Los 10 lugares favoritos del alcalde de Ñuñoa: “Soy seco para comprar cachureos, en el buen sentido”
Sebastián Sichel repasa su infancia junto a su abuelo, el ‘Tata Willy’; las visitas al Estadio Nacional, y las fiestas en La Batuta, donde dice sentirse siempre joven


Parque Juan XXIII. Estamos recuperando el anfiteatro griego, donde se hacían musicales. De chico me instalaba a escuchar improvisaciones, las batallas de gallos porque me gusta mucho el hip hop y el rap. También me acuerdo de que paseaba con mi abuelo Guillermo, o el Tata Willy, por el parque. Él fue mi papá abuelo, me daba consejos. Me decía: “Yo soy tu papá, no tu papá biológico, pero soy tu papá y listo. ¿Qué te importa?”. Me enseñó que uno tenía que escoger a los amigos y la familia que le hicieran bien, no cargar con la mochila de aquellos que hacen mal. De él heredé esa vocación de organizar a la comunidad. Nunca fue político, pero siempre estaba organizando el barrio. Y cuando dejó de vivir en Ñuñoa y se fue a Quillota, al pueblo de La Cruz, armó el comité de pavimentación.
Estadio Nacional. Fui con mis abuelos cuando ganó Patricio Aylwin y –apuntando con el dedo– dijo: “Civiles y militares, Chile es uno solo”. Me acuerdo de esa idea que instaló, en tiempos que era fácil polarizar al país. Creo que el estadio tiene esa doble mezcla: reconocer la historia, que condena la violación de los derechos humanos, pero también tiene la capacidad de ser un lugar para celebrar la victoria de una selección del futbol. Es un sitio que también visitaba porque soy fanático de la U. Cuando era adolescente no tenía plata para entrar, pero descubrí que abrían las puertas en el minuto 15 del segundo tiempo para que la gente saliera. Entonces, me acostumbré a ver las teles de los señores que vendía sándwiches afuera del estadio, hasta que se abrían las puertas y podía entrar. Luego tuve más lucas (dinero), en los tiempos de la universidad, cuando empecé a trabajar. (Av. Grecia 2001).

El Peyo. Tiene esa identidad propia de Chile: plateada con puré picante y loes erizos de Chañaral, en el norte, que me encantan. Es un espacio público donde todos caben. Recuerdo que alguna vez tuve un programa de radio, entre las cosas freak que he hecho en mi vida antes de ser conocido, y lo celebramos ahí. Cuando era candidato presidencial también nos arrancábamos a comer con el equipo. (Lo Encalada 465).
Feria de Emilia Téllez. Es un mercado sobre esta calle donde venden verduras –e hinojo, que no hay en casi ningún sitio de Chile– y hay una pescadería increíble, la del Claudio, a quien conozco desde hace 25 años. Es chica, con una arquitectura especial, con un techo de fierro verde muy bonito. Yo compro ahí para cocinar, ya que en mi casa cocino de lunes a domingo. Lo hago en las noches. Eso me relaja y, al estar poco con mis niños debido a la pega, es la forma de que ellos lleven mi comida al colegio y sientan que su papá está ahí. Los platos que me quedan mejor son el osobuco al pomodoro y los pescados: preparo unas ostras con habas salteadas que son una maravilla. Pero no siempre cociné, pues cuando comencé a vivir solo, a los 18 años, partí comiendo tallarines todos los días. Era lo único que sabía hacer y engordé 15 kilos los dos primeros años de la universidad. De a poco me fui sofisticando, todo fue de autodidacta.
La Fuente Suiza. ¡Siempre mis lugares tienen que ver con comida! Hay que alimentar estos 100 kilos (risas). De la Fuente Suiza me encanta el lomito completo. Es un local que está exactamente igual que hace 20 años y tienen la misma calidad. No achican los sándwiches.
Palacio Ossa. Es un palacio que perteneció a la familia Alessandri. Cuando llegué estaba bien deteriorado, como bodega, con unas salas prestadas, pero tomadas. Me puse el desafío de irla recuperando sistemáticamente. Tiene una cosa muy linda, tiene una biblioteca municipal que se llama Gabriela Mistral.

Plaza Egaña. Recuerdo que, antes, había había una sucursal del Banco del Desarrollo. Y cuando mi abuelo murió fui a retirar la plata que me depositó toda la vida, para yo estudiar. Me salvó. No era tanta, pero me permitió comprar mis primeros muebles cuando fui a vivir solo. Y estando en la cola de ese banco, por primera vez, sentí que tenía algo de plata: 700.000 pesos en billetes. Me senté en la plaza Egaña y agradecí a mi abuelo, que había muerto en 2001.
La Batuta. Salía harto a bailar, ahora de alcalde menos. Me gusta bailar y hago lo que puedo porque los chilenos bailamos todo como la cumbia, con las manos hacia arriba. Siempre voy feliz adonde toquen rock de los 80, los 90 y 2000; hip hop o funk. Cuando pololeaba con Bárbara, quien actualmente es mi esposa, la llevé a allí porque me quería lucir. Es un sitio donde siempre te sientes joven o vigente, a los 17 o a los 47 años. Recuerdo haber escuchado bandas como Lucybell, Chico Trujillo y La Pozze Latina cuando no eran famosas aún; es decir, verlas nacer. Incluso, cuando tenía unos 16 años aparecí en un video que grabó en ese lugar La Pozze Latina, saltando.
Plaza Ñuñoa. Hay pocos lugares en Chile con tanta diversidad como en esta plaza, adonde uno puede asistir en la mañana a la Iglesia, almorzar cerca durante la tarde, luego pasar por el teatro de la (universidad) Católica y terminar carreteando (salir de fiesta) en la noche. Ha sido mi epicentro de vida cultural y de carretes. He vivido en 22 comunas, una de ellas fue Ñuñoa. Y fue en casa de mi abuelo, cuando yo era un niño. Su casa fue mi zona de protección, un lugar de tranquilidad, donde me sentía en paz. (Avenida Irarrázaval, entre las calles Manuel de Salas y Jorge Washington).

Barrio Italia. Me conocen ahí porque soy seco para comprar cachureos, en el buen sentido. Eso viene de mi mamá. Ella tenía esta cultura de que los domingos íbamos al Persa Bío Bío a buscar cosas. Después, cuando vivimos en Concón, íbamos a la feria Recreo. Mi tradición es ir a ferias a buscar cosas, no sé qué. Siempre voy juntando como cositas que tienen historia, porque los cachureos tienen historia. Mi casa es un poquito así: tengo una colección de “Juanitos” (antiguos juguetes de plástico), una maleta de cuero de mi abuelo, un sillón antiguo rojo como el del Viejo Pascuero. Dos políticos muy conocidos en Chile, que no nombraré y querían ser presidentes (no lo fueron), alguna vez se juntaron en mi casa y se peleaban por sentarse en ese sillón rojo, se peleaban disimuladamente para ocupar el “trono”, como le digo yo.
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