado de negocios de la legación. “A diez meses del fin del cuatrienio Petro, creo que tendrá que sobrevivir”, alerta Sandra Borda. “La estrategia del presidente de buscar más discordia con Washington se va a intensificar y a Daniel solo le queda resistir con cabeza fría entre la vertiente de los groupies del Gobierno, como Víctor Correa Lugo, asesor en temas internacionales, o Mauricio Jaramillo Jassir, el vicecanciller”.

De hecho, casi nadie se atreve a vaticinar si llegará hasta agosto del próximo año. Mucho antes de que Petro lo llamara para ocupar el puesto de vicecanciller en abril de 2024, a ojos de la opinión pública su relación con el líder del Pacto Histórico estaba rota. En 2012, cuando el hoy presidente fungía como alcalde de Bogotá, García-Peña renunció a su cargo de director de Relaciones Internacionales del Distrito tras el despido fulminante de María Valencia, su esposa, de la Secretaría de Hábitat. Como la decisión se filtró a la prensa antes de que ella fuera informada de manera oficial, el también excónsul en París dio un paso al costado.

En aquella ocasión dejó de lado el uniforme de agente conciliador y de académico estoico. Y con ímpetu le dirigió a su jefe y correligionario de izquierdas una carta pública que aún resuena como un acto, a partes iguales, de autonomía y compromiso con unos criterios que lo han acompañado hasta Washington: “Espero que seas capaz de utilizar tu inteligencia para reflexionar sobre las consecuencias del uso del poder y que acudas a tu valentía para reconocer errores y tomar los correctivos correspondientes, por el bien tuyo y del proyecto progresista”.

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Sobre la firma

Camilo Sánchez
Es periodista especializado en economía en la oficina de EL PAÍS en Bogotá.
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