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Columna
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La infobesidad, una epidemia silenciosa

Picoteamos información en las redes al igual que antes comíamos a deshoras y, lo que es peor, nos conformamos con contenidos ultraprocesados

Carmela Ríos

“Mantén las piernas muy rectas para que lo primero que entre en el agua sean tus pies”. Saltar en una cascada de agua en plena selva de Hawái a los 19 años fue la mala idea que cambió la vida a la bioquímica francesa Jessie Inchauspé. Sus vértebras sufrieron una compresión en cadena y sólo recuperó la movilidad tras someterse a una complicada operación quirúrgica. Aquel accidente marcó su propósito vital: cuidar de la salud propia y ajena. Lideró una investigación sobre los efectos de la glucosa en el organismo con una ingente cantidad de datos obtenidos a partir de mediciones de azúcar en sangre tras la ingesta de distintos alimentos, combinados de formas diferentes o consumidos en momentos distintos del día y en estados emocionales dispares. Este trabajo sirvió de base para su libro La revolución de la glucosa (Diana Editorial, 2022), en el que desgrana su metodología y propone una serie de pequeños cambios cotidianos para mantener estables los niveles de glucosa. El manual ha sido traducido a 41 idiomas, pero el éxito no acaba ahí. La autora ha creado una comunidad digital global gracias a las redes sociales. Su cuenta de Instagram está a punto de superar los seis millones de seguidores con los que comparte nuevos hallazgos sobre alimentos y la mejor forma de incorporarlos a la dieta para que no se inflamen órganos, tejidos ni sistemas de nuestro cuerpo.

Las redes sociales han amplificado la difusión de las dietas antiinflamatorias que ya manejamos a un nivel más que aceptable. Sin embargo, mientras llenamos la despensa de nueces, brócoli y omega 3, otro trastorno inflamatorio se ha colado en nuestras vidas y no lo hemos visto venir. Ha llegado de la mano del exceso de información. La denominada “infobesidad” define una nueva enfermedad social caracterizada por la saturación de los espacios donde nos informamos y el exceso de canales. No nos da la vida para afrontar el scroll infinito de las páginas web, mirar todo lo que cae en nuestras redes sociales y en los canales de mensajerías. No damos abasto para atender tantas notificaciones o abrir esas newsletters que nos parecieron interesantes cuando nos suscribimos a ellas. Corremos de canal en canal como pollos sin cabeza quemando atención y tiempo sin que ello nos ofrezca la sensación de que estemos mejor informado. Todo lo contrario. El exceso de información mata la información.

Hemos entrado en la era de la inflamación informativa. Las redes sociales se revelan como el azúcar digital que provoca picos de dopamina a cada notificación. Picoteamos información al igual que antes comíamos a deshoras y, lo que es peor, nos conformamos con contenidos ultraprocesados que nos distraen un segundo, pero no alimentan. Somos la mercancía de una industria que busca nuestra atención a cualquier precio y vivimos saturados de estímulos. Y una sociedad saturada no contrasta, no filtra ni profundiza. La inflamación afecta negativamente a capacidades como la atención, la concentración, el análisis pausado y nos instala en una inmediatez emocional que beneficia a quien opera desde la polarización o la manipulación.

Seguiremos viviendo apabullados por un tsunami informacional si no hacemos algo por evitarlo. De la misma forma que hemos aprendido a comer sin inflamarnos podemos aprender a marcar los límites de nuestro régimen de información. En este punto necesitamos pensar, que es como masticar despacio. Reducir los canales y las notificaciones de nuestro móvil, definir el tiempo que queremos dedicar a informarnos o entretenernos, buscar proteína informativa que nos alimente de verdad, como un buen libro, un reportaje trabajado, un documental, pero también seleccionar con mayor espíritu crítico lo que las redes sociales son capaces de ofrecernos. Es el momento de delimitar el perímetro de nuestra vida fuera de las pantallas para proteger nuestras capacidades intelectuales que son la puerta abierta a nuestra libertad.

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Sobre la firma

Carmela Ríos
Periodista experta en redes sociales y desinformación. Tras 20 años en informativos de televisión, 10 en París y un flechazo con Twitter, explora la interacción entre las redes sociales, el periodismo, la comunicación y el poder. Enseña a otros periodistas a adaptar sus herramientas de trabajo al desafío de la desinformación.
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