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El arco moral del ‘procés’

Si la ley de amnistía fuera corrupción política, la muerte de la Constitución o un obús a la separación de poderes habría provocado una airada reacción europea

Los 12 dirigentes independentistas acusados por el proceso soberanista catalán, en el banquillo del Tribunal Supremo al inicio del juicio del 'procés', en diciembre de 2022.
Víctor Lapuente

“El arco del universo moral es largo, pero se inclina hacia la justicia”, decía Martin Luther King.

Citar a King es quizás el peor comienzo para hablar de la sentencia del Constitucional que avala una ley negociada por un presunto corrupto (Cerdán) con un fugado de la justicia (Puigdemont), a cambio de unos votos para investir a un Gobierno incapaz de aprobar las cuentas públicas y asediado por una riada de escándalos. Pero si tomamos distancia, espacial y temporal, este es un paso más (paradójicamente, junto a las reticencias del Supremo) en el camino a la justicia.

Salgamos de España. ¿Por qué ni la ley de amnistía ni la sentencia que la ampara han provocado una airada reacción europea? Si esa ley fuera corrupción política, la muerte de la Constitución, o un obús a la separación de poderes, los líderes políticos y mediáticos se alzarían al unísono, como hacen con las andanzas de Orbán.

El argumento de que hay un sesgo mundial a favor de Sánchez y las causas progresistas ibéricas se cae al ver cómo esos medios supuestamente dóciles han criticado (y con razón) a Sánchez por su escasa contundencia contra la corrupción o su exagerada vehemencia contra el gasto militar.

¿Cómo es que esos observadores extranjeros no ven que España ha caído por la pendiente de la mutación constitucional, se ha roto la igualdad entre los ciudadanos y, en nombre de un proyecto político excluyente, unas personas pueden quemar contenedores, agredir a policías y saquear las arcas públicas, sin que les pase nada?

Pues porque han visto que sí pasa algo. Todo individuo que ha cometido un delito relacionado con el reto secesionista ha vivido años de pesadillas: cárcel, procesos interminables y una constante incertidumbre. Madrugadas esperando la llamada de tu abogado. ¿Merecido? Tal vez. Duro, también.

Si nos alejamos en el tiempo, y frenamos la tentación cortoplacista de ver cada fallo judicial que nos desagrada como un éxito político de nuestros oponentes, emerge un patrón: una excesiva represión del Estado lleva a una excesiva amnistía que, a su vez, es tamizada por el Supremo (con la malversación) y luego por el Tribunal de Justicia de la Unión Europea. Te puede gustar o no cada capítulo, pero, en conjunto, la acción secuencial de las instituciones demuestra la fortaleza del Estado de derecho. Todo el mundo rectifica a todo el mundo y nadie impone del todo su voluntad. En unos años veremos que, frente al inédito reto secesionista, España respondió como una democracia, donde el camino a la justicia no es recto porque consiste en la corrección sistemática de chapuzas.

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