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Columna
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El PP es un estado de ánimo

Feijóo se entroniza como líder indiscutido de un partido eufórico por alcanzar el poder. Está por ver si les basta con ser antisanchistas y cómo gestionan el desafío de Vox

Alberto Núñez Feijóo, durante la segunda jornada del Congreso del PP, el sábado.
Fernando Vallespín

La mayoría de las crónicas sobre el congreso del PP coinciden en lo mismo: es el congreso de la entronización definitiva de Feijóo. Todos los congresistas e incluso líderes históricos como Aznar y Rajoy, cuyas relaciones se supone que no son especialmente buenas, confluyen en la misma idea: “Es nuestro hombre”. Hay, sin embargo, algo de excusatio non petita en todo esto. Si hacía falta tanta hipérbole en el halago es porque hasta antes de ayer había dudas sobre el personaje. El gatillazo final de las pasadas elecciones generales seguía muy vivo, como también la falta de decisión a la hora de prescindir de Mazón o la continua interferencia de la vía divergente de Ayuso. Con todo, esa parte está resuelta. Ya sea una simulación o no, en lo simbólico Feijóo se entrona como el candidatísimo del PP; por fin, el líder indiscutido.

Aparte del liderazgo, para ganar cualquier partido precisa ofrecer un programa que refleje un proyecto de país. Y aquí la cosa ya se queda más coja. La doctrina que se predica es monotemática, “reparar un destrozo”, en palabras de Aznar, o “reconstruir nuestro país”, en las de Feijóo. O sea, acabar con el sanchismo, visto como una versión posmoderna de la anti-España. En la jerga de los politólogos, el PP aparece, así, como un partido de tema único (single issue). Una vez conseguido el fin, derrocar al “régimen Frankenstein” de Sánchez, parecería como si todo volviera a fluir sin contratiempos, retornaríamos a los felices años en los que la Constitución dejaría de ser puesta en entredicho y la unidad de España estaría garantizada. España es, en efecto, el lema principal —“Estamos aquí por España”, dijo Feijóo—. El problema es que se acaba identificando su ser con el propio partido y, salvo una vaga referencia a su pluralismo interno y diversidad, se omiten las dificultades por crear las condiciones para que sea un país donde todos se sientan cómodos. Se ignora la cuestión catalana, y todo el regocijo con los escándalos de corrupción del PSOE contrasta con la desmemoria respecto a los suyos propios. Un poco de autocrítica hubiera sido bienvenida.

Por lo ya dicho, y visto lo ocurrido en el congreso, el PP es más un estado de ánimo que un verdadero proyecto de país. La euforia por alcanzar el poder opaca todo lo demás, como el desafío de Vox, el verdadero elefante en la habitación, o cómo convencer a los que al final acabaron por evitar el triunfo de las derechas en las pasadas elecciones generales. Para que vuelva a ser un partido atrapalotodo (catch-all), como propugnaba Aznar, hace falta algo más. Aparte de desalojar al Gobierno, que seguro que a algunos les basta, hubiera sido deseable que se ofreciera una visión de la política distinta a la enfermiza polarización de suma cero a que nos viene sometiendo el bibloquismo. Make Spain Great Again, que es el lema que se destila de todo lo oído, nos obligaría a retrotraernos a aquellos gloriosos momentos en que fuimos capaces de entendernos desde trincheras opuestas. Y, sí, negociando con los demás, no como la encomienda de un único partido. Esto vale también para realizar el fin declarado, la regeneración institucional, algo con lo que es imposible estar en desacuerdo.

Lo cierto es que, vistos los estados de ánimo en los cónclaves de ambos partidos, no cabe duda que el voluntarismo de la esperanza que Feijóo dice representar le coloca en una situación de ventaja respecto del voluntarismo de la resistencia al que se abraza Sánchez, que inevitablemente le coloca a la defensiva. Pero, pobres ciudadanos, como el presidente se salga con la suya, nos espera una eterna campaña electoral que puede llevarnos hasta el año 27. Y eso solo puede conducir a la melancolía colectiva.

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Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.
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