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Columna
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‘Hackear’ la democracia

El “a Brasil se le respeta” de Lula es la antítesis perfecta de la parálisis europea

Ilustración web M.Bascuñán
Máriam Martínez-Bascuñán

Imaginen que alguien hackea su WhatsApp y envía mensajes en su nombre. Sus contactos verán sus fotos, su forma de escribir, pero las palabras ya no serán suyas. Algo parecido ocurre con los conceptos democráticos: siguen sonando igual, pero ya no dicen lo que creemos que dicen. Mantienen la apariencia, pero están siendo hackeados desde dentro. Cuando Musk se declara “absolutista de la libertad de expresión” mientras amplifica sistemáticamente la desinformación, usa el prestigio de un concepto noble para objetivos que lo contradicen. La libertad de expresión deja de ser un valor liberal para convertirse en arma de la contienda política, y quien critica la desinformación se transforma automáticamente en antiliberal. Es la inversión de la carga de la prueba: quien defiende los límites básicos para que los conceptos democráticos sigan operando es tachado de censor o autoritario. Así actúa el parasitismo conceptual: se alimenta del crédito de las ideas democráticas mientras las vacía de contenido. No necesita prohibir la libertad, la redefine hasta que signifique lo contrario.

Sucede igual con el liberalismo económico. El libre comercio fue pensado para el beneficio mutuo de los Estados y ciudadanos, pero hoy se utiliza como arma geopolítica para subvertir el sistema. Al subir los aranceles a Brasil, Trump no pregunta a sus asesores económicos si Estados Unidos tiene déficit comercial con ese país. Piensa en que Brasil está juzgando a Bolsonaro por intentar un golpe de Estado y utiliza sus aranceles para intentar salvarlo. Su discurso usa todas las palabras correctas: habla de “proteger empleos”, “corregir desequilibrios comerciales” y “defender los intereses de los Estados”. El problema es que es mentira. EE UU vende a Brasil más de lo que compra y los trabajadores estadounidenses no pierden empleos por culpa de Brasil. Pero Trump ha conseguido que todos llamemos “guerra comercial” a su chantaje político para interferir en la democracia brasileña. Esa inversión semántica disfraza las herramientas legítimas del comercio internacional mientras pervierte todas las normas de la OMC.

El secuestro conceptual captura ideas democráticas para usarlas con fines que contradicen su función original, paralizando la respuesta institucional. Sucede también cuando se defiende el acceso de agitadores al Congreso en nombre de la libertad de expresión. Las instituciones democráticas quedan atrapadas porque no pueden defenderse sin ser acusadas de traicionar los valores que protegen. Cuando J.D. Vance acusa a Europa de “tener miedo a la democracia” por sus cordones sanitarios contra el extremismo, convierte mágicamente las defensas democráticas en autoritarismo, sabiendo que quedaríamos paralizados ante este dilema. Frente a esto, necesitamos marcos interpretativos resistentes. Primero, contextualizar permanentemente: señalar que Trump usa el lenguaje comercial como pura interferencia política. Segundo, recuperar la dimensión institucional: recordar para qué se diseñaron estos conceptos nos ayuda a desenmascarar su perversión. Finalmente, aceptar la paradoja: cuando la franqueza sin filtros se convierte en una performance que legitima cualquier cosa, la democracia solo sobrevivirá si acepta parecer antidemocrática ante quienes realmente la traicionan. El “a Brasil se le respeta” de Lula es la antítesis perfecta de la parálisis europea: mientras nuestros líderes actúan temerosos de parecer antidemocráticos por poner límites institucionales al extremismo, Lula se muestra abierto a negociar o acudir a la OMC y habla de soberanía, de instituciones independientes y de reciprocidad comercial. Su respuesta funciona porque no acepta que los enemigos de la democracia definan qué es democrático.

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Sobre la firma

Máriam Martínez-Bascuñán
Profesora de Teoría Política de la Universidad Autónoma de Madrid. Autora del libro 'Género, emancipación y diferencias' (Plaza & Valdés, 2012) y coautora de 'Populismos' (Alianza Editorial, 2017). Entre junio de 2018 y 2020 fue directora de Opinión de EL PAÍS. Ahora es columnista y colaboradora de ese diario y pertenece a su comité editorial.
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