Trump, príncipe del caos
Si lo mínimo que podemos exigir a un político es que favorezca la estabilidad y la previsibilidad, en el magnate nos encontramos con lo contrario: representa la mayor fuente de incertidumbre y el mayor foco de inestabilidad mundial


Trump hubiera sido un enigma para alguien como Maquiavelo. No ya solo por su inmensa soberbia, muy superior a la de cualquier príncipe renacentista, sino por su caótica forma de gobernar. Seguramente admiraría su atrevimiento para decidir, pero sería incapaz de entender cómo en vez de domar la fortuna, los imprevistos, se convierte él mismo en el principal agente del caos. Si lo mínimo que podemos exigir a un político es que establezca un orden, que favorezca la estabilidad y la previsibilidad, en Trump nos encontramos con lo contrario, representa la mayor fuente de incertidumbre y el mayor foco de inestabilidad mundial. Sus giros, sus idas y venidas, son tantos y sobre tal cantidad de temas, que al final nos tiene a todos descolocados.
En estos momentos nadie puede asegurar cuál es exactamente su posición respecto a Ucrania o su actitud ante un eventual ataque chino a Taiwán ni, desde luego, su política arancelaria. Trump ha convertido toda la acción exterior de su país en una anárquica subasta en la que todo es objeto de tratos, sus famosos deals, sin que importe que se trate de un vecino, un viejo aliado o un antiguo adversario. Ha puesto todo patas arriba, pero ignoramos realmente el porqué. Lo fácil es pensar que solo decide teniendo en cuenta el interés nacional de Estados Unidos, visto ahora como un país sin más amigos que aquellos a los que consigue extraer concesiones. Si vamos a los detalles, sin embargo, eso tampoco es cierto. Según los expertos, el daño que su errática política arancelaria está ocasionando ya a la globalización y a la posición que tenía en ella su propia divisa es considerable, y no podrá compensar el peligroso endeudamiento que su “gran y hermosa” ley fiscal puede acabar provocando a la economía estadounidense.
Por no hablar de las injustas consecuencias sociales de una ley que baja los impuestos a los ricos y recorta servicios a los pobres. Más que al interés o bienestar general siempre mira, pues, al suyo propio y/o al de sus amigos megarricos. Es imposible no sospechar que detrás de ese juego consistente en amenazar con subir a un determinado país los aranceles para aplazárselo después hay una pequeña camarilla perfectamente al tanto de cada uno de estos movimientos para lucrarse con las oscilaciones que provoca en la Bolsa. Todo apesta, además, a un enfermizo culto a la personalidad a través de los clásicos instrumentos de la cultura del espectáculo y la economía de la atención.
Lo más importante, sin embargo, es lo que no es tan inmediatamente perceptible al común observador de las noticias, el lento impacto de la guerra arancelaria sobre la ya mencionada restructuración de la globalización. Ahora no solo está más expuesta a consideraciones geopolíticas, con el creciente intento por parte de China y Estados Unidos por tratar de disminuir su interdependencia; se perciben también otras tendencias, como el repliegue proteccionista de los grandes Estados del Sur Global, la reorganización generalizada de las cadenas de suministros siguiendo criterios de proximidad política o, en general, el priorizar consideraciones de seguridad por encima de la rentabilidad política inmediata. Y el pivote Trump como punto de referencia ineludible de cualesquiera que sean las políticas económicas en este nuevo entorno. Hasta ahora, el público general ha venido fijándose más en sus extravagancias o en sus amenazas sobre la democracia y el orden geopolítico que en este otro aspecto de su actividad; en estos momentos, quizá por su continua reiteración de la imprevisibilidad, empezamos a temer en serio por una ulterior fragmentación de la economía global. El orden de la globalización nunca fue perfecto; ahora puede devenir en algo mucho peor.
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