Manuel Bouzas, arquitecto: “Será posible la descarbonización en la arquitectura si seguimos haciendo bien las cosas”
A medio camino entre Pontevedra y Nueva York, es profesor en la Universidad de Cornell y editor de Obradoiro, la revista del Colegio de Arquitectos de Galicia. Este año ha recibido el Premio ROOM Futuro y el Premio Princesa de Girona


A Manuel Bouzas (Pontevedra, 32 años) la noticia de que su proyecto era el elegido para el pabellón de la Bienal de Arquitectura de Venecia le llegó en un audio de dos segundos: “Hemos ganado”, decía su compañero Roi Salgueiro. Ambos, meses antes, sin mucha intención de que saliera ganadora, habían dado forma a Internalities: Architectures for Territorial Equilibrium, una propuesta expositiva sobre las diferentes soluciones de descarbonización en la arquitectura que ya se trabajan en España.
La muestra, hasta el 23 de noviembre, es un análisis exhaustivo sobre las nuevas materialidades incorporadas a la construcción, que prometen reducir el impacto medioambiental en un sector responsable de más del 34% de la demanda energética y alrededor del 37% de las emisiones de CO2, según las Naciones Unidas. Una problemática silenciosa para este joven arquitecto, último Premio Princesa de Girona Arte.
Bouzas vive entre Pontevedra y Nueva York, donde es profesor en la Universidad de Cornell, y representa a una nueva generación de profesionales que se han lanzado al mercado en medio de dos crisis, una medioambiental y otra de la vivienda, íntimamente entrelazadas.
Pregunta: Para muchos de sus compañeros ha sido salir de la carrera y encontrar trabajo al día siguiente gracias al auge de la vivienda. Son la primera generación que se ha salvado de la crisis del ladrillo de 2008.
Respuesta: Me desaconsejaron hacer arquitectura, pues mi padre, también arquitecto, sufrió la crisis financiera de 2008. Hoy, por fin, tras muchos años de vagar en el desierto, empieza a haber una situación parecida a la que había antes. En España los arquitectos jóvenes sí tienen acceso a hacer obras y a experimentar en arquitectura con cierta radicalidad. Es cierto que la crisis de vivienda y la crisis climática están marcando nuestra trayectoria. En 2008, apareció una arquitectura de la austeridad profundamente española: recuperación, rehabilitación, la estética desnuda, construir con poco o casi nada. Hoy la arquitectura habla de respuestas a la sostenibilidad, de otros materiales, otros lenguajes, otros ensamblajes.
P: Cuando recibió el premio Princesa de Girona Arte, su discurso se volvió viral en redes sociales. Decía: “El planeta va a crecer, vamos a ser 10.000 millones de personas para 2050 y hace falta vivienda de calidad, y arquitectos que la construyan. Además, tenemos que hacerlo desde un punto de vista de sostenibilidad y ecología, para reducir las emisiones de un sector, el de la construcción, que es responsable de casi el 40% de las emisiones”. ¿Representa un cambio de pensamiento en su generación?
R: Creo que es más estructural que generacional, de cambiar la manera en la que se venían haciendo las cosas. No son solo dos o tres arquitectos los que estén trabajando de forma alternativa, hay evidencia de que esto ya ha empezado a pasar. El pabellón de España en la Bienal reúne decenas de construcciones que representan esa otra visión. Soy optimista y positivo, creo que en unas décadas será perfectamente posible un escenario de descarbonización en la arquitectura si seguimos haciendo bien las cosas.
P: Entonces, ¿podemos decir que España es pionera en arquitectura ecológica?
R: Somos punta de lanza entre otros motivos porque tenemos una abundante paleta de materiales que permiten la descarbonización. Tierras, maderas, piedras y todas aquellas inteligencias que saben transformarlas en arquitectura. Tenemos una educación técnica excepcional, sabemos hacerlo. Y otra cosa bastante particular que se distancia de otros contextos europeos, que es una industria que experimenta y comercializa. Grandes empresas madereras empujan hacia una reestructuración en la manera en la que construimos vivienda social, y también hay empresas que trabajan con la tierra, con productos que nunca antes se habían visto, como bloques de tierras compactados. Y, por supuesto, contamos con esa red de inteligencias populares, como carpinteros o canteros, que lo ponen en valor. El tejido existe, la voluntad existe y la destreza para hacerlo también existe. No es que haya esperanzas, es que hay evidencia.

P: En el pabellón de la Bienal de Arquitectura de Venecia acuñaron el término internalities para hablar de sostenibilidad en la construcción. ¿De dónde viene ese discurso?
R: El pabellón trata de generar conocimiento, no solo exhibir. Un conocimiento que pueda ser extrapolable o compartido en otros lugares de Europa. Junto a Roi Salgueiro hemos seleccionado 50 participantes, 16 proyectos y cinco investigaciones para tratar de dar respuesta a la pregunta ¿qué significa la palabra internalities? Es realmente una metodología de diseño que aborda las externalidades medioambientales de los procesos de producción, para así favorecer recursos regionales, regenerativos y de bajo impacto ecológico, en equilibrio con los territorios de donde provienen.
P: ¿Es lo que se está haciendo en España ahora mismo?
R: Así es. Mostramos proyectos ejemplares en nuestro país para demostrar que es posible construir así, con piedras de marés de Baleares, granitos del norte de España, pizarras, maderas de pino, abeto, teca, corcho, tierras compactadas en bloque, también en tapial, incluso posidonia oceánica que llega a las playas y se usa para aislamiento. Una grandísima diversidad de paletas materiales, que también contemplan el reciclaje. Es una muestra que habla de la virtuosidad constructiva y técnica en España, pero también de un cuidado especial por los paisajes de donde tomamos todos esos recursos.
Una arquitectura es ecológica si atiende con el mismo cuidado a esos otros lugares de donde se obtienen los recursos que permiten su construcción: bosques, plantaciones, suelos, canteras...
P: Dan mucha importancia a construir desde lo local, y además a la huella que dejan la manipulación o la extracción de los materiales en el territorio.
R: Una arquitectura no es ecológica porque un certificado verde determine que lo es. Es ecológica en tanto en cuanto atiende con el mismo cuidado todos esos otros lugares de donde se obtienen los materiales que permiten su construcción: bos- ques, plantaciones, suelos, canteras. Tan importante es la arquitectura hecha con madera como las prácticas forestales sostenibles y certificadas de ese bosque. Sin una cosa no existe la otra. No tiene sentido decir que mi casa es sostenible porque está hecha de madera, si la estoy sacando del Amazonas de manera ilegal o trayéndola desde el otro lado del mundo. En el caso de la madera, es muy claro: si cada árbol que quitas lo sustituyes por otro, con técnicas de silvicultura que protegen y cuidan los bosques, incluso ante posibles incendios, pues estás consiguiendo absorber, a través de la fotosíntesis, gran parte del CO2 que has eliminado.
P: ¿Entienden los edificios ecológicos como grandes reservorios de CO2?
R: Es algo así. Cada vez que cortas un árbol para hacer un producto de madera, no solo estás plantando otro, sino que todo ese CO2 que ha absorbido el árbol durante la fotosíntesis queda ahí almacenado. Es un depósito a largo plazo, pues la mitad del peso de un producto de madera es CO2. A partir de aquí surge la idea de entender los edificios como depósitos de carbono. Cada vez que construimos con madera una pared, un suelo, una escalera, un mueble, estamos almacenando una grandísima cantidad de CO2 que permite, por primera vez, absorber más carbono del que se emite. Así contribuimos a limpiar la atmósfera y a cuidar unos paisajes que, de otra forma, estarían olvidados.

P: ¿Esto supone un salto de escala? Porque no solo hablan de materiales, sino de la realidad de todo un territorio que, además, se puede cuantificar.
R: Ecología es un término que me gusta más que sostenibilidad. Como decía el biólogo americano Barry Commoner, se explica como la relación entre una cosa y todas las demás. La descarbonización tiene que ver con una sola métrica, la del CO2. No estamos aún familiarizados con estas mediciones, porque no son fáciles de obtener. Es algo similar a cuando [el arquitecto] Buckminster Fuller le preguntó a Norman Foster cuánto pesaba un edificio y este lo calculó para responder a su maestro.
Pues nosotros también deberíamos tener esas métricas, como cuántos kilogramos de CO2 por metro cuadrado consume un edificio. Esto permite filtrar aquellos proyectos que se podrían empaquetar dentro de la corriente del greenwashing [lavado verde o ecopostureo] y nos ayudaría desde la administración y desde la técnica a hacer más preciso aquello de lo que hablamos cuando hablamos de descarbonización. Esta es una de las métricas que acabaremos implementando de manera habitual, igual que hoy hablamos de euro por metro cuadrado.
P: ¿Cuáles son esas externalidades medioambientales asociadas a los procesos de producción que mencionan tan a menudo?
R: Hablamos de externalizar cuando sacamos algo fuera de nuestro sistema de control. Externalizamos una tarea. Pero en realidad este no es el concepto. Fue concebido por Arthur Pigou, economista británico y profesor en la Universidad de Cambridge, que en 1920 acuñó por primera vez el término externalidad. Según sus palabras, se refiere a “los costes indirectos que afectan a personas y territorios que no comparten relación directa con un producto”. Hoy, estos costes permanecen ocultos, no son considerados en el mercado. Habitualmente, cuando una persona paga un precio por un producto que es barato, por ejemplo hecho con plástico, en realidad no está pagando todas esas repercusiones medioambientales que conlleva hacer ese producto de plástico. Y esto lo podemos aplicar a cualquier cosa, desde la ropa que vestimos hasta los edificios en los que habitamos. Una externalidad tiene un origen privado, pero una consecuencia pública.
P: Es decir, las externalidades nos cuestan dinero a largo plazo, y nadie las cuantifica.
R: Pigou lo explicaba con un ejemplo. Imagina que un tren de mercancías circula por un bosque desde la fábrica hasta la ciudad, y en el viaje salta una chispa que genera un incendio y arrasa ese bosque. Esto es una externalidad indirecta, no concebida. Pero hay otras externalidades que sí son conscientes y pueden ser trazables, aunque permanezcan ocultas. Se pone también el ejemplo de materiales de construcción. Por ejemplo, el aluminio: por cada kilogramo producido se generan otros tantos de lodos tóxicos que quedan almacenados junto a la fábrica y forman una grandísima balsa roja que se puede ver incluso desde un satélite. Cada uno de estos materiales genera una huella sobre el territorio de la que habitualmente no somos conscientes. Esas son las externalidades.
P: ¿Se deberían aplicar al precio final o en algún tipo de impuesto?
R: Lo que me parece interesante del concepto externalidad es que vincula dos cosas: ecología y economía. Una determinada actividad económica conlleva un determinado impacto ecológico, y las maneras de cuantificarlo o de medirlo son las externalidades medioambientales. Arthur Pigou proponía los impuestos pigouvianos, para comenzar a asumir esos costes que no estaban considerados. Los impuestos de carbono derivan de estas teorías. Pero es cierto que los que pagan los impactos medioambientales de los procesos no son los habitantes de ese lugar, sino los de otro sitio, como pasa con los desastres medioambientales: siempre pagan los habitantes del sur del planeta. Si en un concurso público para construir una vivienda o un edificio se empezaran a exigir métricas de kilogramo de CO2 por metro cuadrado, como si fuera un criterio más, como el presupuesto euro por metro cuadrado, estaríamos ayudando a ser más rigurosos con el impacto medioambiental de nuestros edificios.
No es una visión nostálgica el hecho de construir con madera, tierra o piedra, es absolutamente contemporánea, porque hoy ya existen industrias que están reinventando estos materiales
P: ¿La solución pasa por internalizar los procesos? ¿Trabajar desde lo local y con mano de obra de aquí?
R: Creemos que es posible desescalar todo este mercado global, de escala planetaria, mediante lo que llamamos internalidades. Por ejemplo con la energía: España ha pasado de ser un país energéticamente pobre y dependiente a ser un actor clave en la transición energética de Europa. Apostamos por internalizar los oficios y los recursos que están en un determinado territorio, para no desplazar todos esos puestos de trabajo al otro lado del mundo, como pasa con otros sectores. Y, por supuesto, internalizar los residuos que generamos.
P: ¿Cómo hacerlo con los oficios?
R: En el discurso de la descarbonización orientado tecnocráticamente hacia la métrica del CO2, el factor humano se estaba diluyendo. Cuando decimos que internalizamos los oficios, queremos decir que hay una red de inteligencias técnicas asociadas a la construcción, con la tierra, con la piedra y con la madera, en carpinterías y canterías, con alfareros o ceramistas, que son importantísimos para lograr esa transición. Porque, cuando hablamos de un impacto positivo en un determinado territorio, no solo hablamos de un impacto medioambiental, sino también socioeconómico. No es lo mismo dar un euro a la frutería de al lado, que dárselo a una cadena de suministro global que trae esos productos desde el otro lado del mundo. Todas las cosas que utilizamos han dejado un agujero en otro lugar, aunque no lo queramos ver.
Se importa acero, plástico, aluminio o cemento de otras partes del planeta. Son productos que frecuentemente vienen de cadenas intrazables, hemos perdido esa conexión. Recuerda lo que ocurrió en 2021 cuando el barco Ever Giden encalló en el Canal de Suez. Fue un retrato de la vulnerabilidad de nuestras economías ante ese sistema global. Tal vez podría repetirse lo mismo con los aranceles norteamericanos. La construcción debe recalibrar su escala de acción.

P: ¿Y de qué forma construir más barato y más ecológico?
R: ¿Se tiene que construir barato? Es la contrapregunta. Me gusta comparar la arquitectura con la cocina. Si hiciéramos una encuesta y a la mayoría de las personas le diéramos a elegir entre un producto congelado y cualquier comida casera de la abuela, ¿cuál requiere más tiempo de elaboración? ¿cuál es más costosa de hacer? Sabemos que acabaríamos eligiendo un producto que sabemos de dónde proviene. La industria alimentaria etiqueta el número de calorías, el origen, su composición. Entonces, si somos tan cuidadosos con lo que ingerimos y nuestros cuerpos, ¿por qué no somos tan cuidadosos con los espacios que los envuelven, como son las viviendas?
P: ¿Pero esto no las haría más caras en un momento de crisis absoluta por su precio?
R: El problema no son los precios de construcción, es la rentabilidad de quienes operan en ese oscuro mercado que es el sector inmobiliario. Hay una gran cantidad de agentes haciendo cosas muy cuestionables. El problema de fondo no es el precio de la madera, es la especulación.
P: ¿Estamos pagando mucho por casas que en realidad no lo valen?
R: Creo que hay gente sacando beneficio de una manera mucho más excesiva y abusiva de lo que sería razonable, y este es el problema de la vivienda. ¿Por qué hay tantos inversores, tantos fondos, tanta gentrificación, turismo masivo? Es un sector lucrativo, la oferta y la demanda avanzan y los precios no decrecen. Y es porque alguien hace mucho dinero con ello.
P: ¿Cuáles serían las materias primas para esa nueva forma de construir?
R: Existe una serie de paletas de materiales, en concreto madera, tierra, piedra y materiales reciclados, que ya comienzan a industrializarse, que aceleran el proceso constructivo y de instalación. Una vivienda en madera hecha con material contralaminado tarda semanas en ejecutarse, mientras que una estructura de hormigón similar a lo mejor llevaría meses o años. Construir de esta manera permite no solo reducir los plazos, sino también los costes, porque al recortar tiempo reduces presupuestos. Pero también reduces contaminaciones de ruido, de polvo, riesgos laborales...
No es una visión nostálgica el hecho de construir con madera, tierra o piedra, es absolutamente contemporánea, porque hoy ya existen industrias que están reinventando estos materiales. La madera contralaminada ha llegado para quedarse, como demuestran los numerosos casos de éxito de viviendas sociales en España. Lo mismo pasa con la tierra, que se puede precompactar, con industrias que antes hacían bloques de hormigón y hoy producen bloques de tierra, especialmente en las Islas Baleares. Se elaboran con las mismas herramientas, pero un bloque de tierra no genera emisiones y se extrae de suelos vecinos; a veces, incluso de la excavación del propio solar. Estamos sustituyendo un material por otro, reduciendo la huella de carbono. Y, además, son materiales vivos, que regulan de una manera natural el confort térmico en el interior. Se está mucho más fresquito.
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