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Columna
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Abascal come palomitas

El líder de Vox hoy no tiene prisa ni le hace falta extremar su retórica. Nadie suma más que él

El líder de Vox, Santiago Abascal, durante el pleno del Congreso de los Diputados este miércoles.
Jordi Amat

Mientras Pedro Sánchez exponía su batería de medidas contra la corrupción, como respuesta de cuidados intensivos a la crisis que está afectando a su partido, Santiago Abascal despreciaba al presidente del Gobierno ausentándose del hemiciclo. No sé dónde estaba el estajanovista líder de Vox a las nueve de la mañana, pero apuesto que contemplaba los primeros minutos de la sesión parlamentaria zampándose las palomitas de un inmenso bol con el logo de su partido. La realidad demoscópica le aconseja ir cogiendo uno a uno los granos de maíz tostado, masticando las palomitas con parsimonia mientras escucha como una nueva bolsa se va hinchando en el microondas de la política española y sus rivales se lanzan más y más mierda los unos a los otros. Abascal, hoy, no tiene prisa ni le hace falta extremar su retórica. Nadie suma más que él.

Con las medidas de batalla cultural que impone al Partido Popular a escala regional y habiendo instalado el pánico racista al inmigrante en el marco mental de un sector creciente de la ciudadanía, ahora mismo Vox necesita poco, muy poco, para seguir consolidando un espacio creciente de apoyo: le vale con promesas deshumanizadoras de expulsión, tener a los jóvenes atrapados en las redes sociales alejadas del buen periodismo, validar la conducta partidista de elites estratégicas del Estado y sobre todo contemplar el error no forzado de la degradación de las instituciones. Con el viento de cola favorable de la extrema derecha internacional, la confrontación existencial en la que han entrado los dos principales partidos del país está creando las condiciones para que cada vez más gente se hastíe de la respetuosa convivencia democrática y es exactamente en esa ciénaga donde se multiplica la pulsión contra el sistema que ahora sobre todo favorece a los partidos de extrema derecha. El último barómetro del CIS ha sido clarificador. Quienes votaron al partido de Abascal son los más convencidos de su fidelidad al partido y, en cambio, son sobre todo votantes del Partido Popular quienes están cambiando de intención: un 14% afirma querer más tralla. ¿Quién no trabaja por pasiva a favor de la formación neofranquista?

El miércoles pasado, cuando Alberto Núñez Feijóo se refirió a los negocios del suegro fallecido del presidente del Gobierno como argumento de ataque personal y vinculó la economía familiar de Pedro Sánchez a la prostitución, apuesto doble o nada que Abascal debió encargar todavía más y más palomitas.

Parece evidente que los conservadores han rescatado ahora este episodio más o menos conocido porque entienden que les rearma en su ofensiva final para acelerar el apocalipsis del sanchismo. Nada falló. De repente, como si fuera una estrategia planificada por Miguel Ángel Bannon, los medios que captan la atención en la histeria antigubernamental se sincronizaron para difundir bulos, insinuaciones e informaciones cutres, como si su nuevo ideólogo fuera el activista cayetano Vito Quiles. Aparentemente, todo funcionó. Lo fundamental en esta estrategia está siendo provocar la decepción entre las mujeres que votaron a los socialistas toda vez que la tendencia del voto femenino a los partidos de izquierda fue un factor diferencial en los últimos comicios. Lo señalaba ayer Ángel Munárriz: “las encuestas tras las elecciones de julio de 2023 muestran que el voto femenino fue clave para que Pedro Sánchez lograra mantenerse en La Moncloa”. Y no solo muestran eso. Las encuestas también evidencian que las mujeres castigan con mayor severidad la corrupción. Y si a ese factor se la suma la prostitución, el castigo será severísimo. Pero la estrategia es arriesgada. Llevar la confrontación a esa esfera, provocando frustración democrática, tiene un claro beneficiario. Y no es la moderación. Abascal come palomitas.

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Sobre la firma

Jordi Amat
Filólogo y escritor. Ha estudiado la reconstrucción de la cultura democrática catalana y española. Sus últimos libros son la novela 'El hijo del chófer' y la biografía 'Vencer el miedo. Vida de Gabriel Ferrater' (Tusquets). Escribe en la sección de 'Opinión' y coordina 'Babelia', el suplemento cultural de EL PAÍS.
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