Santos Cerdán necesita un Tsunami
El espíritu del ‘procés’ posee las redes sociales, que debaten la estrategia de defensa del ex secretario de Organización del PSOE

Hubo una época en que salir a correr a las seis de la mañana tampoco garantizaba ejercitarse. Los operativos policiales arrancaban antes de que saliese el sol, las radios escupían alertas en horas intempestivas, y siempre había alguien de mal dormir en los grupos de WhatsApp multitudinarios (algunos han sobrevivido hasta día de hoy) con el cuajo suficiente para preguntar: “¿Habéis visto esto?“. Durante el procés no hubo manera de practicar deporte. La vida se limitaba a correr detrás de la Guardia Civil, y de los escritos judiciales que iban enmarronando de manera considerable la vida a un montón de políticos y de ciudadanos anónimos (¡los CDR!) que anhelaban la independencia de Cataluña.
Quienes lo contamos (vivirlo lo vivimos todos) tenemos secuelas claras. Una especie de estrés postraumático que se ha manifestado repentinamente con el jaleo y la adrenalina en la que vive instalada Madrid. Si Barcelona fue la Rosa de foc (ya saben de la querencia por los días históricos) en la semana más compleja de la sentencia del procés, ahora Madrid encarna una olla a presión, con el Gobierno hirviendo dentro. Y lo peor es que los del procés nos maldecimos (un poco) por no estar allí, y salir (corriendo) a contarlo.
Seguramente es culpa de la nostalgia que en estos tiempos de urgencia perpetua se siente por lo que pasó ayer. Pero es evidente que no ayuda que Santos Cerdán haya elegido al abogado Benet Salellas como defensor. Él mandó en Cataluña a la paperera de la historia a Artur Mas y entonces su partido, la CUP, dio el visto bueno a un desconocido Carles Puigdemont, que resultó ser mucho más juguetón de lo que parecía. Así que no solo es cosa de periodistas, el espíritu del procés ha poseído también a Cerdán, que ha argumentado ante el juez que no es un corrupto, sino que le persiguen por haber negociado la investidura de Pedro Sánchez con Bildu y PNV. El resultado de mandarlo a prisión puede incluso a llevarle a pensar que tiene razón.
De donde nunca se fue del todo el procés es de las redes, donde indepes y no indepes se enzarzan ahora en la discusión (hace días que dura) de si un abogado y exdiputado de la CUP como Salellas debe defender a un español (¡de Navarra!) socialista (¡apoyaron el 155!) supuestamente corrupto (¡más que Artur Mas!). Con algunas subtramas divertidas, como que la CUP en realidad siempre estuvo infestada de españolistas, o que Salellas es un topo que ha cumplido con su misión: encarcelar a Cerdán.
Pero la última chispa de verdad del procés vive en Carles Puigdemont, que sigue todavía en Bélgica, donde reside a disgusto desde 2017 porque quiere volver a Cataluña. Tanto, que en agosto del año pasado visitó fugazmente Barcelona. En una de sus jugadas maestras, salió al escenario, saludó y se esfumó antes de que pudieran detenerlo por la orden en vigor del Tribunal Supremo. Ayer, sin ir más lejos, el entonces comisario jefe de los Mossos, Eduard Sallent, tuvo que declarar como testigo en la causa que investiga un juzgado de Barcelona por la vergonzosa fuga que dejó el prestigio de la policía catalana por los suelos.
Sea como fuere, al caso Cerdán (o Koldo, o Ábalos, o lo que se prefiera) le falta un elemento clave para ser como el procés. Ustedes dirán, un referéndum, para ver si el Gobierno debe seguir o irse. Que además sea vinculante, y condicione la celebración de unas elecciones avanzadas. Sería una fantasía. Pero la clave es que nadie o casi nadie lo apoyaría, porque lo que le falta a Santos Cerdán para que su caso se parezca en algo al del procés es un Tsunami Democràtic: miles de personas que crean que su causa es política e injusta, dispuestas a patearse un montón de kilómetros siguiendo las órdenes de un grupo de Telegram anónimo para paralizar el aeropuerto. Hasta que eso no pase, lo tiene complicado. Por el momento, hasta su partido le ha dejado tirado.
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