Jumilla: el país de unos pocos rabiosos
Los lectores escriben sobre la islamofobia de PP y Vox, los problemas mundiales, las dificultades de la vida y el estigma contra la gordura

Nací y me crie en Jumilla, y escribo con desazón, aunque no con sorpresa. La decisión del Ayuntamiento de impedir la celebración de las fiestas musulmanas en espacios públicos no es solo una afrenta moral. Es, con toda probabilidad, inconstitucional y contraria a los tratados internacionales de derechos humanos que España ha firmado y ratificado. Pero lo que inquieta no es solo la ilegalidad, sino la intención. Quieren una España homogénea, sin matices, sin disonancias, sin extranjeros ni memoria. Es el sueño imposible de quienes olvidan que España fue durante siglos una convivencia entre culturas —y lo sigue siendo—, no una pureza. La historia, aunque moleste, no les pertenece. Se invoca la identidad para cercar, no para convivir. Lo que hoy se niega a los vecinos musulmanes de Jumilla no es un campo, ni una fiesta: es el derecho a existir visiblemente. En eso consiste la exclusión moderna: no en desterrar, sino en borrar. En estas mismas páginas, Rafael Sánchez Ferlosio ya advirtió del veneno que encierra lo “rabiosamente español”. Y aquí estamos.
Carlos Gil Gandía. Jumilla (Murcia)
No puedo ser feliz
Soy afortunada, puedo cocer mi pasta con agua corriente. Tomo el sol, hago yoga y me río con mis hijas sanas. Pero no puedo saborearlo con plenitud si sé que en otra parte del mundo no hay más que destrucción y hambre. El hombre sufriendo a manos de otros hombres y yo desayunando una tostada de jamón, mientras me siento culpable por tener la oportunidad de disfrutar de ello y no hacerlo.
Marta Escolar Sánchez. Villafranca de los Barros (Badajoz)
Resignación
Estudié una carrera con premio extraordinario y dos becas de excelencia, cursé un máster con una media de sobresaliente y completé mi currículum con varios cursos de especialización. Pero la recompensa no puede ser más pobre. Apenas llevo un mes en mi puesto y me niego a aceptar que la vida sea esto: un sueldo miserable por ejecutar tareas burocráticas en una oficina del barrio más rico de Madrid, rodeado de apartamentos que jamás podré habitar y de obscenos restaurantes diseñados para hacer sentir a la clase obrera que, por fin, puede comer como los burgueses. Si la vida es esto, no me ha merecido la pena tanto esfuerzo. Si no lo es, espero que no sea aún peor. Entretanto, resignación.
Marcos Caballero de Mingo. Guadalajara
Estoy harta
Harta de que me lean el cuerpo antes que mis palabras. De que asuman que mi vida necesita arreglos solo porque no quepo en su molde. De que me miren con condescendencia, como si ser gorda fuera sinónimo de fracaso. Harta de que me atribuyan enfermedad o falta de amor propio. No saben nada de mí, pero se sienten con derecho a opinarlo todo. Y lo que más pesa es el estigma. Eso sí es capaz de matar: desde la exclusión sanitaria hasta los trastornos de conducta alimentaria o el suicidio.
Araceli Ruiz Martín. Santa Cruz de Tenerife
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