Ladrillos de excremento, hormigón de residuos: la Bienal de Venecia reconstruye un mundo que arde
La gran cita de la arquitectura habla más de materiales que de edificios, mezcla alta tecnología con oficios artesanos y busca soluciones urgentes en tiempos de crisis social y medioambiental

El comisario de la 19ª edición de la Bienal de Venecia, el ingeniero y arquitecto Carlo Ratti, ha elegido abrir su diagnóstico sobre la arquitectura con el trabajo de un artista. Una instalación de Michelangelo Pistoletto recibe a los visitantes incomodándolos. En una sala oscura, se avanza rodeado de tanques de agua. De las cerchas del antiguo Arsenale cuelga un ejército de ventiladores que expanden la humedad que sofoca al espectador haciéndole sentir la crisis climática que azota el mundo. Si obviamos el gasto energético que supone mantenerla, la instalación habla de la voluntad de Ratti, profesor del MIT y del Politécnico di Milano, de buscar entre las inteligencias que él distingue, la artificial y la natural, soluciones colectivas para habitar mejor el planeta.
Por primera vez, la bienal habla más de materiales y construcción que de diseño. Hay ladrillos fabricados con excrementos de elefante, ideados por el tailandés Boonserm Premthada, y bloques producidos con los desechos de la laguna veneciana en la instalación que Patricia Urquiola ha diseñado con el físico Geoffrey West, el biólogo Roberto Kolter y los teóricos Beatriz Colomina y Mark Wigley para hablar de comunidades bacterianas. Ese diálogo entre profesiones está presente en toda la muestra. Define la inteligencia colectiva que defiende Ratti. Las intervenciones oscilan entre instalaciones artísticas y despliegues de informaciones con propuestas o proyectos ya construidos. El arte anticipa y las informaciones ofrecen la concreción de los hechos.

Sin embargo, como sucede en los laterales del propio Arsenale, tanta información puede resultar cacofónica, imposible de leer y digerir. Sucede cuando lo expuesto muestra opciones más contrapuestas que complementarias. Entonces no se puede hablar de pluralidad, es más bien de falta de claridad. Ocurre, por ejemplo, al hacer convivir proyectos del estudio ecuatoriano Al Borde —el Centro Amazónico de Agroecología, levantado con fibras vegetales— con un edificio firmado por Emilio Ambasz en 1994, el Centro de Congresos Acros de Fukuoka que desplegó una idea de la ecología —jardines escalonados en la fachada— hoy fuertemente cuestionada.
Así, una primera pregunta podría ser: si esta edición multiplica por siete el número de expositores (hasta 750), ¿esa abundancia aporta claridad o confusión? ¿Cuánto tiempo se puede pasar en un pabellón en un lugar donde hay cientos? En ese sentido, el silencio habla con elocuencia en los pabellones israelí, ruso, checo y venezolano, cerrados. Y descuidados. El recinto que ideara Carlo Scarpa y que, durante años, acogiera muestras propagandísticas del régimen de Chávez o de Maduro está vacío y cubierto de hojas marchitas. En plena primavera.
El tailandés Boonserm Premthada presenta ladrillos fabricados con excremento de elefante, mientras que Alejandro Aravena propone un nuevo hormigón descarbonizante hecho con residuos orgánicos
Entre quienes han apostado por una única intervención para comunicar una idea con contundencia figuran el pabellón de Australia —con un arenal encerrado en bloques de tierra prensada—, el de Uruguay —que explica que en ese país hay más agua que tierra con una instalación sonora—, o el antiguo de Yugoslavia, que hoy representa a Serbia, donde han invitado a varias personas a tejer una cubierta interior de lana que, terminada la Bienal, regresará a 200 ovillos.
Ratti habla de Venecia convertida en laboratorio durante seis meses. Y es cierto que, entre las propuestas, figuran ideas que, como todo lo transformador, pueden ser vistas en sus inicios como inventos del profesor del TBO. Liz Diller y su estudio insisten en purificar el agua de la laguna como intervención arquitectónica. La estadounidense ya lo intentó en la Bienal de 2008 con productos químicos. Esta vez la apuesta es hacerlo con filtros vegetales y que los visitantes la beban convertida en café. De momento, el café se hace con agua del grifo. La iniciativa se ha llevado el León de Oro a la mejor participación individual (el premio al mejor pabellón fue para Bahréin, con una propuesta sobre el calor extremo). La intervención de Norman Foster comparte ese mismo espíritu: patrocinado por Porsche, el arquitecto firma un muelle para bicicletas acuáticas. Él mismo es usuario desde que, hace unos años, compró el primer prototipo fabricado en San Francisco.
“En la crisis de la vivienda la gente no es el problema, sino la solución”. Con su particular manera de darle la vuelta a los problemas, Alejandro Aravena y su estudio Elemental cuentan con dos intervenciones en la Bienal. De un lado hablan de la vivienda como de un problema político a partir de lo ocurrido en la reconstrucción de Viña del Mar tras un incendio intencionado en el que perdieron la vida 137 personas y ardieron 10.000 casas. “Si no construimos nosotros, dejaremos la reconstrucción en manos de los narcos con lo que esa deuda comporta”, explica. Como es insostenible construir todas las viviendas que el planeta necesita como y con lo que lo hemos hecho hasta ahora, su estudio viene apostando por las viviendas incrementales: entregar un módulo básico con lo que la gente no sabe hacer sola (forjados, instalaciones…) para desarrollar casas a partir de la autoconstrucción. En esta ocasión la propuesta de Elemental se apoya en un nuevo hormigón, el biochar, capaz de descarbonizar la construcción. ¿Cómo lo hace? La empresa Holcim transforma los desechos orgánicos en un hormigón con áridos que absorben el carbono.

El pabellón francés es de los que prefiere informar a impactar. En obras, despliega andamios para mostrar proyectos que saben convivir con lo existente. En esa línea, el español —que han comisariado Roi Salgueiro y Manuel Bouzas, profesores de Cornell y MIT— es uno de los más trabajados. Ofrece la certeza de 16 proyectos construidos que alteran la manera de utilizar materiales, emplear energías o lidiar con los oficios artísticos. Es, ciertamente, un catálogo de buenas prácticas. Y es coherente en su puesta en escena. Su claridad y pulcritud reflejan lo que esos proyectos ofrecen: trabajar con menos, responsabilizarse más, actualizar las tradiciones y mantener un diálogo con quienes han de habitar los edificios.
En medio de informaciones y reclamos visuales, el pabellón británico, vestido de piezas cerámicas como un árbol de Navidad, habla de mala conciencia. Expone obras africanas en un intento subsanar la colonización. En esa línea, también en el pabellón finlandés hay culpa. Está dedicado a quienes contribuyen a hacer arquitectura sin ser vistos: las personas que la mantienen. Y lo hace desde la historia del pabellón, levantado por el estudio de Alvar Aalto con pino finlandés que no se adaptó a la humedad de la laguna veneciana y tuvo que ser sustituido. Entre tanta culpa, la idea más revolucionaria la protagoniza el Pabellón de la Santa Sede. Tatiana Bilbao y Maio Architects se plantean, con la comisaria Marina Otero, qué arquitectura aporta la Bienal a Venecia. La respuesta es cercana a cero.
Por eso, de acuerdo con la idea del Papa Francisco de poner al hombre en el centro de las decisiones, ellas han dedicado el presupuesto a recuperar lo que fuera el primer hospital de Venecia, la capilla de Santa Maria Audiliatrice. No es una restauración, es un rescate. Y no buscan recuperar la iglesia, la convertirán en escuela y centro social. La propia obra convertirá a yeseros, pintores y restauradores en profesores de unos oficios artísticos que Venecia no debe perder. Así, la intervención arquitectónica consistirá en unir fuerzas. En escuchar a la gente y en darle la vuelta a un problema para, con una misma decisión, salvar a la vez la iglesia, el futuro de los oficios y la relación de la Bienal de Arquitectura con Venecia. Un emocionante espectáculo hecho con apenas mallas de seguridad y andamios.
‘Intelligens. Natural. Artificial. Collective’. Bienal de Arquitectura de Venecia. Hasta el 23 de noviembre.
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