Ir al contenido
_
_
_
_
Gustavo Petro
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El teflón de Petro resiste la campaña de odio de la derecha

La apelación permanente a la descalificación del presidente de Colombia no ha encontrado eco en una sociedad cada vez más madura

Alocución presidencial de Gustavo Petro, el 4 de agosto de 2025.

Después de tres años de desgaste en el poder, el presidente Gustavo Petro aún tiene teflón suficiente para resistir los embates de la derecha. A 10 meses de las elecciones presidenciales de 2026, el nuevo escenario político muestra que la orden de detención domiciliaria del expresidente ultraconservador Álvaro Uribe Vélez y el atentado al senador y precandidato presidencial Miguel Uribe al senador y precandidato presidencial Miguel Uribe se convirtieron en un parteaguas de la política colombiana. Se ha radicalizado a la extrema derecha en su lucha por el regreso al poder e intento por derrotar el proyecto político de cambio que lidera Petro.

El eje de la oposición, sin embargo, no son las ideas, sino una narrativa de descalificaciones personales y cotorreo contra la vida privada del presidente, estereotipos trasnochados de la izquierda, odio al adversario y promesas de revancha contra el petrismo si ganaran las elecciones de 2026. La apelación permanente a la descalificación del presidente Petro, al que dibujan como un enfermo siquiátrico, con perversiones y adicciones, atentando contra su privacidad, no ha encontrado eco en una sociedad cada vez más madura, que distingue entre el odio y la verdad, y, finalmente, podría castigar a la derecha en las urnas.

Basta mirar al excanciller Álvaro Leyva, cuya cruzada golpista terminó en un pozo séptico de arrepentimientos en la Comisión de Acusaciones del Congreso. “No tengo pruebas”, dijo el exministro cuando se le preguntó si tenía cómo sustentar sus graves acusaciones sobre el presunto consumo de alucinógenos del presidente.

Sus tres cartas abiertas contra el primer mandatario, que generaron furor en los medios, aplausos en la extrema derecha, y hasta trinos de los poderosos senadores ultraconservadores de Miami, terminaron en la basura de la historia. Leyva pasó de hablar como inquisidor, a ser retratado como fracasado conspirador y viejito gagá, lleno de odios personales, ante el colapso de sus negocios familiares, como denunció el jefe de Estado, con el contrato de los pasaportes. Nada más.

El país ha decidido no creer en los bulos políticos de los conspiradores. Leyva ya es pasado. Así lo demuestran las encuestas. La última de Invamer, por ejemplo, muestra que el presidente creció, en medio de la tormenta que intentó generar la candidata de extrema derecha Vicky Dávila, quien reveló unos supuestos chats privados de Nicolás Petro con su exesposa, en tiempos de la pasada campaña electoral.

Petro tiene hoy una aprobación del 37%. Lleva cinco meses creciendo en los estudios de opinión. El teflón petrista no cede. En agosto de 2021, un año antes de entregar el cargo, Iván Duque tenía una aceptación del 29%, según la misma encuestadora. Petro ha sufrido el estallido de la política del odio de sus adversarios, Duque vivió el estallido social por sus erradas políticas sociales. Petro resiste y lucha para entregarle el poder a uno de los suyos; Duque, terminó allanando el camino para elegir a Petro.

Las cifras de Invamer ratifican, además, que la derecha ha cruzado sin liderazgo y sin imaginación el desierto de la falta de poder. No tienen un candidato fuerte que aglutine, inspire y genere pasión en el electorado. De hecho, en la contienda electoral hay casi 100 precandidatos, la mayoría gente invisible que solo pretende ranquearse para aspirar a otros cargos. Esa enorme confusión de nombres y apellidos, solo ha contribuido a demostrar la enorme fragilidad del sistema político, en el que los partidos dejaron de importar, es imposible hacer acuerdos políticos, y el electorado está confundido y a merced del márquetin.

Hasta el atentado a Miguel Uribe, la derecha no tenía un icono popular para convocar a sus bases. La entrada de la Fundación Santa Fe se convirtió en altar de peregrinación para despertar el fervor en la masa opositora. Vicky Dávila, transformó ese sitio, en los primeros días después del atentado, en tribuna para expresar su odio a Petro y responsabilizarlo por ese crimen. Una verdadera torpeza.

Esa narrativa se diluyó muy rápido. No pegó en los colombianos, que vieron como la Policía, los servicios de inteligencia y la Fiscalía, identificaron de manera rápida a los culpables, la mayoría ya capturados. El país sabe hoy que las disidencias de las FARC ordenaron ese atroz atentado.

Con el paso de los días la consigna de ese sector mutó de “Fuerza Miguel”, a la libertad de Uribe, condenado a 12 años de prisión y detenido por orden judicial tras un juicio público por soborno de testigos y fraude procesal. Esa es hoy la bandera del uribismo. La izaron en las marchas organizadas el pasado 7 de agosto, en las que ratificaron su desprecio por las decisiones judiciales. Es la máxima expresión de la polarización que mientras miles de enajenados militantes de ese sector exijan la libertad de su líder encarcelado, millones más exijan que se cumpla la sentencia de la valiente jueza Sandra Heredia.

La polarización política, el odio, el desprecio por el adversario muestran que la campaña política de 2026 será la más reñida y llena de ataques personales de los últimos años. La derecha no tiene candidatos, sino mártires: un Uribe, detenido; otro Uribe, luchando por la vida. Pero no hay propuestas diferentes a sus eslóganes efectistas, que no les alcanzan para lograr la victoria. El centro político tampoco existe. La polarización los tiene sin oxígeno.

En la izquierda, a su vez, tampoco se ve con claridad quién podría ser un candidato ganador, aunque el presidente trabaja para garantizar la continuidad de su proyecto político. En su última alocución mostró cifras relevantes de gestión, y, además, tiene 556 billones de pesos del presupuesto para invertir en las regiones, unas fuerzas militares leales y con la moral en alto y unas bases populares en campaña permanente. Su narrativa es sencilla: el cambio avanza y está cumpliendo sus promesas.

Si Uribe se presenta como mártir de la justicia, Petro se promociona como víctima de las conspiraciones de la derecha que buscan invisibilizarlo y hasta eliminarlo físicamente. Lo del atentado contra su vida no es ficción.

Petro es un animal político, un comunicador de alta talla en campaña permanente, que actúa como el mayor influenciador de las redes sociales y no ataca en todos los espacios a la derecha. Su teflón se mantiene, a pesar de los ataques personales de la oposición, los casos de corrupción que involucraron a gente muy cercana, y los errores de su gabinete, que ha recambiado en varias ocasiones.

La derecha no ha entendido que el camino equivocado es insistir en demonizar a la persona. Atacar la vida privada del presidente no les da votos. Y a Petro lo posicionan muchos de los indicadores de gestión que resisten el examen público. Ha mantenido la inflación y el desempleo a la baja. Disminuyó los indicadores de desnutrición infantil y entregó más de medio millón de hectáreas de tierra a los campesinos. El listado es largo. Pero mientras la oposición insiste en que está loco y drogado, Petro ya tiene asegurado un candidato en la segunda vuelta.

Petro es el gran elector de 2026, mientras Uribe, desde su hacienda por cárcel, trata de hacer el milagro de conseguir un candidato de derecha que, al igual que con Santos en 2010 o Duque en 2018, lo ratifique no solo como el señor de la guerra, sino como el señor de los votos. La política en Colombia cambió con Petro. Y en 2026 se verá qué tanto. El teflón de Petro resiste, por ahora, hasta los tres huevitos encarcelados de Uribe. En conclusión: el inquilino de la Casa de Nariño sigue ganándoles la partida a quienes promueven narrativas de odio desde la derecha.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_