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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Volver al Tú: el vínculo en tiempos de soledad

Las tecnologías que prometían conexión han terminado acentuando el aislamiento. En lugar de vínculos, hemos creado redes. En lugar de compañía, seguidores.

Couple ripping speech bubble

¿Qué está ocurriendo con nuestros vínculos? ¿Por qué, a pesar de estar cada vez más conectados, nos sentimos más solos? ¿Por qué se nos está volviendo difícil sostener una conversación sin mirar el celular, compartir una comida sin consultar notificaciones o, incluso, hacer silencio juntos sin sentir incomodidad? ¿Y qué consecuencias trae el hecho de delegar el consuelo, la compañía o el consejo a inteligencias artificiales que no nos interpelan desde la experiencia humana?

Estas preguntas resuenan con fuerza tras conocerse el reciente informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS), que advierte sobre la soledad como una amenaza global para la salud pública. Una de cada cuatro personas en el mundo la experimenta de forma persistente. No se trata ya de un sentimiento pasajero, sino de un síntoma estructural. El New York Times habla de un “bucle fatal de soledad”, donde las tecnologías que prometían conexión han terminado acentuando el aislamiento. En lugar de vínculos, hemos creado redes. En lugar de compañía, seguidores.

Frente a esta realidad, no basta con lamentar el vacío. Necesitamos reaprender a encontrarnos. Desarrollar el hábito del encuentro implica volver a preguntarnos qué significa vincularse. Y, sobre todo, cómo desarrollar el vínculo como un acto cotidiano, profundo y transformador.

Para ello, quisiera invitarles a una meditación desde el pensamiento del filósofo Martin Buber, un hombre que escribió sobre el alma en tiempos de guerra y exilio, y que dedicó su vida a explorar la naturaleza del encuentro humano. En su obra Yo y Tú, escrita hace más de un siglo, pero hoy más vigente que nunca, Buber distingue entre dos formas fundamentales de relación: la que establece el Yo con un Ello, y la que establece el Yo con un Tú.

En la primera, el otro es una cosa: algo que observo, uso, evalúo, consumo. Hoy en día, en la lógica de los algoritmos y los perfiles, se trata de contactos, seguidores, de ese otro que está cerca y muy lejos a la vez. En la segunda, el otro es presencia viva: alguien irreductible a una función, alguien que me transforma en el acto mismo de encontrarlo, alguien que siento, que me toca. En palabras de Buber: “Toda vida verdadera es encuentro”.

Hoy vivimos atrapados en la lógica del Ello. Hablamos con íconos, medimos amistades por reacciones, mostramos lo que somos con filtros. Pero en el fondo, anhelamos el Tú: la mirada que no juzga, la escucha que no interrumpe, el abrazo que no se cuantifica. Ese lugar donde dejamos de ser producto y volvemos a ser presencia.

El síntoma de esta época no es solo la soledad —ese estado emocional que todos, en algún momento, hemos sentido—, sino algo más profundo: la desconexión con el otro real, con ese que nos falta y cuya ausencia nos desorienta. La soledad se instala cuando el lazo no se tensa, cuando no hay nadie que nos interpele, cuando los mensajes llegan pero no resuenan, cuando no se logra conversar porque no hay escucha.

Buber lo dice con claridad: el Yo no existe en aislamiento, solo se realiza cuando puede decir Tú. El Tú no es un rol, no es un espejo, no es un objeto. Es una presencia que me obliga a salir de mí, que me revela, que me transforma. Por eso, cuando decimos “te veo”, no estamos hablando solo con los ojos, sino con el ser entero.

En un mundo donde todo tiende a reducirse —a medir, a clasificar—, el Tú resiste. Es la dimensión que no se deja capturar por la utilidad.

Y es allí donde, tal vez, pueda emerger la medicina frente al malestar contemporáneo: en la práctica sencilla, casi olvidada, de volver al encuentro, de habitar la presencia, de sostener la mirada sin distraernos.

Por eso, quisiera proponer tres ejercicios de vínculo cotidiano, tan elementales como poderosos:

•⁠ ⁠Llamar en vez de reaccionar. En lugar de responder con un emoji o un “like”, ¿por qué no hacer una llamada corta, aunque sea de tres minutos? Escuchar la voz del otro, sin filtros ni edición, permite reconectar con lo que no se ve: el tono, la pausa, el suspiro.

•⁠ ⁠Agendar una conversación sin pantallas. Invitar a un amigo o amiga a conversar cara a cara, sin celulares en la mesa. Puede ser un café, una caminata o simplemente sentarse en un parque. Recordar que mirar al otro es un acto de confianza y de presencia.

•⁠ ⁠Crear espacios de encuentro. Organizar una noche de historias, una ronda de preguntas entre amigos, una cena compartida donde cada quien lleve algo. Recuperar lo espontáneo, lo pequeño, lo compartido. Mostrar que el vínculo se cultiva en la intemperie del mundo real.

Tal vez, al final, no estemos tan solos como desconectados. Y quizás lo que necesitamos no es más conexión, sino más encuentro. En tiempos de vínculos debilitados, las pequeñas acciones pueden ser gestos poderosos de pedagogía del encuentro.

Y tal vez filosofar, hoy, consista en volver a decir Tú, en recuperar el arte de los encuentros, en tejer de nuevo esa red invisible que no es digital, sino profundamente humana. Porque vivir, como nos recuerda Buber, solo se logra de verdad cuando nos encontramos.

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