Ir al contenido
_
_
_
_

Petro reina en el caos

El presidente de Colombia gestiona al mismo tiempo dimisiones, escándalos de corrupción, una polémica consulta popular y hasta un complot para derrocarlo

Gustavo Petro habla en Bogotá, Colombia, el 6 de junio de 2025.
Juan Diego Quesada

Los ministros y asesores de Gustavo Petro se han compartido entre ellos la táctica que debe usarse al pasar el umbral de su despacho. Se trata de saludar al presidente de una manera afectuosa, escuchar su respuesta y, de inmediato, plantearle preguntas muy concretas, preferentemente que puedan contestarse con un sí o un no. De lo contrario, las órdenes pueden no resultar claras. Petro puede levantarse cáustico, pero también expansivo. En el segundo de los casos aturde a los que le rodean. “Al presidente hay que interpretarlo”, dice alguien que trabaja en la Casa de Nariño, la residencia presidencial.

Desde que entró por la puerta ha tratado de impulsar un acuerdo nacional, una Constituyente, una consulta para aprobar algunas de sus reformas y una paz “total” con los grupos armados de la que ya no queda rastro. Han desfilado 58 ministros, de los cuales algunos solo han durado unos meses. Casi todos se han pasado de estar a su lado a criticarle. Su mano derecha era Laura Sarabia y ahora lo es el que fuera su máximo enemigo, Armando Benedetti. Solo esta semana se ha sabido que Álvaro Leyva, su primer canciller y alguien que le susurraba al oído que cambiara la Constitución y se reeligiera, complotaba para derrocarlo. Y que alguien al que colocó en uno de los puestos más importante, Carlos Ramón González, se ha fugado antes de que un tribunal ordenara su detención por corrupción. Petro reina en el caos.

Hace unos días dijo que será feliz cuando se vaya en 2026 de Casa de Nariño, un edificio que le parece presuntuoso por su neoclasicismo, lleno de fantasmas. Su relación con su vicepresidenta es inexistente desde que piensa que ha estado al lado de Leyva en los planes por derrocarle, aunque ella se lo haya negado y él no tenga ninguna evidencia de que es así. El jueves, Sarabia presentó su renuncia después de que la desautorizara en un lío que hay con la emisión de pasaportes, que amenaza con colapsar en septiembre. Era ella sus manos y sus ojos durante los primeros dos años de Gobierno, a pesar de que tenía 29 años. Un día descubrió “algo” que no le gustó y primero la nombró como canciller y más tarde exhibió sus fallos en público, una invitación a que se fuera por su propio pie. No tuvo ninguna piedad a la hora de despedirse de ella en redes sociales: “Hay que poner el corazón en los más pobres, en lo justo, nunca dejarse conquistar por la codicia. La codicia es la enemiga de la revolución y de la vida. Espero que hoy Laura sea una mejor mujer de la que era cuando me conoció. Buen viento y buena mar”.

En privado, asegura sentirse solo. Incomprendido, atacado por todos los frentes. Los que le rodean no son suficientemente revolucionarios, no se han jugado la vida como guerrilleros, ni han estado en prisión ni han sido perseguidos por el paramilitarismo. Se queja de decenas de nombramientos que ha hecho él mismo. Y ahora ha caído en la cuenta de que Sarabia, su mano derecha durante mucho tiempo, lo aislaba y lo metía en una burbuja, como venía advirtiéndole su entorno. “Los peores enemigos hemos sido nosotros mismos. Usted los nombra y no han dado resultados. Hágase cargo”, añade un colaborador muy estrecho. Uno de los ministros más importantes que ha tenido, ahora fuera de la administración, analiza así el Gobierno: “El cambio de Petro no va a ser un puente ni una carretera. Es lo que ha traído, un cambio de formas, de estilo, de que puede gobernar gente distinta a las élites. Y ese no es un legado menor”.

Lo dibujan como un idealista, pero eso es no ver todo el cuadro completo. Visto que no salieron bien las cosas con los tecnócratas, políticos de centro que incluyó en su primer Gabinete, ni con nombres salidos del petrismo clásico, ahora ha dejado la fontanería del Gobierno en manos del cuestionado Armando Benedetti, exsantista y uribista que ha protagonizado algunos escándalos, y de Alfredo Saade, líder cristiano con historia en partidos de derecha. Confía en que le ayuden a sacar adelante temas que necesitan de quorum político —son hábiles negociadores en el submundo del Congreso— y logren pactar con diferentes corrientes para que alguien de su cuerda le suceda. Benedetti, además, ha conseguido aprobar la reforma laboral, un proyecto que dignifica las condiciones de los trabajadores.

En paralelo, impulsa una votación simbólica para una Asamblea Constituyente para que sea la ciudadanía, según su visión, la que defienda sus principales reformas, como la de la salud, y otros planes de Gobierno. La aventura genera muchas resistencias en amplios sectores, no necesariamente solo desde la oposición. Lo interpretan como una manera de saltarse la potestad del Congreso y salirse con la suya mediante un referéndum en la que llevaría las de ganar al poder usar la maquinaria estatal.

“Es increíble que todavía no se haya rendido. Que se levante todas las mañanas y haga frente a todas estas batallas a la vez, escándalos, problemas, corrupción. Ni Pedro Sánchez”, añade un asesor externo, importante en su elección. Esta persona piensa que Petro sufre una disociación por el momento histórico que le ha tocado vivir (o que más bien ha detonado). Una descarga de adrenalina diaria cuya semana equivale a un mes en otro Gobierno.

Lo dan por finiquitado, creen que se trata de un lame duck [pato cojo, como se designa coloquialmente en Estados Unidos a los cargos electos que están cerca de abandonar su puesto] al que le va a sobrar un año de Gobierno. Así le ocurrió a Iván Duque, su antecesor, que se dedicó el último año a gestionar una revuelta popular. Acabó encerrado en el Palacio, rezando en una capilla. Sin embargo, hay analistas que consideran que el que viene será un año turbulento porque no va a dejar las cosas como están. Incluso que podría, con el 29% que le otorga de popularidad la encuesta Invamer, decidir quién va a ser su sucesor, sin importar que venga de la izquierda o el centro. Su obsesión es que no lo haga Vicky Dávila, exdirectora de la revista Semana y ahora precandidata presidencial de la derecha, una de las mejores posicionadas en las encuestas. En cualquier caso le quedan 13 meses antes de salir por la puerta; 13 meses de un país sumergido en las aguas profundas del desconcierto.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Juan Diego Quesada
Es el corresponsal de Colombia, Venezuela y la región andina. Fue miembro fundador de EL PAÍS América en 2013, en la sede de México. Después pasó por la sección de Internacional, donde fue enviado especial a Irak, Filipinas y los Balcanes. Más tarde escribió reportajes en Madrid, ciudad desde la que cubrió la pandemia de covid-19.
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_