Enigmas bajo las ruinas nucleares iraníes
El alto el fuego entre Irán e Israel demanda una urgente extensión a la Franja de Gaza


Todo lo atropella tanta aceleración. No hay día sin espectáculo y no hay espectáculo sin noticia hiperbólica. Cuesta calibrar el alcance de cada acontecimiento bajo el ruido de las redes sociales y la plétora informativa que conduce a la irrelevancia digital. Habita el instante con tanta intensidad como se disuelve en el pasado, que es el olvido. Es la historia de nuestro tiempo. Si hay algún acontecimiento con huella persistente y perfil propio, tardaremos en identificarlo y en calibrar su consistencia.
Han pasado dos semanas desde que golpeó el Martillo de Medianoche y todavía no está claro si el programa nuclear iraní ha sido obliterado como pretende Trump, que es quien utilizó tan descriptiva palabra, o solo se ha retrasado algunos años. No hay acuerdo tampoco sobre las consecuencias para la peligrosa proliferación nuclear. Hay teorías para todos los gustos. Si unos aseguran que las vocaciones proliferadoras se moderarán tras la exhibición de tanto poderío trumpista, otros creen que crecerán las pretensiones nucleares a la vista de la reiterada demostración de los efectos letales de la renuncia en Libia, Irak, Ucrania, e Irán ahora.
Son numerosos los enigmas que yacen bajo las ruinas de las instalaciones bombardeadas. El efecto sobre el régimen islamista es quizás el más relevante. No hay quien pueda ocultar la derrota y la humillación, aunque los dirigentes iraníes se esfuercen en disfrazarla de la victoria que significa sobrevivir. Han quedado en ridículo los servicios de contraespionaje y de seguridad, empeñados en perseguir muchachas díscolas ante el velo obligatorio, mientras el país sufría una infiltración masiva de agentes israelíes. El ala más dura del régimen ha sido directamente castigada y su entera estrategia bélica se ha caído a pedazos, después de que sus ideas reaccionarias y fanáticas fueran vencidas en la calle por las nuevas generaciones.
Todas las piezas de la defensa avanzada de Irán, el famoso frente de la resistencia, fueron cayendo como fichas de dominó. Llegó más tarde la destrucción de gran parte de la defensa aérea interior en respuesta a los primeros misiles lanzados sobre Israel en abril y en octubre de 2024. A un paso de la guerra abierta, la peculiar diplomacia de la actual Casa Blanca fingió un último intento de negociación, ahora identificado como una astuta maniobra de distracción. Solo faltaba el martillazo final con las megabombas para dejar desnudo el peligro, un tigre de papel que invita a seguir golpeándole hasta derribarlo.
Con el foco sobre Irán, pocas cosas empañan el éxito de la estrategia concertada entre Trump y Netanyahu. Es el caso del cruel bombardeo sobre la siniestra cárcel de Evin, donde murieron presos políticos, familiares y funcionarios sin relación con la represión, o de las víctimas ‘colaterales’ de los asesinatos selectivos, vecinos y familiares de los altos cargos militares y científicos elegidos como diana. Pero si el foco se amplía, la transformación de la región en la que se ha empeñado Netanyahu queda toda entera ensombrecida por el apocalipsis desencadenado sobre el lugar donde todo empezó. Por muchas medallas geopolíticas que vaya a colgarse Netanyahu, nada borrará sus responsabilidades del 7 de octubre y menos todavía de los crímenes contra la humanidad cometidos en una larga guerra finalmente dirigida contra la entera población gazatí.
De ahí que el alto el fuego entre Irán e Israel demande al menos una urgente extensión a la Franja. Una vez neutralizada el arma atómica iraní para una larga época, nada debiera obstaculizar ahora el final de la matanza. Lo mínimo es la tregua de 60 días, la tercera, y ojalá que definitiva, con margen para que Netanyahu resuelva el rompecabezas con Arabia Saudí, que exige el Estado palestino a cambio del pleno reconocimiento diplomático, culminación a su vez de los Acuerdos Abraham. La foto de tal anuncio en la Casa Blanca será la imagen histórica que Trump espera para levitar como pacificador después de su euforia como presidente guerrero al frente del ejército más poderoso del mundo.
Cuando callan las armas, todo puede cuadrar de nuevo en mitad del campo de ruinas. Incluso con Irán, si prosperaran las ideas moderadas que apadrina Hasan Rouhaní, el expresidente del Acuerdo Nuclear con Obama, partidario de aprovechar la derrota para reconstruir “una economía resiliente, una diplomacia sabia y una confianza mutua entre el Estado y la sociedad”. Hasta un deshielo entre Riad y Teherán patrocinado por Pekín. O la ruptura del tóxico gobierno de extrema derecha que sostiene a Netanyahu. Nada cuadrará empero con una paz impuesta por las armas y comprada con el abundante dinero para sobornos que viene del petróleo. Todos lo saben, incluso los más extremistas. Con Irán nuclear o sin él, al final todo seguirá igual, armas en mano naturalmente, si no hay diálogo, acuerdo y el justo reconocimiento de los derechos y la dignidad de los palestinos.
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