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Los 10 lugares favoritos de... Jorge Arrate: “En Puente Alto viví 10 años espectaculares jugando a la pelota en la calle”

El exministro y excandidato presidencial habla de su adolescencia al sur de Santiago, del club de ajedrez del Instituto Nacional, de los trasnoches políticos como estudiante de derecho y de La Moneda de Salvador Allende

Jorge Arrate y la Facultad de derecho de la Universidad de Chile.
Ana María Sanhueza

Plaza Brasil. Cuando tenía un día de nacido, en 1941, me fui a vivir a la casa de una de mis abuelas. Quedaba en la calle Catedral al llegar a Brasil, en Santiago, muy cerca de la plaza. Viví allí hasta los tres o cuatro años. La casa era de fachada continua, de adobe, con ventanas con barrotes y baldosas a la entrada. Tenía tres patios, y en uno de ellos estaban las gallinas, donde iba con mi abuela a buscar huevos. Me impresionaban los vendedores callejeros: un heladero en un bote lleno de bolsas de hielo; el afilador de cuchillos; el pescadero que pasaba con un canasto y el lechero. A la plaza iba con mis tías a dar una vuelta. Después, con mis padres nos fuimos a vivir Viña del Mar. (Entre las calles Compañía y Huérfanos, en Santiago).

Plaza de Puente Alto. Soy hijo único, y mis padres tenían la obsesión de que yo aprendiera inglés. Por eso, mientras vivimos en Viña hicieron el enorme sacrificio de pagar un colegio privado, The Mackay School. Regresamos a Santiago cuando yo tenía 13 años y en una situación económica muy difícil. La verdad es que no teníamos dónde caernos muertos; mi mamá decía que vivíamos ‘a palos con el águila’. Mi padre encontró trabajo en una fábrica en Puente Alto [un municipio al sur de Santiago], que era de un compañero que tuvo cuando era niño en la Escuela Naval. Él tenía una parcela y le dijo: ‘te propongo hacer un criadero de aves. Tú pones el trabajo’. Vivíamos en un callejón de tierra y piedras, en avenida Independencia, en una parcela de una hectárea. Me involucré con un mundo nuevo con gallinas, plantas, árboles y el regadío. En Puente Alto había tres cines y uno de ellos frente a la plaza. Los sábados y domingos daban tres películas al hilo, eran muchos western y películas mexicanas. Puente Alto marcó mi vida en muchos sentidos. Fue un cambio radical. Me hice amigo de los cabros del barrio cuando un día tocaron el timbre y uno de ellos me dijo: ‘¿Querís jugar a la pelota?‘. Salí de inmediato y viví 10 años de ‘pinchangas’ [fútbol callejero] espectaculares en la calle. Era una mezcla social que yo desconocía. Era todo muy heterogéneo. Incluso, había cabros que no tenían zapatos y jugaban a ’pata pelada’. (Avenida Concha y Toro).

Plaza de la comuna de puente alto

Instituto Nacional. Al regresar a Santiago entré al Instituto Nacional. Estaba en medio pupilaje, y me quedaba almorzar. Cuando llegué, fui con el inspector al segundo piso. La muralla estaba descascarada y hacía un frío del carajo. Entonces, él me dijo: ‘acá va a notar la diferencia con el colegio del que usted viene’. Lo encontré un poco cruel. Después entré a la clase de matemáticas, donde yo no calzaba: siempre sacaba un 3 y 4, hasta que me saqué un 7 porque fundé el club de ajedrez. Desenterré un tablero de un sótano y el profesor dijo: ‘este niño es un genio’. Y luego me advirtió: ‘quien no sabe matemáticas, no puede jugar ajedrez’. En el Instituto hice grandes amigos. Y ahí empecé con la política, cuando afiliamos al Instituto a la Federación de Estudiantes Secundarios de Santiago. (Arturo Prat 33, Santiago)

Estadio Nacional. Pasé momentos inolvidables viendo a la ‘U’ desde que estaba en el Instituto Nacional, y todos los clásicos universitarios. Mi papá me regaló un abono para ver el Mundial de Fútbol de 1962. Chile salió tercero, porque le ganamos 1-0 a Yugoslavia con un gol de distancia de Eladio Rojas. (Avenida Grecia 2001, Ñuñoa)

Estadio Nacional Julio Martínez Prádanos, en Santiago.

Facultad de derecho de la Universidad de Chile. Cuando entré yo era radical, como mi papá, pero renuncié al partido cuando ingresó al Gobierno de Alessandri y me fui al Partido Socialista [hoy es del Frente Amplio]. Fui presidente del Centro de Estudiantes y luego candidato a presidente de la Federación. Tengo el gran recuerdo de haber sido proclamado candidato en el patio por Volodia Teitelboim (PC) y Salvador Allende (PS), aunque nunca gané porque la gran fuerza era entonces la Democracia Cristiana. En la universidad empecé a trasnochar bastante y mi mamá me esperaba en pie, en Puente Alto, para darme algo de comer. Yo vivía lejos, y el último bus desde Santiago salía a la 1:20 horas de la mañana. Un día mi mamá me dijo: ‘si sigues llegando tarde, te voy a seguir esperando’. Le dije: ‘me vas a seguir esperando porque no me voy a someter a una regla tan absurda’. Y la verdad es que no era tan absurda, porque al bajarme del bus caminaba un kilómetro por un callejón oscuro como a las dos de la mañana. En el barrio Pío Nono, donde queda la escuela de derecho, íbamos con mis compañeros al restaurante Venecia, un clásico. También a la fuente de soda Lido, en la Alameda, donde vendían cerveza por metro cuadrado. Hablábamos de política y todos los acuerdos se escribían en la servilleta. (Pío Nono 1, Providencia)

La Moneda. Me recibí de abogado, pero nunca ejercí. Entré a un posgrado de economía a la Escolatina [de la Universidad de Chile] y luego gané otra beca para un doctorado en Harvard, entre 1967 y 1969. Tenía que hacer mi tesis, pero lo único que quería era volver a Chile para trabajar en la campaña de Allende en 1970. Era amigo de sus tres hijas desde la universidad y Beatriz, que era la que se dedicaba a la política, me llamó un día y me dijo: ‘Necesito formar un grupo que asesore en temas sustantivos y programáticos a mi papá”. La Moneda es muy importante para mí porque allí conviví con Allende y con Beatriz. Y tuve grandes amigos, como Arsenio Poupin: era socialista y está desaparecido hasta hoy; me da mucha tristeza... Compartíamos oficina y éramos asesores del presidente: yo consejero económico y él, jurídico. Trabajar en La Moneda era fascinante. Con Arsenio estábamos a 20 metros de Allende; lo veíamos todos los días. (Entre la Alameda y las calles Morandé, Moneda y Teatinos, en Santiago).

Teatro Caupolicán. Había grandes espectáculos, y con mis amigos íbamos muchas noches a ver boxeo. También se hacían todos los actos políticos. Allí, en 2009, fui proclamado, con el teatro lleno, candidato presidencial de la izquierda. (San Diego 850, Santiago).

Aeropuerto Internacional de Santiago. Estuve exiliado 14 años y en 1984, cuando llevaba 11, traté de ingresar a Chile con cinco compañeros porque decidimos exigir vivir en Chile. Volvimos tres veces al aeropuerto, y fue un momento muy emotivo porque por lo menos pudimos oler el aire. Volví el 29 de agosto de 1987, un día maravilloso porque había muchos compañeros esperándome y pude ver a mis padres de nuevo. El aeropuerto también es un lugar muy especial porque allí fui a buscar la ’Tencha’ (Hortensia Bussi de Allende) en 1988 y a Carlos Altamirano en 1991. (Avenida Aviador David Fuentes 2199, Pudahuel).

aeropuerto de Santiago de Chile

Casa en la calle José Faustino Sarmiento. Con Diamela [está casado con la escritora Diamela Eltit] vivimos 12 años en una casa en esta calle. Era de fachada continua, muy grande y con patio. Pero nos cambiamos porque se nos hizo grande. Mi madre, que murió a los 101 años, vivía en un departamento al frente: nunca quiso irse de ahí porque quería resguardar su independencia. El café California estaba en la esquina y era mi preferido. (Calle José Faustino Sarmiento, Ñuñoa).

Barrio Italia. El primer tiempo que vivimos con Diamela fue en su casa en la calle Lincoyán, en Ñuñoa, en el barrio Italia. Es una casa muy bonita, con mucha madera. Estamos juntos hace 28 años, desde que dejé de ser su alumno en un taller literario. Ahí se desató todo. (Entre las calles Condell, Italia, Rancagua y Seminario).


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Sobre la firma

Ana María Sanhueza
Es periodista de EL PAÍS en Chile, especializada en justicia y derechos humanos. Ha trabajado en los principales medios locales, entre ellos revista 'Qué Pasa', 'La Tercera' y 'The Clinic', donde fue editora. Es coautora del libro 'Spiniak y los demonios de la Plaza de Armas' y de 'Los archivos del cardenal', 1 y 2.
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