Natalia Castillo, lingüista: “En Chile es muy frecuente pensar que hablamos mal, pero es un mito”
La autora del ‘Léxico básico del español de Chile’ fue electa en julio miembro de número de la Academia Chilena de la Lengua y coordina el primer ‘Diccionario fraseológico panhispánico’

“En la casa siempre hubo diccionarios, y a mí me interesaban mucho las palabras. Recuerdo haber tenido unos nueve años y haber preguntado por qué la silla se llama silla, por ejemplo, y por qué no se llama mesa. Y mi papá [Gabriel Castillo, premio Nacional de Educación 1997] me dijo: ‘Los que estudian eso son los lingüistas. Quizás te gustaría estudiar lingüística’”.
Dicho y hecho en el caso de Natalia Castillo Fadic (Santiago), aunque varios años después.
Doctora en Filología Hispánica, la académica de la Facultad de Letras de la Universidad Católica de Chile es una figura sobresaliente de la lexicografía (el estudio y la elaboración de los diccionarios), como dejan en evidencia su contribución al Diccionario de uso del español de Chile y al Diccionario de americanismos, así como la autoría individual del Léxico básico del español de Chile (Liberalia, 2021), que contiene los 4.831 vocablos de mayor uso.
Estos y otros logros fueron reconocidos el 7 de julio, cuando la eligieron miembro de número de la Academia Chilena de la Lengua, la misma entidad que impulsó una iniciativa inédita que hoy Castillo coordina: el Diccionario fraseológico panhispánico. Se trata de una obra-espejo del Diccionario de la lengua española (DLE, antes conocido como el diccionario de la RAE y que hoy elabora la Asociación de Academias de la Lengua Española, Asale), que reunirá estructuras de más de una palabra que, en términos de significado, pueden funcionar como si fuesen una sola (ahí podrían estar el año de la cocoa o morir en la rueda, aunque la coordinadora no anticipa cuáles sí ni cuáles no).
Porque los diccionarios tienen, para la académica, una función ética (“tienen valor de verdad”) y una función social “de la que uno no puede desentenderse”. No por nada, un diccionario “tiene mucha calle”:
“Me encanta la lingüística, pero me gusta que haya impacto social, por lo que la idea de estar en una torre de marfil haciendo estudios inaplicables no me generaba esta sensación de estar siendo útil a la sociedad, y el diccionario sí me la genera”.
Pregunta. A su juicio, ¿qué es lo más valioso o útil del Diccionario fraseológico panhispánico?
Respuesta. Estamos en una situación muy diferente de la que teníamos hace 30 años, cuando no se habían masificado internet ni la TV por cable: si por entonces escuchabas hablar a una persona en una variedad dialectal diferente de la tuya, te llamaba mucho la atención y muchas veces no entendías. Recordemos series españolas que trataron de poner en TV abierta [de Chile] y que tuvieron que sacar, porque no se entendía lo que decían: no es que no se entendiera cómo pronunciaban, sino las palabras que usaban. Eso pasaba hace algunas décadas, pero hoy vemos programas hechos en diferentes lugares, o seguimos a streamers de España o Argentina con quienes podemos interactuar, y entendemos palabras y acentos de diferentes lugares. Hay más migración, además, y es más fácil viajar de un lugar a otro. Todo esto nos está llevando a una fuerte necesidad de conocer y comprender el léxico panhispánico.
P. ¿Cómo ve la posibilidad de que, al globalizarse ciertas expresiones, adquieran significados distintos de los que tenían originalmente?
R. Eso puede pasar, pero ha pasado siempre, como cuando en Chile se hablaba de los coños para referirse a los españoles: en España, claramente, no significaba eso. Bueno, eso es tomar una palabra de otra variedad dialectal y darle un significado diferente. Hoy, esa posibilidad disminuye porque es más cotidiana la convivencia con personas de otros lugares a través de las redes sociales.

P. ¿Qué razones hay para que el hablante chileno, por ejemplo, recurra tan seguido a expresiones como echar la foca [increpar airadamente] o hacer una vaca [reunir dinero para ayudar a alguien]?
R. Puede haber elementos que tengan una fuerza expresiva muy rica, y ahí sí puedo mantener algunos elementos locales. No siempre van a ser expresiones completamente informales, como las que mencionas, pero sí se pueden dar con muchísima frecuencia.
P. Usted ha contado que, mientras trabajaba en el Léxico básico del español de Chile, un ingeniero le preguntó para qué perdía el tiempo investigando, cuando es sabido que la palabra más usada por los chilenos es huevón y que apenas hablamos con 100 palabras. ¿Cómo se lleva con los mitos y creencias sobre el español de Chile?
R. Estamos llenos de mitos, pero la buena noticia -o la mala, según como se vea- es que no somos solo nosotros. En Chile es muy frecuente pensar que hablamos mal, pero este es un mito que también se da en otras partes. Y no es efectivo que hablemos con ese número tan reducido de palabras: solamente el léxico básico está en alrededor de 5.000, y luego tenemos las unidades léxicas que forman parte del léxico disponible, el que me sirve para hablar de temas específicos, y después puedo tener un montón de otras palabras o unidades fraseológicas que no son ni las más básicas ni las más disponibles, y que también están en uso.
P. ¿Por qué se da la percepción de que hablamos mal?
R. Ahí noto siempre una mirada un poco contradictoria. Muchas veces puedo considerar que algo está mal y es muy feo, pero puede que sí lo valore, aunque intelectualmente no sea consciente de que lo valoro. Por ejemplo, es muy frecuente decir que en Chile perdemos -nos comemos- la d entre vocales: estoy cansá, en lugar de cansada; voy a comprar un candao, en lugar de un candado. Entonces, puedo tener la percepción de que esa es una muy mala forma de hablar y puedo olvidar -o no saber- que en realidad lo tenemos desde el siglo XVI. Pero si tengo que hacer un discurso, a lo mejor voy a tener mucho cuidado en decir cansado y candado. Ahora, si me junto con alguien que conozco y nos ponemos a conversar, y esa persona es chilena y me dice candado o cansado, lo más probable es que me genere algún grado de distancia, o de desconfianza: ¿por qué habla así? ¿Será un poco siútico [con modos que imitan los de la clase alta]? ¿Estará ocultando algo? Empiezan a surgir una serie de pensamientos.
Y entonces, ¿realmente hablamos mal? ¿O es que entro en confianza más fácilmente con una persona que habla así? Ahí tengo una suerte de doble juego.
P. ¿Ud. habla de lo correcto en el lenguaje?
R. Me gusta mucho la mirada de Ambrosio Rabanales, gran lingüista y gramático chileno que veía la corrección desde el punto de vista de la adecuación: si esto es adecuado a esta situación, entonces es algo que debería poder usar. Si estoy en una fiesta de cumpleaños y alguien me dice, “¿cachái a ese fulano [conoces a esa persona]?”, no hay ningún problema. Pero si estoy haciendo una clase y le digo a un alumno, “¿me cachái [me entiendes]?, sería conflictivo o problemático. Entonces, el problema no está en el uso de la palabra cachar o en el voseo morfológico -cachái, caminái-, sino en cuándo, dónde y con quién los uso.
P. ¿Y cómo se distingue eso de la marca sociolingüística: de que alguien diga tenimos en lugar de tenemos? ¿Es pertinente acá hablar de corrección?
R. No es lo mismo. En el caso de de caminái, sabís, cachái, yo me adapto a una situación, pero en el caso que me mencionas estamos hablando de diferencias entre grupos sociales. Y ahí, aunque yo pueda entender que hay una amplia diversidad de formas de hablar desde el punto de vista sociocultural -grupos sociales- y dialectal -regiones de origen, el lugar donde vivo, etc. -, tengo que saber también que estas formas van a tener un valor social distinto y que, por lo tanto, voy a ser más o menos aceptada si uso una forma o la otra. Si tengo, por ejemplo, un estudiante y quiero que se inserte en un ambiente profesional, sería importante enseñarle la variante más valorada en ese ámbito.
Ahora, un uso puede ser prestigioso en un lugar y no serlo en otro. Estoy pensando, por ejemplo, en la pronunciación fricativa de la ch -musho, mushasho-, que es muy común en Sevilla, pero que en Chile está estigmatizada socialmente.
P. [El sociolingüista español] Francisco Moreno Fernández dice que si uno está viendo televisión en España y ve que entrevistan gente por la calle, dirá, “ese es gallego, ese es de Andalucía, etc.”; que las referencias son siempre geográficas, pero que Chile “tal vez es de los países donde la valoración social se expresa más marcadamente”.
R. Totalmente. En Chile, la variación en términos dialectales, si bien existe, es menor, y sin embargo es importante la variación en términos sociolingüísticos. O sea, tú escuchas a una persona y no dices, “es de Puerto Montt”, o “es de Iquique”. Tú dices, “es de mi grupo social”, o “no es de mi grupo social”.
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