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Columna
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Desheredados

La miseria no es un buen adorno para la sociedad del espectáculo en la que vivimos

Una persona sin hogar en los alrededores de la Plaza Mayor de Madrid.

También hay muchos pobres nacidos en España. Son mendigos, sintechos, pordioseros, indigentes que no han llegado hasta nosotros en patera. De forma legal cruzaron los límites rocosos de la miseria, porque faltan muchos vigilantes en las playas de la justicia social, y acabaron durmiendo en la calle, tirados por los rincones. Uno los puede ver bajo de los portales cuando camina por la ciudad a primera hora de la mañana. Sobreviven en los huecos de cualquier edificio. Como no son un espectáculo agradable, hace unos años se puso de moda colocar adornos puntiagudos de hierro en porches y zaguanes. Había que evitar la tentación de las mantas, los calcetines rotos y las mochilas como almohadas para pasar la noche. Cuando descubrí esa estrategia urbana, estaba leyendo un libro de Adela Cortina: Aporofobia, el rechazo al pobre (2017).

La vida rima. Ahora que estoy leyendo otro libro suyo, ¿Ética o ideología de la inteligencia artificial? (2024), llego a la Terminal 4 del aeropuerto de Barajas y me encuentro con todas las puertas cerradas menos una. El vigilante pide los billetes en la entrada al recinto. Tardo un poco en comprender el sentido de la caminata. Como estamos bajo olas de calor y muchos mendigos buscan rincones para salvarse del infierno, alguien ha decidido que un aeropuerto no es un refugio adecuado. Mejor cerrar las puertas, los ojos, y hacernos los desentendidos. Desde luego la miseria no es un buen adorno para la sociedad del espectáculo en la que viajamos. El libro de Adela Cortina habla del eclipse de la razón humana y comunicativa en una sociedad tecnologizada. Mientras busco la sala de embarque sin un pobre a mi alrededor, me veo como un ser humano manufacturado. Dicen que la tecnología intenta crear robots con inteligencia y sentimientos, pero lo que está consiguiendo son seres humanos sin alma. Gritan, insultan en la calle o en un parlamento, pero no tienen corazón.

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