Un genocidio silencioso
En los próximos diez años desaparecerá la mitad de los pueblos indígenas que viven aislados del mundo

Crecí muy cerca del territorio de la nación onondaga. Situado a nueve kilómetros al sur de Siracusa (Nueva York), es el centro sagrado de la Confederación iroquesa, la sede de un consejo de jefes de mil años de antigüedad y un pueblo que, antes de la invasión europea, habitaba una extensión de más de 10 000 kilómetros cuadrados en las colinas del norte del Estado de Nueva York. Desde que entraron en contacto con los europeos, el territorio de los onondagas se ha reducido a menos de 30 kilómetros cuadrados, que luchan por proteger a diario.
El contacto con los europeos desembocó en el robo de sus tierras, enfermedades, violencia y muerte. Pero ellos siguen aquí.
En la actualidad existen 196 grupos indígenas aislados en todo el mundo. A diferencia del pueblo onondaga, es probable que la mitad de ellos no sobreviva de aquí a 10 años si los gobiernos y las empresas no dejan de talar en sus territorios, robarles los minerales y empujarlos cada vez más hacia el corazón de unos bosques que se empequeñecen sin cesar y de los que depende su existencia.
La mitad.
Desaparecidos en la próxima década.
Esa es la conclusión principal del informe Uncontacted Indigenous Peoples: at the edge of survival (Pueblos indígenas aislados: al límite de la supervivencia), publicado esta semana por Survival International, una organización dedicada a defender los derechos de los pueblos indígenas. La extracción y explotación de recursos naturales con fines lucrativos es la amenaza más grave y afecta al 96 % de todos los pueblos aislados, según la investigación de Survival.
Esa explotación provoca un genocidio silencioso, que pasa inadvertido para el resto del mundo. Y, con cada destrucción de un pueblo, también mueren su lengua, su cultura, sus conocimientos botánicos y su cosmología. Siempre he pensado que necesitamos la diversidad de este planeta para sobrevivir, que nuestros pueblos y culturas diferentes son esenciales para la salud de todos. Si hay lugares en los que es posible este tipo de sufrimiento y se maltrata así a un pueblo, acabaremos estando todos en peligro, aunque apartemos la vista.
Los pueblos indígenas aislados rechazan el contacto con el mundo exterior de forma deliberada y constante, una forma de reaccionar a sus circunstancias. Viven en bosques remotos. Algunos en islas. Saben que existe el mundo exterior, pero lo rechazan. En muchos casos, el origen de esa decisión está en los recuerdos de contactos e invasiones que llevaron devastación, violencia, epidemias y muerte.
Los miembros del pueblo mashco piro de Perú fueron esclavizados, golpeados, maltratados, torturados y ahorcados a manos de los recolectores de caucho en la década de 1880. Los que escaparon y se refugiaron en la cabecera del Amazonas permanecen aislados desde entonces. Sin embargo, ahora, han aparecido leñadores dispuestos a talar sus árboles centenarios. A medida que se acercan las motosierras, los mashco piro dejan símbolos, lanzas cruzadas en los caminos, como reafirmación de que la tierra es suya y como amenaza. Las advertencias envían un mensaje. El contacto es peligroso tanto para los mashco piro como para quienes se acercan demasiado. Los enfrentamientos han matado a personas de los dos bandos; entre ellos, dos leñadores que murieron por disparos de flechas en agosto de 2024.
La pérdida de los bosques de los pueblos aislados favorece el genocidio. Pero también los acechan las enfermedades. Basta un solo forastero, una tos, un contacto fugaz, para desencadenar una epidemia. Los pueblos aislados no tienen inmunidad frente a enfermedades que en el mundo industrializado son leves. Y esas enfermedades provocadas por el contacto no solo matan. Debilitan a los supervivientes y a las comunidades y causan trauma y dolor. Además, se pierde la sabiduría de los ancianos, que, con demasiada frecuencia, son los primeros en morir.
Cuando los británicos colonizaron las islas Andamán, en India, durante la década de 1850, los aproximadamente 7.000 habitantes de etnia gran andamanesa eran sanos y robustos. Pero los británicos llevaron consigo el sarampión, la gripe y la sífilis; esta última, con sus propias connotaciones de abusos sexuales y explotación. Las devastadoras epidemias y la violencia acabaron con más del 99% de la población gran andamanesa. Hoy en día, apenas quedan 50 personas.
Ahora bien, todo esto no es solo cosa de un pasado lejano.
La gran mayoría de los pueblos aislados viven en Brasil. Allí, entre 1967 y 1975, el sarampión aniquiló a una comunidad aislada de yanomamis durante la construcción de una carretera a través de sus tierras. Entre 1980 y 1986, cuando los colonizadores y los constructores de carreteras empezaron a invadir el territorio del pueblo suruí paiter, las tres cuartas partes de sus miembros murieron de sarampión y tuberculosis. El pueblo nambikwara perdió más del 90 % de su población, sobre todo a causa de la gripe, la malaria, el sarampión y la tuberculosis, después de establecer contacto en el siglo XX.
En 1977, Karapiru Awá recibió en la espalda un disparo de los mismos invasores que asesinaron a su familia, en la Amazonia oriental brasileña. “Sufrí mucho porque no tenía ningún medicamento que aplicarme en la herida. Vagué durante días, lleno de dolor, con la bala en la espalda, sangrando. Es asombroso que lograra escapar. Fue gracias a Tupã (el Creador)”. Pasó una década solo, sin dejar de caminar.
“Estuve mucho tiempo en la selva, hambriento y perseguido por ganaderos. Siempre estaba huyendo, siempre solo. No tenía ninguna familia que me ayudara, ni nadie con quien hablar”. En 1988, Karapiru se encontró a 640 kilómetros de su territorio original con un granjero brasileño y fue con él a su aldea. Los trabajadores de FUNAI (Fundación Nacional de los Pueblos Indígenas), la agencia del Gobierno brasileño para los asuntos indígenas, fueron al pueblo a ver a Karapiru para averiguar qué idioma hablaba y a qué grupo aislado pertenecía. Poco después volvieron con un joven awá llamado Xiramukū, que resultó ser el hijo de Karapiru; sin que este lo supiera, Xiramukū había sobrevivido a la masacre. Aunque el encuentro le llenó de alegría, Karapiru siguió viviendo lleno de una profunda tristeza.
Así se lo explicó a Survival Wamaxuá Awá, otro antiguo miembro de los awá que había vivido aislado: “Cuando vivía en la selva, tenía una buena vida. Ahora, si me encuentro con alguno de los awá aislados en la selva, le digo: ‘¡No te vayas! Quédate en la selva; fuera de ella no hay nada para ti’”.
Antonio Cotrim trabajó para FUNAI en 1972, cuando el Gobierno todavía tenía como objetivo establecer contacto con los pueblos aislados. En aquella época dijo: “Lo que estamos haciendo es un crimen. Cuando entro en contacto con (los pueblos indígenas), sé que estoy obligando a una comunidad a dar el primer paso en una dirección que llevará a sus miembros al hambre, la enfermedad, la desintegración, en muchos casos la esclavitud, la pérdida de sus tradiciones y, al final, una muerte en la más absoluta miseria que llegará demasiado pronto”.
Podemos pensar que estamos más preparados que quienes ignoraron los genocidios posteriores al contacto de los europeos con América. Sin embargo, hoy en día, los pueblos indígenas aislados sufren el asalto de un colonialismo que no cesa, que los encierra en el estereotipo de seres primitivos, los desprecia por considerarlos inferiores y valora el consumo y los beneficios económicos por encima del derecho a conservar sus tierras y vivir como ellos quieran.
Llevo toda mi vida involucrado en la lucha por los derechos humanos y los derechos territoriales. Creo que los 196 grupos aislados que quedan son una parte esencial de la diversidad del planeta. Es necesario reconocer que sus tierras les pertenecen, proteger esos territorios y dejar que sean ellos quienes decidan cómo quieren vivir.
El pueblo onondaga tiene una tradición que me merece enorme respeto. Antes de tomar una decisión importante, los jefes reflexionan sobre las consecuencias que pueda tener no solo para ellos, ni siquiera para sus hijos, sino para siete generaciones posteriores.
A muchos pueblos aislados no les quedan más que 10 años. Ya es hora de poner fin a este genocidio silencioso.
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